Adolescencia: «Cuando las emociones se expresan, las familias se encuentran»
Gaby Pérez Islas ha publicado Cómo curar un corazón roto
Adolescentes: cómo entender su cerebro y ver los toros desde la barrera

Puede parecer que llamar duelo al proceso que pasan los padres cuando su hijo es adolescente es excesivo… pero, tal y como explica Gaby Pérez Islas que ha publicado con Diana: 'Cómo curar un corazón roto', «el duelo es una pérdida. Y ... la vida familiar tiene ciclos, que empiezan y terminan. Que ya no tengas hijos pequeños, que tu hijo deje la niñez para pasar a la adolescencia, que se vayan de casa, o la pareja deje de ser pareja…»
Todo esto, asegura esta experta, «conlleva duelos naturales. Esto es no decir que no duelen. Duelo viene de 'dolus', porque el ser humano enfrenta todos los cambios con dolor, porque se trata de algo que no había pedido. Este duelo es muy curioso en este cambio de etapa. El padre o la madre estaban muy felices con sus hijos pequeños, durmiendo bien, en sus habitaciones, por las noches, no querían ese cambio pero la vida no te pregunta, por eso es un duelo». Ahora bien, asevera, «si estos duelos se enfrentan de manera grupal, como la familia que somos, son llevados de mejor manera».
Pero, prosigue, «mientras que para los padres es una pérdida, para el joven es una ganancia. Él estaba deseando irse de casa, pero la madre que se queda sin hijo vive un duelo. Unos lo viven con muchísima soledad, igual que se han vivido las alegrías. Tengo que decir que en esta vida venimos a perder y que lo único cierto es el cambio».
-Pero, no todos los duelos necesitan terapia.
-No, no todos los duelos tienen que ir a terapia, pero no lo puedes afrontar solo porque el dolor necesita tres cosas: necesita ser expresado, necesita, digamos, el 'permiso' de alguien más, es decir, ser validado, y también que el otro lo reconozca. El duelo, si no lo puedo acomodar, porque no tengo la perspectiva para hacerlo, necesito de alguien que me escuche, me llene de espacios vacíos. Cuando tú te abres a la familia, ellos te prestan su mirada.
-Pero muchas veces ahí se complica, porque el que debería respaldarte, no lo hace.
-La vida es como un trapecio: si te estás columpiando en el trapecio el que te tenía que sostener, no te capta… Si el otro no te valida, te caes al suelo. Es necesaria una red de apoyo, de amigos, de terapias, de leer un libro, de escuchar un podcast…En la vida se trata de tejer una urdimbre muy apretada para que el que tiene que sostener, no te deje caer. Primero te tienes que dar cuenta de que no estás solo, de que estas cosas le pasan a todo el mundo… Aunque haya gente que no quiera escuchar.
-Prefieren no darse por enterados aunque, inevitablemente, todos vamos a pasar duelos varios a lo largo de la vida.
-Hay tres experiencias por las que todos vamos a pasar. Una de ellas es sufrir, otra enfermar, y la tercera morir. Esas tres vivencias unifican a todos los seres humanos. No hay uno solo que se vaya a escapar de sufrir, enfermar y morir.
-¿Hay una forma de llevar ese paso de los hijos a la madurez de una forma, digamos, digna?
-Imagina esta situación, de que la hija viene por primera vez a casa con su novio. Los padres lo viven con miedos distintos. Si hay comunicación, y la madre por ejemplo cuenta lo que a ella le pasa, los hijos pueden llegar a entenderla, y la madres sentirse escuchada. Si no se comunican, y la madre no da ese permiso, limitando a la hija, ahí es cuando va a suceder el desencuentro. Cuando las emociones se expresan, las familias se encuentran. Cuando no hablan es cuando sucede el desencuentro.
-¿Qué pasa cuando no llevamos bien el duelo?
-Sucede mucho entonces que no recurrimos a una palabra: la autoestima. «Yo lo puedo todo, pero no lo puedo sólo». Para eso está nuestra especialidad de consejero de apoyo en duelos, es alguien que te ayuda en estos procesos, somos una barandilla en la que apoyarse. Que puedas recurrir a alguien que te explique ese duelo, qué caminos existen para salir de ese momento emocional en el que no te sientes comprendido. Nosotros orientamos, compartimos otros casos… Es una manera de abrir la conversación no con un libro, sino con una persona.
-¿Qué pasa cuando sientes que la familia no te escucha?
-No puedes forzar esa conversación incómoda, aunque las familias deberíamos tener esa conversación. A veces hablar de hábitos es incómodo, hablar de dinero también… Pero la raíz de la palabra comunicación es 'comunicare', lo que significa poner en común. Mientras no ponga el tema encima de la mesa, nos separa, mientras lo ponga, nos une. También hay que aprender a cómo ponerlo en la mesa, no con gritos, ni con sarcasmo, porque el otro así no lo recibe. Fíjate que la terapia es el arte de hacer preguntas, y esa misma técnica debería estar introducida en la familia. A la familia hay que meterle más curiosidad que juicio. En lugar de decir: «¿por qué hiciste eso?» Te puedo preguntar: «¿ por qué hiciste eso, a ver, explícamelo, porque quiero entenderte». Nos hace falta mucha curiosidad en la familia, ese interés genuino por saber, no saltar a descalificar.
Esto cambiaría todo, si lo hiciésemos desde pequeños. Cuando un niño te dice: «La tía Claudia no me cae bien», no debemos decirle: «Es que estás cansado…». Porque eso significa: «Ah, mi mamá no me escucha, no me recibe, hay cosas que no le puedo contar porque me las va a descalificar y, al final, va a valer más lo que mi mamá cree que debo de sentir que lo que yo siento». Es un poco como lo del «ponte el jersey, que mamá tiene frío». Esto del suéter es universal.
-Muchos padres se quejan de que en la adolescencia los hijos no les cuentan nada.
-Creo que aquí hay dos casos: el adolescente que tenía esa vía abierta y de pronto la va cerrando, y la familia donde la comunicación venía defectuosa y el joven toma esa venganza: «Tú no me escuchaste cuando necesitaba ser escuchado». En ese momento vital de la adolescencia siempre se ha dado esa rotura: «no soy yo para poder definir quién soy yo». Siempre va a existir ese desencuentro contra la autoridad de colocarse, para demostrar ahora 'quien soy'.
Los jóvenes en muchas áreas piensan «yo sé más». Cierto es que hoy ese padre tiene que pedirle ayuda al joven para muchos temas relacionados con el móvil porque el joven sabe más en tecnología y entonces, los menores toman eso como poder. «Tengo un poder sobre ti porque yo sé más». Entonces es cuando los padres, en lugar de sentirse intimidados, deben demostrar que son más sabios que los años les han dado experiencia y no descalificar al joven por edad, es que el tiempo nos ha dado sabiduría
-A partir de ese momento, ¿cómo podemos aceptar que no nos va a contar todo?
-Tiene derecho porque tiene derecho a su intimidad. Nosotros debemos estar cercanos y disponibles, no persecutorios.
-Como decimos por aquí: Debemos «darles un poco más de cuerda».
-Sobre todo, nosotros debemos estar disponibles y aprovechar cuando ellos estén dispuestos, que no siempre lo van a estar. Pero nosotros siempre debemos estar disponibles para cuando se abre esa ventanita, de debilidad y conexión…
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No podemos decir: «Ahora no quieres, pues ahora ya no voy». Si empiezan los egos, las fricciones… Se produce un desencuentro total. Debemos entender que están pasando por un contexto muy difícil, y no atravesamos la adolescencia mientras tenían lugar dos guerras en este mundo. Pero la vida imparte sus lecciones de una forma muy dura y en esta vida venimos a aprender, no a estar de vacaciones.
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