LIBROS
Paul Auster eleva a los altares a Stephen Crane
El autor de Nueva Jersey glosa en un voluminoso libro la figura de su paisano más desde la pasión lectora que del análisis crítico

Nadie puede decir que Paul Auster (Newark, 1947) no sea un autor valeroso. Auster era alguien quien tenía bien atado y establecido su método y su estilo y los parámetros en los que se movía (y de los que no se movía demasiado) para ... escribir amplias miniaturas entre lo existencialista y lo fantástico y lo picaresco. Piezas en las que -más allá de ser un narrador de su patria y, más aún, de su barrio- parecía mirar todo eso con ojos europeos cuando no extraterrestres. Auster era, sí, ‘austeriano’ para éxtasis de sus fans y de sus fanáticos.
De igual manera, los peros que podían llegar a hacérsele/ponérsele eran los mismos que se les podían hacer a otros muy bien establecidos en lo suyo como Stephen King o Haruki Murakami o Salman Rushdie. En resumen: tómalo (léelo) o déjalo , y ya sabes de dónde viene y también sabes a dónde va y quiere llegar.
Pero algo ocurrió con la casi patológicamente obsesiva y minuciosa (y, a su manera, hipnótica) mega-novela ‘4 3 2 1’ en 2017. Un inesperado patear el tablero o, al menos, reubicar su mesa de trabajo con distinta orientación . Posiblemente las ganas de intentar algo nuevo sin por eso privarse de ese viejo reflejo tan automático como más o menos reflexionado que lleva a todo narrador ‘Made in USA’ de intentar (sospechando que nunca se la alcanzará del todo) su aproximación a esa tantas veces arponeada ballena blanca que es la Gran Novela Americana .

Un clásico
No conforme con semejante apuesta (que en verdad era cuatro novelas con un repetido y alternativo protagonista quien, casi en memoria del Augie March de Bellow, nos llegaba como proyectado contra la turbulenta historia modelo ‘60s’ de un país que, por momentos, parecía como invocado, aunque menos estrepitoso, por e l espectro del más Ahab de todos: Norman Mailer ), Auster ahora se zambulle sin salvavidas en la vida y obra de otro nativo de Newark: el maestro del realismo a la vez que muy innovador Stephen Crane (Newark 1871-Alemania, 1900). Responsable de, entre otros, la escandalosa ‘Maggie: una chica de la calle’ (1893), el clásico ‘La roja insignia del valor’ (1895, donde la Guerra Civil se presenta, por primera vez, como «un retrato psicológico del miedo») y de la influyente ‘nouvelle’ con relatos incluidos en ‘El monstruo’ (1899).
Y sí, lo de Auster aquí es, sin dudas, una entregada ‘labour of love’ a la vez que un sinfónico ‘capriccio’. Y uno lo hubiese imaginado a Auster más próximo y afín al más hermético y recluso Nathaniel Hawthorne (de quien ya había prologado su encantador ‘journal’ paterno/filial ‘Veinte días con Julian y Conejito’).
No noveliza a su sujeto, sino que lo narra: lo disecciona sin dejar molécula por clasificar
Pero Auster anuncia desde la primera de mil páginas que está aquí para reparar lo que entiende como injusticia y arrancar a Crane de la inercia de lecturas obligatorias de bachillerato para elevarlo dentro del canon académico a la vez que atraer a la gran masa lectora (cada vez más empequeñecida) a las idas y vueltas de un clásico de obra fundante y de vida más que interesante.
Alguien adelantando la figura del tempestuoso y volátil ‘action writer’ americano cosmopolita (amigo de Conrad y de Wells y emparejado con la primera mujer corresponsal de guerra de USA y más tarde dueña/madame de varios prostíbulos de renombre: la igualmente apasionante y apasionada Cora Taylor de la que Auster se ocupa y rescata) que enseguida heredarían Jack London y Ernest Hemingway y, si se lo piensa un poco, los siempre movedizos ‘beatniks’.

La experiencia de leer
Y advertencia más que pertinente: Auster (a diferencia de lo que hiciera Edmund White en su brillante ‘Hotel de Dream’ de 2007 en la que imaginaba la agonía tuberculosa de Crane) no noveliza a su sujeto sino que, más bien, lo narra: lo disecciona sin dejar órgano o, mejor dicho, molécula por iluminar y clasificar. Algo con el tono y la pasión del alegato final de un abogado estrella dispuesto a lo que sea para hacer justicia para su defendido.
El problema es que, por momentos, Auster bordea peligrosamente la extenuante estrategia de aquel James Stewart en ‘Mr. Smith Goes to Washington’ (‘Caballero sin espada’) en su maratoniano e idealista y patriótico discurso de 25 horas en el Senado. Su entrega es indudable, sí; pero cabe pensar en cuántos austeristas se atreverán a acompañarlo hasta la última línea de tantas líneas maravillosamente investigadas y escritas y, muy especialmente, del análisis de los títulos de Crane a cargo no de un estudioso sino de un colega privilegiando a «la experiencia de leer... una reacción espontánea y directa ante la página» por encima del análisis crítico tradicional. Igualmente, no está de más suponer cuántos estudiosos de Crane ya no habrán asimilado toda esta información (lo de Auster es virtual recolección/comparación remontando todas las anteriores fuentes disponibles) en estudios previos sobre el escritor. Una cosa sí es segura: al calor de ‘La llama inmortal de Stephen Crane’, lo suyo se merece descubrimiento o relectura del mismo modo que Auster una insignia por el valor demostrado en el campo de esta batalla.
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