'Los de ahí': precariedades y periferias
Crítica de Teatro
Los protagonistas de la obra viven bajo el signo de la precariedad, de la deshumanización, bajo el terror de no cumplir a tiempo y verse despedidos, padecen el abuso de un sistema, la indiferencia de una sociedad que los ignora
Claudio Tolcachir: «Década tras década, los jóvenes parecen descartables, y eso es tremendo»

Crítica de teatro
'Los de ahí'
- Texto y dirección Claudio Tolcachir
- Escenografía y vestuario Lua Quiroga Paul
- Iluminación Juan Gómez-Cornejo
- Sonido Sandra Vicente
- Intérpretes Nourdin Batán, Fer Fraga, Malena Gutiérrez, Nuria Herrero y Gerardo Otero
- Lugar Teatro María Guerero, Madrid
Claudio Tolcachir crea un mundo de márgenes y de periferias, el mundo de esos seres que son menos que cero y cuya vida apenas cuenta para la gran ciudad. Vienen de distintas geografías, su habla delata en alguno que lleva grabado ese destino tanto ... de lo extranjero como del desarraigo. Son repartidores de paquetes, viven pendientes de los designios de una máquina. Su bien mayor, una bicicleta, sin ella todavía serían menos de lo que son, tal vez todavía más invisibles.
Pero en cada uno de ellos alumbra aún la llama inextinguible de lo humano: el amor a una hija recién nacida, la fidelidad a un amigo cuya ausencia está llena de preguntas, o el dolor de tobillo que le hace cojear. Y por supuesto el dinero y los desvelos de su trabajo. No sé si Tolcachir retrata el presente o el futuro que ya está aquí, con sus trazas de apocalipsis y de distopía, con sus dimensiones de miedo, de soledad y de supervivencia, sus perros que acechan, pero donde el calor de algunos sentimientos todavía alumbra por ese arrabal, donde se defiende una dignidad por muy exigua que sea.
¿Quiénes son ellos, los de ahí? Nuno, Munir y Dani, además del ausente Eduardo; es decir, una comunidad nacida alrededor de ese oráculo laboral de la máquina. Viven bajo el signo de la precariedad, de la deshumanización, bajo el terror de no cumplir a tiempo y verse despedidos, padecen el abuso de un sistema, la indiferencia de una sociedad que los ignora. Pero son una comunidad donde hay amores en el límite como el Nuno y Myria, y una vida como la de Susan que se agarran a la compañía de Dani como un gesto más de seguir peleando por la vida.
Con un espacio escénico que se convierte en un personaje más, Tolcachir ha creado un texto muy chejoviano, un texto donde el interlineado es el que nos arroja el verdadero valor de estas vidas que han conocido demasiado pronto el silencio y viven en el silencio. Lo peor es que Tolcachir invita a unas expectativas que se quedan por debajo de lo esperado, hace que el espectador espere un giro en la historia y este no se produce. La obra entonces pierde elevación, pierde fuerza y se convierte en algo demasiado horizontal y hasta cierto punto previsible. Y es una lástima porque aquí está sin duda ese mundo perturbador que nos ha tocado vivir.
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