Esto ya no es lo que piensa Cataluña
Por motivos distintos, y hasta opuestos, sería un alivio para todos los partidos catalanes que se borrara del calendario la Diada de pasado mañana. La previsión meteorológica tampoco ayuda
La mancha en tu nombre
-RVOzQfyoo1p6OyptEo6V83K-1200x840@diario_abc.jpg)
Es la primera vez que de la manifestación de la Diada ni se habla y también la primera en que el Govern no estará ni físicamente, ni políticamente ni moralmente tras la pancarta ni los presupuestos de la manifestación del 11 de septiembre.
Han pasado 14 años desde que un tumulto muy mal presentado echó al presidente José Montilla de la Diada que sirvió para protestar contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.
Han pasado 12 años desde la manifestación también «histórica» en la que Artur Mas confundió el enfado popular por la crisis económica con una demostración de apoyo a su presidencia y quiso liderar la ola indignada, convocó elecciones para lograr la mayoría absoluta que no tenía, perdió 12 diputados y acabó montado en la vaca loca de los referendos independentistas para retener el poder y así empezó todo.
La Diada de este miércoles será la primera en muchos años que un gobierno de la Generalitat no habrá convocado ni abiertamente ni con subterfugios. Será la primera vez en mucho tiempo que los organizadores y manifestantes no serán el reflejo de una mayoría parlamentaria. No será la primera vez -ya sucedió el año pasado- pero sí la más amarga, en que los principales insultos y desprecios de la fiesta no se dirigirán a España, sino a la facción de independentistas que no piensan como los convocados o no aprueban sus métodos.
Con el cantautor Lluís Llach como ideólogo jefe, el discurso más radical y arrinconado desdibujará los tiempos en que los manifestantes se contaban por millones, aunque en realidad, nunca en España ha habido «millones» de personas en las calles.
A propósito de Lluís Llach, presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), que es la convocante de la manifestación, su proximidad a Carles Puigdemont es también una explicación de la división sectaria del movimiento independentista y de la consiguiente baja participación que se espera en esta Diada. La guerra fratricida que siempre ha sido el independentismo quedará mejor retratada en este 11-S que en cualquiera de los anteriores, pero aunque sea un ejercicio nostálgico, es importante no olvidar que este tremendo y absurdo lío, y sus nefastas consecuencias para Cataluña, nunca se basó en un desafío real al Estado, sino en una guerra de poder y vanidades entre Convergència y Esquerra.
La renuncia a una sola manifestación en Barcelona da la medida de un independentismo débil y desactivado. Apenas un centenar de personas acudió a recibir a Marta Rovira en su regreso a España, sólo 1.000 arroparon a Puigdemont en su último mitin en el sur de Francia y a su tocata y fuga en Barcelona, que se esperaba multitudinaria, asistieron no más de 3.000 seguidores. Tras catorce años de hordas provincianas destrozando los parterres de la Diagonal y colapsando las principales vías de la ciudad, lo que se espera para el próximo miércoles no es superior a un partido del Barça cuando jugaba en el Camp Nou.
El nuevo Govern de Salvador Illa se ahorraría la incomodidad de «no apoyar pero sin mostrar desprecio»
Con Salvador Illa de presidente, el tono de la política catalana ha bajado los decibelios y sus detractores están desconcertados ante la falta de respuesta presidencial a sus invectivas. El ruido del concierto económico es un fenómeno más del resto de España y en Cataluña todo el mundo ha asumido que es otro enredo de Esquerra para «matar» a Puigdemont, y de Pedro Sánchez para asegurar sus equilibrios presentes y futuros. Por eso el poco debate que ha generado ha servido sólo para que Junts ataque a los republicanos.
Además de la guerra entre partidos, los propios partidos están en severas crisis internas. La más aparatosa es la de Esquerra, con su congreso previsto para el 30 de noviembre sin que de momento se conozca el nombre que los contrarios a Oriol Junqueras quieren presentar contra él. En Junts, el respeto a Puigdemont continúa siendo reverencial, pero el partido se ha dado cuenta de que, siendo el prófugo su mejor candidato, es a la vez insuficiente para ganar unas elecciones y que además con sus últimas actuaciones se está quedando sin relato institucional. El congreso de la formación tendrá lugar entre los días 25 y 27 de octubre y está por ver el papel que se reserva el líder, que prometió que, si perdía las elecciones, como así sucedió, dejaría la política.
Por su parte, la CUP está desaparecida del mapa. La emergencia de la Aliança Catalana de Sílvia Orriols se vive en el independentismo oficial mucho más como una vergüenza que como un revulsivo o un camino a seguir, aunque todas las encuestas señalan que aumentaría su representación si hubiera elecciones. Unas elecciones que, en cualquier caso, no espera nadie.
En la Cataluña de la segunda mitad de 2024, la independencia no forma parte de la conversación ni entre independentistas y el debate hoy más candente es el de la ampliación del aeropuerto de Barcelona, a la que no se oponen ni Esquerra ni Junts, sino los Comunes. Por motivos distintos, y hasta opuestos, sería un alivio para todos los partidos que la Diada de este año se borrara del calendario. El Govern se ahorraría la incomodidad del «no apoyar pero sin mostrar desprecio» y los independentistas se ahorrarían que todo el mundo viera su derrota reflejada en la desmovilización y la bronca. La previsión meteorológica no ayuda: hará sol y calor moderado.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete