Marisa Medina, la diva televisiva que terminó perdida en la noche
Juguetes rotos
Mujer multifacética y víctima de su adicción al juego y la droga, fue uno de los rostros más populares de la televisión de los 70
Las dos caras del póker

Actriz, presentadora, cantante, empresaria, poeta y escritora. Todo eso y más cosas fue Marisa Medina, uno de los rostros más populares de la televisión en los años 60 y 70 e icono de la noche madrileña. Quienes la conocían admiraron su talento y su ... encanto, pero también fueron testigos de su declive a causa del juego y la droga. Lo perdió todo y se convirtió en un juguete roto por estas adicciones.
Su descenso a los infiernos comenzó a finales de la década de los 80 cuando fue relegada en TVE, su matrimonio entró en crisis y se refugió en el póker, perdiendo cantidades exorbitantes, muy superiores a su patrimonio. «Quedé enganchada por el ambiente del juego clandestino. Me convertí en ludópata, me acostumbré a consumir cocaína», manifestó años después.
Todo esto lo cuenta en 'Canalla de mis noches', unas memorias aparecidas en 2003 en las que realiza un ejercicio de sinceridad. Era más crítica consigo misma que con ninguna otra persona. Hasta el punto de reconocer que desoyó los consejos de su exmarido y sus tres hijas cuando le instaron a cambiar de vida. Se negaba a quedarse en casa y a abandonar su pasión por el juego y su dependencia de la droga, siendo perfectamente consciente de su inevitable autodestrucción.
En mayo de 2009 apareció en el programa '¿Dónde estás corazón?' de Antena 3 y reveló que sufría un cáncer de colon. Un año después, afirmó que le quedaban uno o dos años de vida a lo sumo en 'Sálvame Deluxe'. Decía la verdad porque murió el 11 de abril de 2012 en Alcorcón. Tenía 69 años.
Marisa había tenido una infancia problemática, debido a que su padre abandonó el hogar cuando era una niña. Fue su madre la que tuvo que sacar adelante la familia. Tras estudiar mecanografía y algunos papeles en el mundo del teatro, logró entrar en TVE. Dada su telegenia, fue promovida a presentadora de continuidad. Su trabajo era dar paso de un programa a otro. Ahí empezó una carrera meteórica. Pronto fue elegida para presentar programas como Buenas tardes y a convertirse en una de las estrellas del nuevo medio.
Fue de las primeras mujeres en romper el tabú del acoso sexual, algo que no se podía mencionar sin levantar sospechas
Fue también una de las primeras mujeres en romper el tabú del acoso sexual, algo que no se podía mencionar sin levantar sospechas. Denunció a un dominico que dirigía un programa religioso en TVE que le propuso abiertamente tener relaciones sexuales. Ella se negó en rotundo al igual que con otros compañeros.
En el cenit de su popularidad, Marisa se casó en 1970 con el compositor y Alfonso Santisteban, al que había conocido cuando ella escribía letras para cantantes. Fue un flechazo que pronto desembocó en una boda con más de 1.000 invitados que suscitó las portadas de las revistas del corazón. Su casa se convirtió en uno de los lugares de encuentro de actores, escritores y periodistas en la noche madrileña.
Sus inquietudes intelectuales la empujaron a escribir libros de poesía, a hacer varias películas junto a estrellas de la pantalla como López Vázquez y Alfredo Landa y a hacer incursiones en el teatro como productora y actriz. En esa época, probó la cocaína en un camerino y, años más tarde, se convertiría en adicta.
Todo le empezó a ir mal en la década de los 80 cuando se produjo la tormenta perfecta: declive de su carrera, crisis matrimonial, deudas y droga. Los 90 fueron años negros de una evidente degradación personal que se notaba en su aspecto físico. Su familia logró convencerla para que aceptara el tratamiento en una clínica. Estaba demasiado enganchada al juego, lo que le llevaba a desaparecer durante días de su domicilio sin que sus hijas, que nunca la abandonaron, supieran donde estaba.
Todo le empezó a ir mal en la década de los 80 cuando se produjo la tormenta perfecta: declive de su carrera, crisis matrimonial, deudas y droga
En sus últimos años, en abierto combate con el cáncer, Marisa superó todas sus adicciones y asumió los errores cometidos, que ella asoció a su voluntad de gozar de la vida sin límites. «Mi madre era un alma libre. Así es como ella quería que la recordásemos», declaró una hija.
Sus últimos años de existencia fueron ejemplares. Estrechó los vínculos con sus hijas y recuperó la relación con Alfonso Santisteban, que estuvo cerca de ella hasta el último aliento. Más de diez años después de su desaparición, los claroscuros reflejan las contradicciones de una época que es ya un recuerdo para nostálgicos.
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