El Manzanares y su atípica galerna
BAJO CIELO
En este marzo que es un noviembre de pena, el clima ha venido a desmentir hasta al Siglo de Oro y también a la generación del 27
El barrio de la 'Conce', vírgenes y colmenas

Ha tenido que caerse el cielo para que Madrid sea una capital de río y agua. Andan los peces despistados, aturdidos, ahogados de tanto caudal. Se ven arrastrados por una corriente que les hace salir a flote, no entienden nada de lo que ocurre. Ellos, ... acostumbrados a nadar de espaldas, se ven ahora envueltos entre mareas y olas que ni el Sena ni el Támesis.
Cuando el alcalde Almeida repobló de peces el seco Manzanares, no tuvo la delicadeza de contarle a los peces que quizá, algún día, tendrían que aprender a nadar a braza o a crol, pero eso ya es tarde. Por eso, si se fijan estos días, se darán cuenta de la cantidad de animales que se acumulan en la ribera del río sin querer bañarse. Algunos se están marchando voluntariamente a las pescaderías. Ni en la peor de sus pesadillas se imaginaron que pudieran vivir en un río con agua. Otros, en cambio, tratan de hacerse los salmones y suben río arriba hasta la presa del Pardo, la misma que ha quitado el tapón para llenar de agua ese río que quiso ser pero que apenas llegaba a nada. Hasta ahora, claro.
Se cifra en 60.000 litros por segundo (ahí es nada), la cantidad de agua que suelta la presa para poder recibir la lluvia de este marzo londinense que atrasa tanto la primavera. Hasta los patos, que estaban acostumbrados a pisar el fondo del suelo, ahora prefieren bañarse en el estanque del Retiro o incluso en los lagos artificiales de la Finca y alrededores. Ya no hacen pie y eso les confunde tanto como a nosotros ver caer día tras día, más agua del cielo. Los más valientes, los que se quedan, han decidido estar huelga hasta que la cosa se normalice. Pero se ha corrido la voz río arriba y, carpas, bogas, bermejuelas, colmillejas y cachos, se agrupan tratando de escapar de un río que les prometieron que nunca tendría caudal suficiente para recorrerlo entero.
Las personas están también desesperadas. Si uno le pregunta a Google Maps cómo llegar de Usera a la calle Mayor, el buscador te ofrece soluciones que van desde el bus, caminando, en coche o nadando a braza, asunto de máxima preocupación para todos aquellos que pensaron que en Madrid no se podía bañar. Pronto, si el asunto de las precipitaciones sigue con esta intensidad, podremos dar paseos en góndola, barcas, motoras e incluso sacarse el PER entre el Puente de los Franceses y el extinto Calderón.
De Quevedo uno recuerda aquello de «Río, que vas por Madrid tan seco y tan sin fortuna, que llevas la arena al mar y dejas el agua en puna. Más que río eres reguero, más que reguero eres zanja, y si llegas a ser río, será por burla o por gracia». Sin embargo, en este marzo que es un noviembre de pena, el clima ha venido a desmentir hasta al Siglo de Oro. También la generación del 27. Gerardo Diego escribió sobre la escasez de agua del río: «Manzanares, río humilde, río devoto y descalzo, que brindas y hurtas espejos, al sesgo de camposantos. Mientras Madrid alza torres, con escándalo de jardines, tú permaneces huyendo, en fidelidad de canto…»
Hoy, Madrid y su Manzanares, recuperan el ritmo del río y sus riberas se llenan de curiosos y fotógrafos, mirones que quieren inmortalizar lo que pasa para cuando deje de ser así. No falta mucho, dicen los meteorólogos, pero cualquiera se fía de alguien en estos tiempos de mentiras sin consecuencias. Mientras seguimos atentos a novedades y nubes, este Bajo Cielo ha querido también dedicarle un poema a este río nuestro que juega a engañarnos. Por eso, queridos lectores, aprovechen y paséense Madrid, su ribera, sus santos lugares y su forma de crecer con esta agua que nos tiene tan sorprendidos a todos. Oh, río Manzanares, tan ufano y sutil, corriente de grandeza… en un mapa infantil. Te llaman el río de pompa y no sacia, y en verano volverás a ser aquel charco con gracia.
Peces, patos, nadadores y guardacostas, no se alarmen. Madrid seguirá siendo una ciudad partida por ríos secos. Primero fue la Castellana, después el Manzanares y, aunque ahora desborde el agua, muy pronto, desfilaremos por los cauces sin temor alguno a mojarnos. Y aquí, estaremos para contarlo.
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