Navidad, niños y alcohol: «No pongas un espumoso sin graduación en sus manos, ¿o le darías una cerveza tostada 0,0?»
Cuando se bebe en casa la familia puede convertirse en factor de riesgo o de protección, advierten desde Asociación Dual
«El 54% de los padres saben que sus hijos beben alcohol, pero hacen la vista gorda»

Las escenas navideñas, con sus reuniones familiares, están a la vuelta de la esquina. Y con ellas, numerosas oportunidades para el consumo de alcohol: Se produce el reencuentro entre parientes que viven lejos, amigos a los que no vemos el resto del año, la emoción de la Lotería (o la pedrea en su defecto), la cena de Nochebuena, la comida de Navidad, la noche de fin de año, la tarde/noche de Reyes…
De hecho durante estas fechas, advierte el psicólogo Raúl Izquierdo, de la Asociación Dual, «se abre una ventana a la excepcionalidad e incluso la persona que no suele beber se desinhibe y consume. Hasta las personas con medicación lo hacen y se hace la vista gorda con todo el mundo tenga la edad que tenga porque 'si estamos de celebración, se bebe y no pasa nada si los mayores terminan brindando con anís, una sidra o un vino dulce'».
Ante este panorama, los menores se pueden preguntar lo siguiente: «Si la abuela se bebe un anís -ejemplifica Izquierdo-, por qué no voy a probarlo yo a los 12, si es empate a uno técnico?. Pues porque la Ley no impide beber a los de más de 65 años pero sí a los menores de 18, y esta norma no es gratuita ni arbitraria, está sustentada en el mayor beneficio del menor. Es una ley garantista que pretende proteger o preservar la salud integral de este hasta que pueda tomar sus decisiones, al menos en plenitud de facultades», razona este experto.
En este contexto, este psicólogo lanza la siguiente pregunta: Si se bebe en casa en Navidades, entonces, la familia qué es: ¿factor de riesgo o de protección?. «Me decanto por pensar que es una institución que suele operar como un elemento de protección y donde, salvo alguna excepción, los menores lo que ven es que se bebe de una manera organizada, razonablemente ordenada y también circunscrita. Es decir, tiene que ver con un momento concreto y que no necesariamente es generalizable a todas las citas del resto del año».
La duda está, admite este psicólogo de la Asociación DUAL, «en el dilema del modelado. Y aquí es donde los adultos patinamos a veces. Porque si somos modelos para los hijos, entonces, ¿qué tenemos que hacer como padres? ¿Ser ejemplares, perfectos, pulcros, inflables… incluso abstemios? ¿Debemos representar la virtud puritana máxima? Tampoco es eso».
Como tampoco, añade, «debemos invitarles o animarles al consumo con frases del tipo: 'En Navidad se bebe porque lo digo yo' o porque 'la vida es así'… Estos no son comentarios válidos. Lo que los adultos podríamos hacer en estas reuniones familiares (o en otros momentos similares) es intentar debatir. ¿Cómo? Sugiero empezar por pedirles opinión, antes de darles un mensaje cerrado, taxativo. Para que puedan opinar. Eso nos permitirá ver cómo razona y evaluar qué nivel de riesgo presenta o qué interés encuentra en la bebida».
Porque, añade, «si a un chaval de 14 años le dices que espere a los 18, le has 'matao' porque su perspectiva es el infinito y no puede esperar tanto para saciar su curiosidad. En cambio si le decimos que espere a otro momento en el que él pueda ir tomando sus decisiones, es un tiempo que hemos ganado. Nuestra estrategia debe ser siempre la misma, que es intentar posponerlo a los 15 o 16. Ese año ganado es fundamental, teniendo en cuenta que según la encuesta Etudes empiezan a beber con 14 años».
Teniendo en cuenta que la edad media del inicio del alcohol está en lso 13,9 años, según la Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España (Estudes) 1994-2023, «retrasar la primera copa es un beneficio no solo para su desarrollo, sino para su adquisición de experiencias de todo tipo. Cuanto más tarde empiece a beber, más experiencias de ocio vas a tener, más opciones…», insiste.
Recomendaciones
Por tanto de lo que se trata, insiste, «es no tanto de dar un mensaje adoctrinador, sino de plantear las cosas en términos relativos, razonables y, sobre todo, de implicarse en la toma de decisiones, de pactar entre padres e hijos sobre una cosa que no debería pasar ahora». Aquí a Izquierdo le parece muy importante recordar que el Estudio ESTUDES recuerda algo «que puede parecer una obviedad, y es que el 80 por ciento de sus padres creen que el alcohol anima las fiestas… Pero eso no lo piensan de otras sustancias, lo piensan del alcohol, y cuando tú piensas eso, pues de algún modo lo filtras también».
Los sucedáneos
Otro gran problema, señala el psicólogo de Dual, es el de los sucedáneos, aunque la situación «ha mejorado. Se han prohibido los cigarrillos de chocolate, pero todavía tenemos sucedáneos de bebidas sin graduación. Hay celebraciones familiares donde tras una comida le ofrecen a un peque el típico chupito sin alcohol. Eso es un error. Lo mismo que hay quienes terminan un cumpleaños infantil brindando con una bebida que parece achampanada sin alcohol para niños. Pero igual que no le daríamos a nuestro hijo una cerveza 'cero-cero' tostada, no le deberíamos dar un licor o un espumoso 'sin'. ¿Qué diferencia hay entre uno u otro?. Suponen una manera de incorporar al niño en los hábitos usos y costumbres del adulto y no hay necesidad de anticipar, porque la estrategia está clarísima y es justo la contraria: postergar, demorar en el tiempo el inicio del consumo del alcohol».
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En Navidad o fuera de ella, concluye Izquierdo, «la familia no debe olvidar nunca que es un factor de protección y que los padres son agentes educativos las 24 horas del día, todos los días del año. Eso no significa que seamos ejemplares, perfectos e infalibles pero que podamos explicar lo que hacemos y por qué lo otro no».
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