Rescatar rótulos para salvar historias: la misión de Paco Graco
Un colectivo de artistas recupera carteles de negocios que echan el cierre con el objetivo de preservar una parte de la historia de Madrid

Llevaba 32 años siendo una presencia subversiva en el número 20 de la plaza Tirso de Molina. Cuando Manuel Moreno colocó su neón en su nuevo negocio, muchos le iban con la misma cantinela: «Te lo va a quitar el Ayuntamiento».
«He vivido siempre con esa cosilla porque, por lo visto, el Ayuntamiento no quería neones», cuenta Manuel, «pero el día que abrí, estaba yo más contento con mi luminoso… Pensaba: -'¡Bueno! Si me lo quitan, lo quitan'- Pero no lo hicieron y ha llegado hasta hoy», dice orgulloso.
Ese «hoy» es un lluvioso 18 de marzo, en el que Jacobo Cayetano y Guillermo Borreguero, del colectivo Paco Graco, están subidos a una escalera rescatando con extremo cuidado cada una de las letras que componen el 'Cervecería la Carpa Freiduría' además del diseño de un pez en el centro. «El neón es muy delicado», explica otro de los integrantes, Alberto Nanclares, recogiendo una de las piezas. «Hay que tratarlo bien».
Mientras proceden, Manuel, sentado junto a la barra en el local puesto patas arriba —«con el cierre, lo estamos vendiendo todo»—, trata de lidiar con sus recuerdos. «Me voy a emocionar», afirma apesadumbrado. «Te puedo decir hasta cuánto me costó el rótulo: 500.000 pesetas [3.000 euros]. El logotipo lo diseñé yo». Toma papel y boli y, con una esmerada caligrafía, escribe 'La Carpa'.
Inés Muñoz, una clienta habitual, contempla la escena: «Me he llevado varios menús de recuerdo porque me encantaba ver el cuidado con el que los escribía a mano cada mañana». Lo de «clienta habitual» a Inés le viene de casta: su padre, el filósofo Jacobo Muñoz, era una institución en el restaurante. «En una de sus necrológicas dijeron que había que ponerle una placa en su mesa del Bar La Carpa», afirma Inés. «Para mí, a título personal y emocional, esto es el fin de una era. Es un sitio que mantenía vivo el espíritu de mi padre».
Mientras las letras van desapareciendo una a una de la fachada, entran y salen parroquianos a hablar con Manuel. «Ahora no sabemos dónde iremos», se quejan. «Pocos restaurantes quedan ya como este en el centro de Madrid», saca pecho el hostelero. «Con comida casera, buen producto y a buen precio», dice mientras muestra algunas de las últimas cartas que elaboró.



A su espalda, a modo de esquela, luce un letrero con la fecha del cierre definitivo: 28 de febrero. «Ese día ni servimos menú», recuerda. «El anterior pusimos paella porque era jueves, ¡se nos llenaba el local! Y también los miércoles, que era cuando poníamos el cocido. El padre de esa señorita —señalando a Inés— no se perdía uno. Su gin-tonic al final, su cocido, su copa de coñac y su puro. Hacía una comida completa», afirma en tono jocoso.
Inés ha sido precisamente quien ha puesto en contacto a los integrantes del colectivo Paco Graco con Manuel. «En principio rechacé que se llevaran el neón porque pensé que era un figura que quería comprar gratis; hasta que vino Inés y me explicó un poco el tema, que iría a un museo, y entonces dije: 'Adelante'».
Rótulos vanos
La faena ha terminado. Guillermo, Jacobo y Alberto ya han desprendido tanto el luminoso como la chapa metálica en la que estaba integrado (con espectáculo de radial incluido y con las salidas ocasionales de Manolo para ver cómo evolucionaba la tarea).
Lo cargan en la «furgo» rumbo a La Casa Encendida. Allí lo aguardan letreros de negocios que un día dieron una vida castiza a su barrio y que hoy se exponen como recuerdo de un tiempo, a veces, no tan lejano. «Este de 'La Carpa' tenía 32 años, pero su mundo nos parece como que desapareció hace décadas, como que pertenece a un universo que ya mis hijos no van ni a oler», reflexiona Nanclares.
De las paredes penden insignias tan icónicas como la de la papelería 'Salazar', la confitería 'Los Mallorquines' o la tienda erótica 'Fantástico'. Son una pequeña muestra de las más de 300 que el colectivo ha conseguido salvar.
«Empezamos a recopilar rótulos hace siete años, cuando nos dimos cuenta de que iba a haber una oleada gigantesca de desaparición de comercios porque llegó el final de la ley Boyer, a finales de 2014, y muchísimos locales que vivían con lo puesto desaparecieron», explica Alberto.
Según datos del INE, la Comunidad de Madrid contaba en 2014 con 68.396 locales dedicados al comercio al por menor. En 2019, la cifra había caído en más de 3.000, y a diciembre de 2024 el número había descendido en más de 11.000, un 17%, y esto pese a que la población se había incrementado en más de un 10% en el mismo periodo.
«Con los años empezaron a desaparecer muchísimos rótulos que para nosotros eran icónicos, y desde entonces tenemos el compromiso y un poco la obligación de desmontar todo lo que va cerrando. Los tenemos feos, bonitos, viejos, jóvenes, pequeños, gigantescos, de neón... Y los vamos acumulando de modo que la gente pueda pensar con nosotros, y por su cuenta, qué es lo que está pasando con la transformación urbana», apunta Nanclares. «Pero tampoco queremos pontificar sobre cómo es el proyecto, sino que cada cual se acerque a él como quiera».
Pedazos de memoria
Para sus rescates, el colectivo (compuesto por ellos tres y Mercedes Moral) cuenta con la colaboración ciudadana. «Se nos escapan muchísimos rótulos, todos los días», lamenta Jacobo. Aunque, como señala Guillermo, «cada vez hay más gente que, si ve un comercio que va a cerrar, nos avisa. Estudiamos un poco las necesidades técnicas de cada cartel y estamos preparados para conservarlos con cuidado y repararlos en un futuro. Me gusta mucho que usamos medio muy domésticos. Una vez que los rescatamos los almacenamos en una nave en Talavera donde se quedan esperando una ocasión para exponerlos».



Y como si de una trama oulipiana se tratara, puede que muchos de esos rótulos hubieran sido colocados por su propio tío. «Hace ocho años, Alberto y yo descubrimos que teníamos un tío que era rotulista de profesión, que se llamaba Paco», cuenta Jacobo. «En cierto modo, también nos motivó ese interés de saber qué pudo haber fabricado él, aunque descubrimos que en nuestra familia nadie tenía ni idea de cuáles eran».
«Al igual que en la nuestra, nos dimos cuenta de que muy poca gente se ha pasado su historia familiar», remacha Alberto. «Así que, cuando hablamos de recopilar rótulos, aparecen también muchas historias pequeñas, de vecinos, de los barrios... Para nosotros es importante que cada cual busque la suya».
Sin identidad
Quien se acerque hoy a la plaza Tirso de Molina la encontrará un poco más anodina. El número 20 ha perdido sus luces dejando a la vista una fachada de piedra gris de la que penden dos mensajes. En uno se lee «Cerrado por jubilación», y en el otro, se manda a la clientela a 200 metros, donde se ha recolocado uno de los camareros que acompañó a Manuel durante su trayectoria como hostelero. «El día del cierre estuvimos media hora abrazados, no se me olvida a mí eso», rememora el dueño.
Falta por conocer a qué se destinará el local. «Nosotros estábamos de alquiler y hace un año y medio se empezó a rumorear con la compra de todo el edificio», relata Miguel Ángel, el hijo menor de Manuel, que ha pasado 15 años tras la barra. «Todo se aceleró en diciembre y el jefe [por su padre] decidió que nos íbamos en febrero. No hace falta ser muy listo para suponer a qué dedicarán este edifico en pleno centro…».
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Pero esa será otra historia. Mientras se construye, el rótulo de 'La Carpa' quedará como testigo material de ese pasado en el que los vecinos de Tirso desde la puerta del número 20 espetaban un: «¡Manolo! ¿Qué llevas hoy de menú?».
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