Así influye el estrés y la ansiedad en nuestra alimentación
Nuria Martínez Sáez, profesora de Nutrición y Bromatología de la Universidad CEU San Pablo, explica las consecuencias de que vivir con prisas se haya convertido en un estilo de vida
Los 20 minutos que queman grasa durante 12 horas

Jornadas maratonianas de reuniones en la oficina, nevera vacía, cuidar de nuestros hijos, clase de spinning, entregas de proyectos, encuentros con amigos de toda la vida, compromisos familiares. Así comienza una nueva semana. Y es que vivimos a contrarreloj, vivir con prisas se ha convertido en un estilo de vida.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera el estrés como una de las principales «enfermedades del siglo XXI» y la obesidad un problema de salud pública mundial. Es común ver cómo, en ocasiones, manejamos las situaciones de estrés a través de la comida, a modo de «automedicación», reflejando un vínculo importante entre la salud mental y la alimentación. Los estudios muestran un deterioro de la calidad dietética con el estrés, ya que ingerimos más alimentos procesados como snacks salados, bebidas azucaradas, bollería y pastelería, y menos frutas, verduras, legumbres y frutos secos. Es decir, hacemos un mayor consumo de alimentos hiperpalatables, que estimulan mucho nuestros sentidos y nos invitan a comer por encima de nuestras necesidades, con un alto contenido de sal, grasas saturadas y azúcares añadidos.
La expresión de ciertas conductas alimentarias como la alimentación emocional, la desinhibición alimentaria, o aquella más centrada en el gusto y placer está condicionada por el estrés y la ansiedad. Ante el estrés crónico tendemos hacia una menor restricción cognitiva, controlando menos nuestra dieta y desinhibiéndonos más. El estrés, además, incrementa el efecto de recompensa que sentimos al ingerir este tipo de alimentos, generando sensación de alivio a nivel emocional. Así, emplear las estrategias adecuadas para afrontar el estrés y la ansiedad, basadas en la toma del control para solucionar el problema se relacionan con una mejora de la calidad dietética.
Y es que tenemos temporadas en las que comemos de una forma poco habitual en nosotros, incluso puede que ni nos percatemos de ello, pero que, si parásemos y analizásemos un poco más en detalle, nos daríamos cuenta de cómo la vorágine diaria está impactando sustancialmente en nuestra alimentación, y, por ende, en nuestra salud. Cuidémonos a diario de una forma más integral, entendiendo nuestro contexto particular, ya que así podremos disfrutar mucho más del preciado binomio: bienestar físico y mental.
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