Edmund White, confieso que he sufrido
Narrativa
En 'La hermosa habitación está vacía' traza la historia de un muchacho que culmina con los históricos disturbios de Stonewall
Otras críticas del autor

Hoy por hoy, Edmund White (Cincinnati, 1940) es una leyenda de las letras norteamericanas y —como todas las leyendas de verdad— él supo primero que nadie que lo era. Desde el principio de su vida comprendió que ocuparía buena parte de su obra girando, ... casi siempre, alrededor de su condición del 'homo gay'. No importa que se haya estrenado con dos ficciones alegóricas, en su momento celebradas nada más y nada menos que por Nabokov: lo importante —el descubrimiento por Edmund White de que Edmund White sería 'Su Tema' —tiene lugar y título en 1982 con 'Historia de un chico' (clásico moderno ya recuperado por Blatt & Ríos) y consagrada en su momento como una suerte de 'El guardián entre el centeno' homosexual.
Ahora, rescatada también, 'La hermosa habitación está vacía' (1988) continúa la historia ya no provinciana sino metropolitana de ese muchacho llevándolo hasta una primera madurez y culminando con los históricos disturbios de Stonewall, en el Greenwich Village de New York, el día después del funeral de ese icono de la colectividad homo, Judy Garland. Y entonces interrumpirse hasta retomar su tránsito con la posterior 'The Farewell Simphony' (1997) que se ocupa del fin de fiesta por la llegada del indeseable invitado llamado sida.
NOVELA
'La hermosa habitación está vacía'

- Autor Edmund White
- Editorial Blatt & Rios
- Año 2023
- Páginas 280
- Precio 20,90
Más tarde 'The Married Man' sería casi una coda. Ecos y 'ritornellos' a todo lo que aquí se cuenta volverían una y otra vez en 'memoirs' como 'My Lives' y 'City Boy' o 'Inside a Pearl', en otras novelas en las que White no aparece pero sí está, o en formidables meta-experimentos como 'A Previous Life: Another Posthumous Novel' (su última novela publicada) en la que White ya ha muerto y es evocado por un ex-amante.
Liberadores días
Esta compulsión auto/biográfica (que luego White curtiría en magistrales biografías de Proust y Rimbaud y Genet así como en una novelización del mito de Stephen Crane) funciona a la perfección, aunque con un narrador que opta aquí por una mirada más de cronista y testigo de sus tiempos. Por dar más espacio e importancia no ya a su persona sino a los modos en que esa persona supo, por fin, acoplarse y sentirse parte de un movimiento colectivo y reivindicador durante liberadores días y noches históricos de los años 50 y 60. Sin por eso—casi con pasión de diatriba y de yo acuso— dejar de denunciar la opresión de las autoridades y los desmanes cometidos en el nombre de psicoterapias supuestamente «sanadoras».
Dos de sus ficciones fueron celebradas nada más y nada menos que por Nabokov
Y, claro, White acomoda la realidad para que funcione mejor con su ficción: no hay aquí ningún personaje que refleje a Stanley Redfern (su pareja entonces y a quien, en cambio, sí le dedica el libro) y falsea la historia cuando, en la última página, cuenta que ningún periódico se hizo eco de «nuestro Día de la Bastilla» en Stonewall (cuando fue noticia de primera plana de los tres diarios más importantes de Manhattan). Lo que acaba dándole a todo un aire triste y melancólico. Aunque sea, también, un libro muy divertido; pero sin nunca perder de vista que su título sale de una carta de Franz Kafka a su amada Milena e insinuando que lo peor aún estaba por llegar. Pero lo mejor, también.
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