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«A los niños hay que hablarles de la muerte con claridad, no con frases tipo 'el abuelo está dormido'»

Milena González, psicóloga y psicoterapeuta, recuerda que lo lógico es llorar ante la pérdida de un ser querido y que los menores no van a vivir traumatizados de por vida si los adultos les acompañan en su proceso de duelo

«No hablar de la muerte con los niños es dejarles a la deriva y más solos con sus miedos»

Milena González, psicóloga
Ana I. Martínez

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«Tenemos muchas oportunidades y espacios para hablar con nuestros niños y niñas sobre la muerte», escribe Milena González en su libro 'Guía familiar para abordar el duelo en la infancia' (Toromítico). Y es que esta psicóloga y psicoterapeuta recuerda que los padres huyen de este tipo de conversaciones porque incomodan, no saben muy bien qué responder y prefieren evitar el dolor a los más pequeños de la casa.

«A los niños hay que dejarles llorar», insiste la experta en esta entrevista con ABC. Y es que, ante la muerte de un ser querido, la tristeza invade tanto a los adultos como a los menores. «Y si no lloramos, lo que sentimos va a salir por otra parte de tu cuerpo», recuerda. Por mucho que cueste, «acompañar a nuestros niños en el proceso de duelo, permitiéndoles expresar sus emociones y comprender la muerte como parte de la vida, es esencial para su bienestar emocional y mental».

- ¿Por qué les cuesta tanto a los adultos hablar con los niños de la muerte?

En general, siempre le damos un protagonismo especial a las emociones de aproximación, como la alegría o el amor, y todo lo que tiene que ver con la tristeza, nos incomoda. Cuando vemos a alguien triste, no le decimos «es normal que estés así», si no que le decimos «anímate», «vamos a salir»… porque no somos capaces de sostener la tristeza y, mucho menos, cuando se trata de un niño porque nos duele especialmente, nos parte el alma no poder cambiar la situación. El lenguaje emocional, además, se transmite de generación en generación y la muerte nos produce miedo, malestar e impotencia porque sabemos que todos vamos a morir.

- Hablas en el libro de que hay que evitar frases que los progenitores usan, creyendo que es lo mejor, para edulcorar la realidad y tranquilizar al menor. Por ejemplo: «No llores. Al abuelito no le gustaría verte así».

Hay una etapa en la infancia (desde los 3 hasta los 6 u 8 años) en la que nuestros niños y niñas piensan de forma literal, concreta y mágica. Son ingredientes maravillosos pero cuando le dices al niño «no llores porque el abuelito se va a sentir mal», entiende, literalmente, que el abuelo lo va a ver y estamos haciéndole responsable de las emociones que alguien, que ya no existe, experimenta. Y eso no les corresponde.

Al decirles ese tipo de frases, lo que realmente les trasladamos es «yo no quiero verte así». Es decir, les responsabilizamos también de la tristeza que 'a mí' me genera. Por tanto, el niño empieza a sentir miedo de desvincularse de su padre o de su madre.

Si el menor se siente responsable de lo que sus padres puedan sentir, va a hipotecar lo que haga falta para evitarlo. Por eso se callan y ya no lloran más cuando se lo dices. Entonces, te preguntan: «Mamá, ya no lloro. ¿Te gusta así? ¿Ahora estás contenta?».

- Desde luego, es una muy mala gestión de las emociones.

Eso es, porque el que deje de llorar no significa que haya superado el duelo. Cuando recibes la noticia de que un ser querido ha muerto, te afecta en cuatro esferas diferentes: experimentas sensaciones corporales (el corazón, por ejemplo, se te acelera); emociones (sientes miedo, rabia, tristeza); te afecta al pensamiento («esto no es posible», «no puede ser») y genera una atención en la conducta (te alteras y corres por la casa, vas de un lado para otro...).

Dentro de esta ecuación, si yo le digo al niño «no llores porque el abuelo desde el cielo te ve y se va a sentir mal», modifica todas esas conductas, emociones y capacidad de sentir. Disocia como si nada estuviera pasando. Pero a nivel corporal siente rabia, miedo… y se va a expresar de otra forma. Esa tristeza no acompañada genera que, al final, le brote de otra manera: ansiedad, irritabilidad… De ahí, la importancia de dejar llorar.

- Lo que pasa que cuesta tanto ver a tu hijo llorar desconsoladamente…

Hay que saber gestionar las emociones. En la vida, todos vamos a vivir momentos difíciles y hay dos caminos: atravesar la tormenta o vivir atormentados. La ansiedad es la expresión de un mundo emocional silenciado. Es fundamental atravesar la tormenta con tus hijos. Duele, sí. Hay que compartir ese dolor, hay que dejarles llorar… pero también insistirles en que no están solos, en que vamos a estar con ellos transitando por el dolor. Hay que darles seguridad. Lo que prima en la infancia es transmitirles que están a salvo porque estamos con ellos.

Cuando al niño no le damos herramientas, es cuando su sistema nervioso se altera y sale la depresión, la ansiedad … Toda esta sintomatología la veo en consulta. La vida no les va a tratar de color rosa pero tienen que saber que los adultos vamos a ser ese colchón sobre el que se caigan. Porque se van a caer.

Por tanto, hay que dejarles llorar. Es legítimo que no queramos verles así pero es su necesidad, no la nuestra. Las lágrimas tienen que fluir porque, en caso contrario, habrá consecuencias.

- Para poder afrontar la muerte con los hijos, dices que es necesario que los adultos revisen su concepción de la muerte. ¿Por qué?

Hay que mirar atrás. En el libro ofrezco una serie de preguntas que todo adulto debería pararse a responder y analizar. Todo lo que traemos de nuestra infancia va a teñir cómo criamos a nuestros hijos. Por tanto, si comprendemos nuestra propia historia, nuestros miedos, no estaremos condenados a repetir lo mismo.

Por eso es importante ver, desde la salud mental de los hijos, cómo abordar con ellos este tema. Hay que normalizar con ellos lo que a mi no me explicaron. Y el niño no se traumatiza porque llore sino porque se le deja solo llorando. El llanto es normal y necesario. La muerte de un ser querido es una situación traumática, pero no va a vivir traumatizado de por vida si hay acompañamiento, paciencia, sintonía emocional… con él. En cambio, la soledad con la que pueda vivir el niño la tristeza sí será un evento traumático.

- ¿Y pueden ver a su padre o madre llorar?

¡Por supuesto! ¿Cómo voy a normalizar la tristeza si yo me escondo? Tan sólo si el llanto es desgarrador, como puede ocurrir nada más recibir la noticia porque necesitas sacarlo muy fuerte, te puedes apartar e irte tú solo a la habitación o donde sea. Pasa como con las discusiones con tu pareja: tu puedes discutir delante de tus hijos pero si ves que el asunto está escalando, frenas porque consideras que estáis llegando a un punto en el que tendréis que tratar el asunto los dos aparte. Es sentido común.

Cuando ese desgarro pase a los pocos minutos, seguirás llorando, pero ya te puedes acercar a tus hijos y decirles: «Chicos, la abuela ha muerto. Estoy muy triste y me vais a ver llorar estos días… Y es vital que lloremos porque sentimos tristeza». Yo a mis hijos les tengo dicho que si no lloramos, esa tristeza va a salir por otra parte de tu cuerpo.

- Qué mal llevan las familias encontrar las respuestas adecuadas a preguntas que resultan incómodas: «¿Todos nos vamos a morir?», «¿Papá se va a morir?», «¿Cuándo se va a morir el abuelo?»…

Antes o después, las harán. Y les genera miedo cuando entienden ya el concepto de universalidad de la muerte, se dan cuenta de que es una realidad que nos toca a todos, etc. Lo que tenemos que hacer es responder la verdad de lo que podamos, adaptando el lenguaje en función de la madurez del menor, siendo claros, no con frases tipo «el abuelo está dormido». He tenido casos de niños que, como son literales, no quieren dormir, tienen trastornos de sueño porque temen no despertarse nunca. Y esto es porque no han entendido el proceso de muerte porque nadie se lo ha explicado. La literatura infantil, por ejemplo, ayuda mucho porque ese pensamiento mágico y literal que tienen les hace identificarse con el personaje.

Si te preguntan directamente si tú, como madre o padre, te vas a morir, hay que responder: «Cariño, yo voy a hacer todo lo posible para que eso llegue lo más tarde. Todos nos vamos a morir pero vamos a comer sano, hacer ejercicio y todo lo que esté en nuestra mano. Pero tú estarás a salvo, vas a estar seguro porque, en ese caso, vas a estar acompañado de...».

Tenemos que aprovechar lo cotidiano para explicarles el ciclo de la vida. Por ejemplo, con las flores que se nos mueren, un pájaro que vemos muerto en el campo... Y si fallece la abuela, hay que responder a todas sus preguntas. Si no tenemos alguna respuesta, asegurarle que «le preguntaremos al abuelo, a la tía… a ver si ellos lo saben». Pero hay que dejarles claro que pueden preguntar lo que quieran y que lloren.

- Por tu experiencia en consulta, ¿cuáles son los errores más frecuentes que cometen los padres?

La primera duda es la que ocultar la muerte porque «si se lo digo, se va a traumatizar». La segunda, es que «no lo va a entender» y el tercer argumento más usado es que «los niños son pura felicidad. Para qué entristecerle si ya tenemos nosotros suficiente». Y esto tiene consecuencias. Cuando no les dejamos despedirse, en ese momento no pasa nada. Pero en la adolescencia saldrá la rabia o la frustración de por qué no le dejaron hacerlo.

- ¿Pueden ir los niños al tanatorio, al entierro…?

La despedida es fundamental. Si el menor quiere, sí. Pero hay que explicárselo. Hay que contarle qué es un tanatorio, qué es un entierro, qué es una incineración… Contarles que son lugares en los que se habla bajo, en los que la gente llora, en los que nos reunimos para despedirnos, etc. Se trata de prepararle ante algo que desconoce. Lo mismo que nos preocupamos, durante meses, en explicarle que va a tener una hermanita y se le explica por qué vuelve la cuna a casa, el carro, etc. ¡lo mismo con la muerte! No hay que olvidar que los que dispara su sistema nervioso es la incertidumbre.

-¿Cómo abordar con ellos el proceso del duelo?

Yo suelo hablar de las 5 fases que lo componen pero antes quiero aclarar que éste no es lineal, sino dinámico y que el primer año de pérdida es el primer año de todo: primer cumple sin, primera Navidad sin, etc.

La primera etapa del duelo es la de shock y después, la de añoranza. Luego se pasa por la desesperanza, en la que experimentamos mucha tristeza que acaba en rabia. La cuarta fase es la aceptación, es decir, sabes que es normal sentir tristeza pero ya empiezas a ver que puedes salir adelante. Y, por último, la reorganización, es la que aprendes a vivir sin. Es doloroso pero se puede.

Es necesario, por tanto, acompañar a los niños en todo este proceso natural de adaptación a la pérdida. Pero si yo soy un obstáculo, le impido llorar, etc. va a transitar por un duelo no autorizado, es decir, traumático. Hay que ver a la infancia, a nuestros hijos, en términos de salud mental. Es muy importante no condicionarles a vivir atormentados porque no se van a quedar en los 8 años para siempre.

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