Pintura
El largo rastro de Joaquín Sorolla en Córdoba
El artista valenciano viajó a la ciudad en dos ocasiones, mostró su amor por ella y dejó varios lienzos y dibujos del Patio de los Naranjos
De Romero de Torres a Sorolla: la honda huella de la Edad de Plata del arte español en Córdoba
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Pocas ciudades tuvieron tanto protagonismo en la pintura y escultura española de la Edad de Plata como Córdoba. En primer lugar, porque la urbe aportó uno de los nombres principales del periodo, Julio Romero de Torres, acompañado además de su saga, como su padre Rafael Romero Barros o su hermano Enrique.
A ellos se suman otros artistas importantes de esa etapa como Mateo Inurria, Tomás Muñoz Lucena, Díaz Huertas o García Guijo desde la capital y desde la provincia otros como los prieguenses Adolfo Lozano Sidro y José Moya del Pino y el montillano José Garnelo por citar algunos.
Esa ebullición creativa cordobesa propició que por la ciudad pasasen en esos años grandes artistas como Rodin, Benlliure, Zuloaga o Dario de Regoyos entre otros. También el que quizá sea hoy, junto a Julio Romero, el más celebrado y cotizado pintor de esta generación que vivió a caballo entre el XIX y el XX: el valenciano Joaquín Sorolla y Bastida.
Cien años se cumplen este año de su muerte, lo que ha propiciado que tanto su tierra de origen como Madrid se vuelquen en recordar su figura y difundir su legado pictórico e intelectual. Algo que también se podría hacer desde Córdoba pues conoció la ciudad, la pintó y ha dejado un rastro que va mucho más allá de la calle que tiene dedicada en Poniente, en el barrio de los pintores.
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Están constatados de hecho dos viajes del artista a Córdoba y también se sabe que su experiencia en la ciudad fue grata, según quedó escrito en su correspondencia con su esposa y musa, Clotilde García del Castillo. El legado del artista se extiende además por dos espacios emblemáticos de la cultura cordobesa, el Museo de Bellas Artes y el Palacio de Viana, pues ambos tienen en sus fondos obras nacidas de la mano del gran pintor valenciano.
El primer viaje de Sorolla a Córdoba fue en el año 1902, a punto de cumplir la cuarentena y ya consagrado como uno de los grandes pintores europeos del inicio de siglo tras ganar en 1900 el Grand Prix de París. Fue a comienzos de marzo y la experiencia debió de ser de lo más agradable, pues le escribió a Clotilde que le había faltado tiempo para conocer todo con mayor detalle y reposo, pero que aún así se había dado en la ciudad «un atracón de arte».
La segunda visita tuvo lugar ocho más tarde y enmarcada en el proyecto que el filántropo neoyorkino Archer Milton Huntington le encargó para la Hispanic Society of America.
El proyecto, conocido como 'Visión de España', consistía en que Sorolla viajase por distintas ciudades españolas para componer 14 grandes lienzos sobre su cultura y costumbres con el fin de decorar una de las alas de la sede de esta institución y de dejar testimonio de ese mundo tradicional que se iba con los avances del nuevo siglo.
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Aunque las obras las pintó entre 1912 y 1920 -y no llegarían a colocarse en Nueva York hasta después de su muerte- Sorolla realizó en los años previos viajes por las diversas ciudades de España que consideraba más interesantes para el proyecto. En su itinerario visitó Córdoba de forma mucho más demorada que en la década anterior.
Esta vez vino de hecho acompañado por su esposa, sus hijas y una alumna norteamericana, la pintora impresionista Jane Peterson. Aunque Córdoba no entró finalmente en la galería de la Hispanic Society, sí han quedado de ese viaje varios lienzos y apuntes que el pintor tomó de la Fuente del Olivo del Patio de los Naranjos.
Influjo andaluz
El fuerte influjo de este viaje y de su estancia andaluza se sabe por la propia casa del artista en Madrid, pues en ella mandó construir un patio andaluz claramente influenciado por los patios cordobeses. Con arcadas, surtidor de fuente en el centro y macetas y flores, fue un punto más de inspiración cotidiana.
De hecho, es una temática que aparece en varios cuadros del artista. El estudio del creador valenciano se asomaba por las ventanas a este patio, que se puede ver hoy en la visita del Museo Sorolla. Lo curioso es que mezcló en él su devoción por Andalucía con su filia valenciana, ya que lo decoró con cerámica y objetos artesanales típicos de su tierra natal.
El rastro andaluz de Sorolla abarca, más allá de sus experiencias, otros testimonios. Quizá los mejores sean los cuadros que tiene el Palacio de Viana, dos fabulosos retratos del rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia de Battemberg.
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El del monarca, uno de los muchos que le pintó ya que en los últimos años de su vida aceptó a menudo encargos de la Corona, se puede ver hoy en el comedor de la mansión, mientras que el retrato de la monarca se encuentra en el maravilloso Salón Rojo, donde presidía las fiestas de la casa ataviada la propia reina de fiesta con un elegante y moderno vestido negro que contrasta con su pelo rubio.
Es sin duda una de las obras contemporáneas más interesantes del fondo pictórico de Viana. Ambos retratos son una muestra también de la gran amistad que mantuvo el marqués con Alfonso XIII y su familia.
El legado de Sorolla también queda por último en los fondos del Museo de Bellas Artes. En concreto, en su valiosa colección de dibujos, una de las mejores de España junto a la del Museo del Prado y la Biblioteca Nacional. Allí se hace compañía con otros artistas de fuera de Córdoba pero que tuvieron una larga relación con la ciudad, como es el caso del sevillano Valdés Leal o del francés Jean-Michel Verdiguier.
No es mala compañía para un artista que hoy, un siglo después de su muerte, es un clásico que sigue atrayendo a miles de espectadores que aún se emocionan con su obra figurativa y plena, cargada de sensibilidad y de belleza.
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