Fernando Vicente, un copista en El Prado
Desde hace unos meses, el ilustrador y pintor ejerce de copista oficial en la pinacoteca madrileña
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Fernando Vicente, uno de los ilustradores españoles contemporáneos más conocidos, trabaja de pie frente a 'La fragua de Vulcano', de Diego Velázquez. Son las diez de la mañana y a la sala once del museo del Prado la recorre un murmullo, una ... energía tumultuosa. Los visitantes se agolpan en los pasillos mientras él, con un delantal atado a la cintura y un pincel en la mano, se deja retratar por Ernesto Argudo. Como en su momento lo hicieron Picasso o Fortuny, Fernando Vicente se ha convertido, de manera oficial, en copista de la pinacoteca más importante de España y una de las más potentes de toda Europa. Él, como los grandes maestros, pinta de pie y sin aspavientos, se mete de lleno en el viejo y ya casi olvidado oficio del replicador.
Tradición pictórica
El Museo del Prado es, junto con el Louvre, una de las pocas instituciones que continúa con la tradición de permitir a los copistas hacer reproducciones de los cuadros expuestos en sus galerías. En el caso del Prado, la normativa actual establece un número reducido de copistas autorizados. Para acceder deben presentar su currículum, así como una carta de recomendación de un catedrático universitario que los avale.
«Siempre lo tuve en la cabeza. En un momento en que el ritmo me lo permitió, lo intenté. No dije que soy ilustrador. Aquí soy un copista más. El más rápido, creo. El hecho de trabajar para prensa me permite resolver. Presenté lo que me pedían, lo más importantes de todo, es que un catedrático que te avale». Hasta el momento en que se realizó esta entrevista, Fernando Vicente llevaba pintados tres Van Dyck, dos Madrazo, un Fortuny. «Ahora llevo siete días con la Fragua de vulcano, de Velázquez, analizándolo mirándolo. Al final, el cuadro ya no tiene secretos».
Código del copista
No se puede copiar todo, ni de cualquier forma. Las reproducciones que realizan no pueden ser del mismo tamaño que el original. Deben tener unas medidas específicas, según las dimensiones del cuadro, ya que como máximo puede ser 130 cm x 130 cm. Aunque cada uno pude disponer de ella como desee, cada copia es fotografiada y archivada por el museo del Prado, que permite la reproducción de cualquier obra excepto de 'Las Meninas', 'La maja vestida', 'La maja desnuda' o 'El Jardín de las delicias' que no pueden ser replicadas.
Están autorizadas las copias, no las interpretaciones de los cuadros. Se pinta, además, de pie y con un caballete que proporciona el museo. «De lunes a jueves, cuatro días a la semana, encontramos todo preparado. El jueves retiran los caballetes y cuando vuelves, lo encuentras en su sitio. Es un privilegio estar ante 'La fragua de Vulcano' o los Borrachos, cuadros que está muy presentes en e imaginario colectivo». Y es justo por ese aspecto que señala Fernando Vicente el motivo por el cual el museo cuida cada detalle de esta actividad.
El copista pasa a ser, él también, un divulgador, una parte del museo. «Empecé muy tímidamente, con una tablilla pequeña. Da pudor venir al Prado a copiar un maestro. He visitado mucho a este museo y pensar que puedes estar aquí horas estudiando cada obra resulta un inmenso regalo, algo increíble. Ahora que vengo como copista puedo entrar un poco antes. Me planto en la sala de 'Las Meninas' y diez minutos solo, hasta que llega el primer visitante», dice Vicente.
«Estoy yo aquí»
Su madre, que tiene 88, y su padre, de 94, vienen cada semana al museo del Prado para ver a su hijo copiar las obras del Prado. «Es lo que más les hace ilusión para salir de casa», dice Fernando Vicente, quien tras comenzar su carrera como ilustrador a mediados de los ochenta y acumular experiencia en el sector publicidad, entró con pie firme en la ilustración para medios como El País, Vogue, Cosmopolitan, Play boy, Lápiz o editoriales como Nórdica.
«Después de cuarenta años trabajando y más de cinco libros ilustrados, lo más importante es esto. Para mis padres vale mucho. Han conocido a otros copistas, incluso por su nombre. Ahora soy quien estoy yo aquí. A veces los vigilantes les ofrecían sus sillas para que pudiesen sentarse para verme pintar». Fue en sus visitas, de pequeño, cuando los padres de Fernando Vicente inculcaron a su hijo y a sus hermanas la devoción por el arte, que se convirtió en el centro de su vida y vocación artística.
Velázquez y Madrazo
Las pinturas de Fernando Vicente se caracterizan por la presencia constante de la figura humana combinada con otros elementos que el autor ha ido coleccionando a lo largo de su vida. Sus obras se desarrollan siempre alrededor de la figura humana, asociadas a elementos simbólicos, desde la mitología, la cartografía o la literatura hasta elementos de estudio de la anatomía.
Sus series más conocidas son 'Atlas', que están pintadas sobre mapas, así como 'Vanitas' y 'Venus', que parten del trabajo sobre láminas anatómicas que transforma a través de la estética de la fotografía de los años cincuenta. El diario que lleva en sus redes sociales del trabajo que hace en las salas del museo del Prado es fascinante, ya que es posible ver cómo la mirada y el estilo de Fernando Vicente se vuelcan en cada una de las reproducciones que ha hecho, tanto de los personajes de Velázquez, Marte o los integrantes de La fragua de Vulcano, por ejemplo, hasta el Carlos Luis de Ribera o la Condesa de Vilches, de Federico Madrazo. Son exactos y a la vez muy propios.
El público
Si a un copista promedio le puede tomar seis semanas reproducir una obra, Fernando Vicente necesita alrededor de unos siete días, o incluso menos. «Nunca he trabajado con gente detrás. No soy como esos pintores que están acostumbrados. Viene mucha gente, de todos los países. Los japoneses, por ejemplo, se demoran mucho y observan el proceso a conciencia».
—¿El público interactúa contigo?
—Sí, todo el rato.
—¿Te pregunta cosas?
—Sí, todo el rato.
—¿Te molesta?
—No, me pongo auriculares. A veces deben pensar que soy un grosero, porque no les contesto. En ocasiones, me he girado porque me han dado un toque o he sentido una mano y me incorporo. A veces es muy bonito, porque te giras y tienes una clase de colegio a tus espaldas. Los chavales entusiasmados levantan la mano, te quieren preguntar. Entonces me quito lo auriculares y hablo con ellos. Hay de todo en las salas de este museo: turistas, visitantes concienzudos y hasta algunos que creen que Las Meninas que se exhiben no son las originales o algunos otros que especulan por qué Velázquez pintó tan poco y Goya tanto.
Más de 200 años de tradición
Artistas como Salvador Dalí, Marc Chagall o Degas copiaron en su momento a los maestros del Louvre, la única pinacoteca que, junto con el Prado, admite copistas en sus salas. Desde hace más de dos siglos, el Prado no sólo ha recibido destacados artistas como copistas sino que ha ejercido influencia directa en la pintura europea. Picasso, Fortuny, Rosales, Federico y Ricardo Madrazo, Vicente Palmaroli, Antonio Gisbert Sonia Delaunay, Renoir, Degas, Millet, Toulouse-Lautrec, Monet, John Singer Sargent, William Merritt Chase pasaron por sus galerías. Según reflejan los textos del propio museo, el primer viaje de un pintor de cierto relieve para estudiar sus obras fue el del escocés David Wilkie, quien llegó a Madrid en octubre de 1827 y pasó más de cinco meses estudiando las obras de Velázquez y Murillo. Otros artistas más maduros y con sus estilos ya hechos, acudieron también para estudiar de las fuentes del realismo contemporáneo. Fue probablemente el caso de Courbet, cuya forma como copista en el Museo está registrada el 4 de septiembre de 1868.
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