La entrevista en la que el capellán que confesaba a Franco desveló los secretos más íntimos del dictador
Un año después de la muerte del dictador, José María Bulart desveló el lado más personal del dictador en un encuentro con la revista 'Blanco y Negro'
Las confesiones más íntimas sobre Franco de la adolescente que no quiso acostarse con él

Para Francisco Franco, el sostén espiritual era igual de importante que una comida caliente. Cada día, después de disfrutar de un buen desayuno, el dictador leía una pila de sentencias de muerte a las que tenía que dar el visto bueno. Y lo hacía, sin excepción, a la vera de un hombre que resultaba clave en su vida. Ni su general más laureado, ni su guardia personal; su chico de confianza era Monseñor José María Bulart, el que había sido su capellán personal desde que arrancara la Guerra Civil. Un tipo con el que, además, disfrutaba de los partidos de fútbol en El Pardo y se entretenía contando chistes. Es lo que tiene la amistad.
El 20 de noviembre de 1976, Bulart peinaba ya canas –aunque muy pocas–, rondaba los 76 veranos y llevaba una vida entera bajo el paraguas del dictador. Unas veces oficiando misa; otras, las que menos, expiando sus pecados en confesión ante la atenta mirada del Altísimo. Formaba parte, en definitiva, de ese minúsculo círculo que le acompañó durante cuatro décadas y en el que se hallaba también Vicente Gil, su médico de cabecera. En la salud física y espiritual, el general solo quería gente de confianza. Pero aquel aspecto «bondadoso», aquella «mirada cansada» y aquel «trato afable» no dulcificaron las preguntas de la periodista María Mérida.
En plena resaca de la dictadura, 'Blanco y Negro' interrogó al capellán sobre temas espinosos y rebatió sus opiniones de forma sutil. Lo hizo a lo largo de un encuentro que se desarrolló «en una casa sobria y sencilla» del paseo de la Virgen del Puerto, calle más que apropiada para un sacerdote. «Todas las piezas que componen el silencioso y tranquilo piso están llenas de recuerdos de Franco y de las personas que compusieron su entorno», explicaba la reportera. Decenas y decenas de instantáneas que recorrían su vida con el dictador. Desde la boda con Carmen Polo, hasta la infancia de 'Carmencita', evento que cubrió en su momento ABC.
Vidas y desventuras
La entrevista arrancaba con algunos datos biográficos: «Monseñor Bulart nació en Barcelona el 19 de noviembre de 1900, y ha sido el capellán del Caudillo desde el 4 de octubre de 1936, cuando estaba de secretario del cardenal Pla y Deniel, entonces obispo de Salamanca». Pasó con el gallego la Guerra Civil, la dictadura al completo y, llegado el momento, le despidió en el Valle de los Caídos. «Si el Generalísimo no está en el cielo, es que el cielo está vacío», afirmó entonces. Cuando se encontró con Mérida admitió que se desplazaba todos los días hasta la casa de Carmen Polo para oficiar misa y que la viuda, la «señora de Meirás», había conseguido enternecerle con una sola frase: «A usted lo consideramos como de la familia».
–¿Confesaba usted al Caudillo, monseñor Bulart?
–Esporádicamente. Sobre todo, durante los veranos, cuando nos encontrábamos en San Sebastián o La Coruña. Pero él normalmente se confesaba con un jesuita, y últimamente con un capuchino?
Continuó la reportera con una pregunta sobre el carácter de Franco. Y la respuesta no sorprende dado que fue uno de sus amigos más cercanos: «¡Era buenísimo! Un hombre educado, delicado, que procuraba no molestar nunca, que no hablaba ni le gustaba que hablasen mal de nadie». Según esgrimió, le llamaba la atención «su buen humor, su tranquilidad y su dominio». Lo que más le gustaba de él era «que adoraba contar chistes y que se los contasen a él». En lo que coincidió con Vigil es que cambiaba de forma drástica cuando se iba de vacaciones al norte. «Cuando volvíamos a Madrid ya se volvía a convertir en 'Jefe del Estado'. Y era lógico por las preocupaciones y por su trabajo», completó el sacerdote.

Aunque, según explicó Bulart, su mejor cualidad en sentido moral fue su piedad auténtica. «Era esencialmente religioso y sabía conjuntar las más rigurosas virtudes castrenses y las cristianas. Yo creo que ser cristiano y militar eran los dos valores más esenciales de su vida». Aquí arrancó Mérida su interrogatorio más profundo e incisivo:
–Pero usted, que de alguna manera fue, en parte, su director espiritual, ¿qué cree que sentiría Franco después de que se produjeran tantísimos muertos durante la guerra y después de ella? Teniendo en cuenta, además, que era un hombre hondamente piadoso, como usted dice...
–Creo que él siempre creyó hacer las cosas de una manera justa. Pero, además, él no podía considerarse responsable de las muertes que pudiesen producirse en la guerra. Las guerras civiles son siempre tremendas por un lado y por otro, y si a los generales que las mandan se les tuviese que hacer responsables de los que en ellas mueren, sería llamarles criminales. Si Franco no hubiera tenido fortaleza en la aplicación de la justicia después, entre unos y otros se hubieran comido a España.
–Pero a veces no sólo cuentan las muertes lógicas de la guerra, sino de aquellas de las que después se puede sentir uno responsable.
–En el caso del Generalísimo, sólo a los que se probaba que tenían delitos de sangre se les juzgaba. Y no era él quien lo hacía, sino los Tribunales. Franco, personalmente, estoy seguro de que no dictó nunca ninguna muerte. Y mucho menos adoptar una actitud de venganza personal. Precisamente en unión del coronel jurídico don Lorenzo Martínez Fuset estudiaba los casos y después de ser juzgados por el tribunal competente era cuando daba el 'enterado'. Ese terrible 'enterado' que, cuando se producía, yo le decía '¿enterrado?'.
Mitos y verdades
Bulart contribuyó a extender ese mito tan manido del dictador afligido al que le quitaba el sueño dar el visto bueno a las condenas. La realidad, según historiadores como Paul Preston, es que dictaba sentencias de muerte en todos lados; desde en sus continuos viajes en coche, hasta en el desayuno. «Son cosas de trámite», le desveló en una ocasión Franco a su cuñado. En ese y muchos más sentidos, el sacerdote vivía en otro mundo. Y otro tanto le sucedía en lo que respecta al autoritarismo de su antiguo jefe.
–¿Franco no tenía un enorme afán de poder y un gran autoritarismo? ¿O eso son cosas que dicen precisamente los que no le conocían bien...?
–Por supuesto, los que digan eso es que no le conocían bien. Afán de poder no podía tener, porque ya tenía todo el poder en su mano. Y en cuanto al autoritarismo, una cosa es tener sentido de la autoridad, y otra ser autoritario. Quizá si lo hubiese sido más, ahora no ocurrirían las cosas que ocurren.

En el ámbito más personal, Bulart recalcó que Franco no creía en la suerte, aunque sí en el 'gafe', algo que siempre repetía. Como el religioso no conocía en su momento el significado de aquello, le preguntó. Y el dictador respondió con una broma: «Mire, monseñor, un 'gafe' es un señor al que le prestan un paraguas porque está lloviendo, se lo pone debajo del brazo y le sale un golondrino». En ese sentido, esgrimió, era un hombre muy normal y sin recovecos. «Él siempre decía que le gustaba el confort y el bienestar, pero que no lo echaba de menos. Sí sufría por dentro, jamás se le notó», completaba. Le tildó en parte de frío, pero apostilló que lo era solo a veces. Cosas del poder, al que el religioso le achacaba todo. La última pregunta, en plena efervescencia democrática, no podía ser más llamativa:
–¿Qué opina usted de las dictaduras?
–A mí personalmente no me gustan las dictaduras y me parece muy triste que tuviéramos que ir a otra.
En 1981, cinco años después de esta entrevista, el capellán se marchó para siempre del mundo terrenal.
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