el animal singular
Leonorista, yo
En España, siempre tan acomplejados por no ser Francia, muchos aún sueñan con descabezar estatuas
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Antes, cuando no vivía en España, todo lo que tenía que ver con la Casa Real me parecía de una antigualla absurda. Ahora pienso que más anacrónico es el antimonarquismo. Odiar al rey, a su familia y a lo que representa es otra manera ... de rendirle tributo. Una manera aún más conflictiva y visceral, como sucede con las pasiones secretas, que si se tratara de una abierta o moderada pleitesía.
La verdadera actitud antimonárquica no es el odio, ni la ironía, sino la indiferencia. Algo más cercano a la actitud que tienen, por ejemplo, los neerlandeses. Del mes que estuve en Ámsterdam recuerdo que las muy contadas oportunidades en que mis conocidos allá se refirieron al rey fue con una simpatía olvidadiza. Alguien dijo algo de la esposa del rey, que era argentina. El monarca solía aparecer en ocasión de alguna fiesta patria y poco más. Era como si se refieran a un fenómeno atmosférico típico de la región, puntual pero que no ocasionaba ningún desastre.
En España, siempre tan acomplejados por no ser Francia, muchos aún sueñan con descabezar estatuas. El ejemplo más reciente lo dio esa aprendiz de Robespierre llamada Ione Belarra. Para justificar la ausencia de las ministras de Podemos en el acto de jura de la constitución de la Princesa Leonor, este 31 de octubre pasado, Belarra dijo que actuando así querían mandar un mensaje.
Ante la promesa de continuidad borbónica de aquel acto, ellas anunciaban que están trabajando para que eso nunca pase, para que la Princesa Leonor nunca sea reina. Lo primero que hice fue hacer una búsqueda rápida en Google. Belarra tiene 36 años. El Rey Felipe VI, 55. Doña Leonor, 18. Si la salud y la paz acompañan al Rey, es probable que Belarra tenga que esperar otros 30 años para ver si puede sabotear o no la transición de la corona. Momento en que la hoy ministra tendría casi 70 y la para entonces reina, apenas 52. Esos números, evidentemente, no cuadran. Además, Belarra y su pandilla no pueden esperar tanto tiempo. En sus declaraciones afirma que la instauración de esa república imaginaria sucederá en los próximos años. Habrá que ver qué pasa. En lo inmediato, sus incendiarias palabras me han terminado de convencer y desde ya me declaro leonorista. Desde la entrega de los premios Princesa de Asturias me lo venía pensando.
Vi a Murakami en la ceremonia y lo envidié. Yo me hubiera quedado petrificado ante la belleza, la educación y el compromiso de la Princesa Leonor. Sería un gesto, obviamente, de sumisión. Pero no ante una persona puntual sino ante un cargo y una idea que, si aún no ha desaparecido del todo, al menos en la España del siglo XXI, es precisamente por causa de quienes con vesania pueril la adversan.
La España de Pedro Sánchez ha involucionado de la madurez a una nueva adolescencia. El país es hoy un adolescente que se autolesiona. Y mientras persista en esa actitud, su única posibilidad de sobrevivencia estará en aferrarse a la instituciones democráticas y monárquicas. Siendo actualmente estas últimas las que han expresado mejor una voluntad de transformarse y adaptarse a los nuevos tiempos que, al igual que los viejos, exigen justicia, libertad e igualdad.
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