The Who: un terremoto sinfónico para saldar una deuda histórica
La banda británica, acompañada por la Orquesta Sinfónica de Barcelona, tira de galones y leyenda en su debut en la capital catalana y brilla con una actuación centrada en 'Tommy' y 'Quadrophenia'
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Se lo han tomado con calma The Who, prisas las justas, antes de decidirse a debutar en Barcelona. Sí, debutar. Se dice pronto. Sesenta años de carrera, 'Won't Get Fooled Again' y 'My Generation' calcinadas de tanto retorcerlas en directo y ni un mísero concierto en la ciudad. En 2006 se estrenaron en Madrid y Zaragoza y diez años después, en 2016, regresaron a España para encabezar el Mad Cool y el Azkena Rock, pero la capital catalana seguía siendo una asignatura pendiente. ¿Maldición? Algo parecido. Hubo un amago, un primer intento, hace diecisiete años, pero al final no pudo ser: sólo se vendieron 3.000 entradas para un recinto de 18.000 localidades, así que los británicos abortaron la cita. Adiós muy buenas y a seguir esperando.
Tampoco es que ayer el Palau Sant Jordi presentase un gran aspecto (sillas en la pista, mucha calva en las gradas y distancia social como de concierto postcovid; unas 8.500 personas en total), pero un segundo plantón hubiese estado feo. Sobre todo porque el de anoche era también el primer concierto de una nueva gira europea con la que los londinenses, fogosos exmods, electrizantes y anfetamínicos espeleólogos del 'rhythm'n'blues' e intrépidos hacedores de ambiciosos monumentos conceptuales, vuelven a la carretera para servir algunos de sus grandes éxitos arropados por una orquesta sinfónica.
Pompa y rock and roll para releerse a sí mismos en clave majestuosa y atropellar la nostalgia con toneladas de épica instrumental. Como muestra, la descomunal 'We're Not Gonna Take It', detonación mayor de 'Tommy' y momento más o menos exacto en el que orquesta y banda se fundieron en plena y volcánica harmonía. The Who, amos y señores de la ópera rock, explayándose ahí donde están más cómodos después de un primer tramo de desajustes, cejas arqueadas y ganas de bajar a animarlos desde la banda. Ya lo dijo Townsend antes de despedirse: era su primer concierto en unos cuantos meses y estaban un poco desentrenados. Nada que un par de brochazos de electricidad no pudiese arreglar.
En el fondo del escenario, los músicos de la Orquesta Sinfónica del Vallés achicaban espacios, estiraban crescendos y abrillantaban el sonido áspero y rugoso de 'Amazing Journey'. Mientras, en primera línea, Pete Townsend y Roger Daltrey, 78 y 79 años, respectivamente, comandaban la expedición y arremetían sin vacilar contra los pilares maestros de 'Tommy', 'Quadrophenia' y 'Who's Next', los discos más visitados de la noche. ¿Casualidad? Para nada.
Terceros en discordia
Daltrey, por cierto, aún gasta vozarrón despeinante (también algún que otro desafine que 'feia patir', como en el arranque de 'Behind Blue Eyes') y hasta se permite jugar con el micro y hacerlo volar por el aire como en sus años mozos. Townsend, la procesión va por dentro, regaló algún que otro molinillo, atacó con rabia 'Eminence Front' y exprimió con ganas la electricidad de 'Pinball Wizard' y 'The Seeker', himnos históricos de una banda que, como The Kinks, desempató en su día no pocas discusiones sobre si los Beatles esto o los Stones aquello.
Así que, después de todo, ¿'The Kids Are Alright'? Podrían estar mejor, sí, pero mal no están. Vale que el público menguante enfrió un tanto los ánimos y el formato sinfónico puede generar anticuerpos, pero lo suplieron con creces tirando de tablas, galones pop y sacudidas sísmicas como 'I Can See For Miles' y 'Won't Get Fooled Again' , ambas servidas junto a 'Substitute' y 'You Better You Bet' en ese tramo central en el que dejaron descansar a la orquesta.
Antes de eso, los arreones sinfónicos de 'Overture' y '1921' habían descorchado un concierto en el que los británicos esquivan voluntariamente su primera juventud, esa que era todo descaro, lozanía insolente y flequillos deslumbrantes, para centrarse en su época dorada de los setenta y en los primeros ochenta. Sí, sería raro, por no decir otra cosa, verlos tocar a estas alturas 'My Generation' o 'It's Not True'.
En vez de eso, Daltrey y Townsend se acomodaron en el desencanto punzante de 'Quadrophenia' para, de nuevo junto a la orquesta, encadenar los latigazos eléctricos de 'The Real Me', 'I'm One', '5:15' y 'The Rock'. Próxima parada, Brighton Beach. Los mods, las 'scooters' y la maltrecha azotea de Jimmy. Vientos, cuerdas y Zak Starkey, hijo de Ringo Starr, sacudiendo de lo lindo la batería. Medio siglo después, sigue sonando implacable y sobrecogedor. Intensidad sofocante y muro de sonido 'wagneriano' para dejar bien planchadito al Sant Jordi mientras Daltrey aullaba desde lo alto 'Love Reign O'Er Me'.
¿Rock adulto? Quizá, pero pocos cuasi octogenarios habrá que logren defenderse con tamaña contundencia. En las pantallas, recuerdos a Keith Moon y John Entwistle, ambos caídos en combate, y flashes de todos los desastres imaginables de los últimos años. The Who, en efecto, nunca han estado demasiado cómodos con el mundo que les rodea. Al final, el aquelarre de electricidad de 'Baba O'Riley' puso el broche a una noche de deudas saldadas, terremotos sinfónicos y leyendas que parecen envejecer a una velocidad diferente de la del resto de los mortales.
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