11M: 20 ANiversario
ABC, en el lado correcto de la historia
El periódico resistió las presiones para que acogiera las teorías conspirativas de la matanza aun a costa de su difusión. La Justicia avaló todas sus informaciones
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A las 11:32 del 31 de octubre de 2007 Javier Gómez Bermúdez, presidente del tribunal de la Audiencia Nacional que había enjuiciado a los acusados del peor atentado terrorista de la historia de España, comenzó a leer la sentencia. En la redacción de ABC, su director, José Antonio Zarzalejos, seguía la lectura junto a los periodistas de la sección de Nacional. Se palpaba la tensión porque el periódico se jugaba su credibilidad y con ella buena parte de su futuro.
A medida que el magistrado desgranaba los pormenores de la decisión de la Sala, alcanzada por unanimidad, las sensaciones pasaron del alivio primero, a la satisfacción después y a la emoción y el orgullo al final. No era para menos; la Justicia respaldaba todo el trabajo, y también el sufrimiento, de esos tres años y medio en los que muchos intentaron que estas páginas acogiesen teorías conspirativas que formaban parte de una operación política, mediática y económica alzada sobre 192 muertos y 1.857 heridos.
Tras la lectura hubo abrazos del director con la sección de Nacional en general, y en particular con el equipo que llevó el peso de la información del 11M, formado por especialistas en terrorismo, sucesos y tribunales. ¿Cómo era posible que unos periodistas se abrazasen por aquello, cuando no era más que el resultado del funcionamiento normal de un estado democrático y de derecho como era España?
Cambio radical
El 15 de marzo la sociedad española era muy distinta a la de solo cuatro días antes. Se había producido la matanza terrorista; acusado al Gobierno de mentir por su defensa de la autoría de ETA, contradiciendo la investigación; el PSOE había lanzado a los ciudadanos contra las sedes del PP la víspera de las elecciones generales y responsabilizado al Ejecutivo de los atentados por su participación en la guerra de Irak, y finalmente se había producido el vuelco electoral que llevó a José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa. Pero sobre todo, la división entre los españoles era una realidad que aún continúa y por primera vez desde la Transición se ponía en duda la legitimidad de las instituciones.
El frentismo, como era previsible, se trasladó a los medios. Los conservadores, salvo ABC, empezaban a avalar teorías ‘creativas’ sobre la autoría de la matanza. Ya entonces comenzaron las primeras presiones sobre el periódico. ¿Por qué no se sumaba a ese coro mediático, que además sostenía una argumentación tan sugestiva?
Un jueves del otoño de 2004 la Dirección de ABC pidió a dos de los periodistas encargados de la información del 11M que fueran a la planta séptima de la sede del PP porque un alto cargo -se omite el nombre- les iba a explicar por qué ETA estaba implicada en la matanza. «Va a ser la apuesta del fin de semana, pensad en cuatro o cinco páginas». Los profesionales, que jamás habían alimentado esa teoría con sus informaciones, acudieron con curiosidad. A los cinco minutos de conversación, tras varias preguntas, el interlocutor admitió: «No tenemos ninguna prueba de esa vinculación, aunque hay algunas coincidencias llamativas. Pero ninguna prueba». Nada más salir, los periodistas relataron a sus jefes lo sucedido. Por supuesto, no se publicó una línea de aquel disparate.
En diciembre de 2005 Zarzalejos regresó a la dirección de ABC. La primera noche de nuevo en el puesto, ya con el periódico en rotativas, se acercó a Nacional a hablar con esos dos mismos periodistas:
-Sabéis las presiones que sufrimos con el tema del 11-M. Según vuestra información, ¿hay alguna posibilidad de que ETA participara en el atentado?
-Ninguna. Pero si estamos confundidos nos comprometemos a firmar las páginas en las que rectifiquemos.
-No necesito más. El periódico defenderá siempre vuestra información.
Resulta curioso que una decisión profesional que solo suponía respaldar el trabajo de los profesionales de la Casa derivara en un manual de resistencia. ABC no se sumó a la ola de desinformación y mentiras y eso indignó a quienes la impulsaban. Por una razón: el peso del periódico en el centro-derecha era muy importante y la legitimación total de esa operación político-mediática solo era posible con su participación.
Hubo muchos más cuestionamientos como ese en los agónicos tres años y medio entre los atentados y la sentencia. Cada teoría y cada campaña ‘creativa’ lanzada con más o menos ruido por la competencia -la Kangoo y la orquesta Mondragón, la cadena de custodia de la mochila de Vallecas, el ácido bórico, los supuestos rastros de titadyne y un sinfín inolvidable- se sometieron al contraste con las fuentes directas policiales y judiciales y en esa comprobación fueron cayendo una tras otra de forma inapelable.
Surgió así poco a poco un vínculo indestructible entre quienes debían hacer su trabajo y los responsables de respaldarlo, con tiras y aflojas lógicos, con el prestigio centenario de ABC en juego y su futuro empresarial pendiendo en parte de esa delgada línea.
Si alguna vez ha tenido sentido la fidelidad a la verdad, la pulcritud del dato aséptico y la razón de ser del periodismo fue en esa travesía infinita. Pero el precio iba a ser alto. Si el periódico se empeñaba en su postura lo único que quedaba era, primero, desprestigiarlo, y si era posible destruirlo. Zarzalejos fue el medio elegido, pero el periódico era la pieza a abatir. A ello se aplicaron con fuerza los promotores de la operación con la colaboración de parte del PP, que perdería otras elecciones en buena medida por ello.
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Las ventas cayeron. Mucho. La competencia en el sector del centro derecha se frotaba las manos con sus beneficios económicos. Algunos, dentro de la Casa, también dudaron: «Estáis jugando con el pan de nuestros hijos», dijo un compañero, angustiado por el desarrollo de los acontecimientos. Pero llegó el 31 de octubre de 2007 y a las 11.32, entonces sí, todos, dentro y fuera, vieron claro que ABC había estado en el lado correcto de la historia.
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