ARTE
Miquel Barceló: «Lo primitivo es una forma de ser moderno»
Mallorquín de pura cepa y cosmopolita a fuerza de haber recorrido medio mundo en busca de las esencias de su arte, inaugura una exposición en el Museo Picasso de Málaga. Un diálogo entre dos genios

Confieso que con Miquel Barceló (Felanitx, Palma de Mallorca, 1957) siempre he tenido mis más y mis menos. Tal vez sea porque ha alcanzado ese punto de consenso que sólo logran muy pocos artistas en vida, y que tiene que ver con que su ... obra guste a todo el mundo. Y eso, para qué negarlo, a mi siempre me ha resultado sospechoso. El mejor por aclamación popular y casi unánime de la crítica. También puede que me lo haya imaginado como un personaje excesivamente ensimismado en su mundo matérico y, por ende, endiosado. Al margen del fracaso y de las dudas eternas que confunden al ser humano, y no digamos a un creador de su talla. Una exposición en el Museo Picasso de Málaga me permite encontrarme con el Miquel Barceló de verdad: la persona y el artista. Hemos quedado para hablar a las 13:00 horas y es puntual como un reloj suizo. Su voz y su charla resultan tan acogedoras y envolventes como la de aquel «muchacho» recién salido de su Mallorca natal para dedicarse al arte. No es un dios con pies de barro. Es un hombre y un artista en estado puro que emana de la Tierra.
El título de la exposición, «Metamorfosis», nace de ilustrar el libro homónimo de Kafka.
Sí, es curioso, porque cuando me propusieron ilustrar el libro de Kafka no había pandemia... Las grandes obras de arte siempre son contemporáneas… Yo digo a menudo que el arte nunca es una carrera lineal. Siempre es de ahora. Por eso, cuando leemos a Cervantes nos parece que habla de gente que conocemos, y de nuestros afanes e inquietudes. Y Kafka es una prueba perfecta de lo contemporáneo: lo vivimos, lo leemos, parece que adivina lo que ya casi sabíamos.
¿Se siente un personaje kafkiano? Yo un poco sí, para qué se lo voy a negar, con este mundo que nos ha tocado vivir.
-No, pero Kafka es de los autores que cuando leí me sobrecogieron muchísimo de muy joven. Kafka es un producto centroeuropeo, de ciudad, yo soy más rural, de pueblo. De Mallorca, vaya. Pero el humor de Kafka lo comparto mucho, sí. Para mí es un gran humorista, como Cervantes.
También ha ilustrado obras de Dante y de Goethe. Trabajos nada fáciles. ¿Los elige?
Yo escojo lo que voy a ilustrar. De alguna forma, me encanta hacer estos libros… Me encantan los libros: son un gran invento. Y me parece que en tiempos de tanta pantalla tienen una función muy especial.
Si la pandemia ha traído algo bueno es una reivindicación de la lectura y del libro.
Siempre he vivido rodeado de libros. Pero no tengo ningún escrúpulo en contar que cuando me voy de viaje me llevo mi tablet con cien. Si hubiera tenido una tablet en Mali, donde tenía un cofre metálico en el que los guardaba con bolas de naftalina para que las termitas no se los comieran...
«A veces me sorprendo cuando veo mis cuadros antiguos. Tengo la sensación de que nada lo pinto por primera vez»
Los viajes forman parte de su vida y de su obra. De hecho, parte de la exposición incluye paisajes de Tailandia, de La India… ¿Cómo vive un artista viajero el confinamiento?
En Mallorca, pintando en mi casa. No podía viajar como suelo, pero, por otra parte, como no tengo que hacer visitas, es una liberación. Lo normal es que si estuviera en París tendría que dedicar dos o tres horas al día a citas y reuniones por proyectos, y la mayoría, sospecho, prescindibles. Me he liberado de eso y es estupendo. Sólo veo a quien quiero ver y veo más animales que a gente.
Me ha encantado que en la foto que tiene en el perfil de WhatsApp sale con su madre.
Ah, sí, pobrecita, que la veo mucho menos de lo que quisiera, porque somos cuidadosos. La veo de lejos, nos hablamos por teléfono… Pero, sí, la gente de edad es la que lo pasa peor.

Antes de la pandemia, usted colaboró con ella en una serie en la que bordaba sobre dibujos suyos. ¿Van a seguir trabajando juntos?
Sí, seguimos. Nosotros no lo llamamos colaborar, es como una actividad normal. Yo le dibujo cosas y ella borda. Si no, me lo reclama, y ahora con más motivo. Hemos acabado una pieza gigante, muy bonita, y está empezando una nueva. Pero, claro, tiene 94 años, y me dice: «Ya no bordo tan deprisa...». Eso de bordar es punto a punto… Es una buena metáfora de todo.
Me pregunto si los paisajes que se incluyen en la muestra donde no aparecen figuras tienen que ver con el deseo de una vuelta a la espiritualidad.
Cuando dejé de poder ir a Mali viajé bastante por el Himalaya. Subiéndolo, pinté una parte de estas grandes acuarelas, y otra la hice en Tailandia, en un sitio muy salvaje sobre el mar, donde no hay nadie. Hay algo de eso. Estas acuarelas, yo las hacía sin finalidad, por pura intuición, como los cuadros. Pero, sin duda, las obras de la India tienen algo de este mundo budista espiritual. Igual que las obras africanas tenían este aspecto animista, como primigenio...
«Yo voy a buscar setas o a pintar, eso sí que es una búsqueda. Pero, cuando pinto, no es así para nada»
A veces, cuando contemplo sus trabajos, tengo la sensación de que tienen más relación con el arte primitivo que con el contemporáneo.
Sí, cada vez más, y me parece que es una forma de ser moderno. Por eso lo que decía de que el arte nunca es una carrera en línea recta, sino una especie de bucle. El arte, los humanos, lo hacemos por una profunda necesidad. Ya sea una mano puesta en la pared, un signo, o un retrato de Dios. Es una profunda necesidad del hombre, y esta necesidad la vemos en las cuevas de Altamira. Cuando aprecias la precisión de los pintores de la cueva de Chauvet... Hace 36.000 años había un altísimo nivel artístico. El arte es como el clima, hay tormentas, hay chispas y hay atardeceres... No estamos en una decadencia en absoluto.
Del origen del arte al padre de las vanguardias, en cuyo museo expone ahora. ¿Cuál es su relación con Picasso?
Ha sido mi artista fetiche. A veces, de pura obviedad, no lo quería señalar demasiado porque como hay tanta gente que ha hecho pastiches de Picasso… Pero sí, la primera vez que llegué a París me fui a ver todos los talleres y las casas de Picasso, desde Montmartre a Montparnasse. No entré, pero quise ver dónde estaba y dónde pintaba.
¿Tiene más relación con los clásicos y los maestros que con la creación contemporánea?
-En el arte contemporáneo, tengo muy buenos amigos. Piense que los pintores formamos un pequeño club y tengo amigos pintores en Madrid, en Roma, en Londres, en Nueva York, en Nápoles, en Sevilla… Algunos se han muerto, por desgracia. En mi generación muchos se murieron, y muy jóvenes. Se murió Ceesepe, que era un amigo mío de toda la vida, y Basquiat, que era de mi generación, antes de los 30 años.

¿Se considera un superviviente?
Sin duda, sí.
Toca todos los palos de la baraja artística: la pintura, la escultura, la cerámica… Pero, ¿dónde se siente más libre?
Bueno, yo soy un pintor. Cuando me hice el carné de identidad, o el pasaporte, la primera vez, en aquellos años, te preguntaban el oficio. Yo llevaba el pelo largo y el policía me miraba con mala cara… La cuestión es que me preguntó el oficio, y yo le dije pintor, y me preguntó si pintor de paredes...
Ya que habla de esos inicios, ¿cómo mira al pasado y cómo ve su trayectoria?
No la miro mucho, porque no me entretengo en ello. A veces me sorprendo cuando veo mis cuadros de hace tiempo, siempre tengo la sensación de que nada lo pinto por primera vez y que todo lo intenté pintar cuando era adolescente, casi de niño. La angustia y la inquietud que te mueve a hacer eso es también muy placentera. Una especie de dolor y de éxtasis, que hace que uno pinte tantos años. Yo nunca me aburro pintando y es porque encuentro ese viejo sabor que ya conozco: nunca soy capaz de hacer lo que realmente querría hacer, pero en cambio me sale otra cosa que es diferente y muy excitante… Es difícil de explicar, pero eso ya me pasaba cuando tenía diez años.
«Nunca he estado pendiente del mercado, sería como estar pendiente del clima, y es algo que no puedo controlar»
¿La búsqueda continúa?
No sé si es una búsqueda, porque tampoco tengo la sensación de buscar nada. Yo voy a buscar setas o a pescar, eso sí que lo es. Pero cuando pinto no es así para nada. No sé cómo decirlo, pero esta inquietud es lo que hace que uno vaya al taller cada día.
¿Cuándo y cómo descubre que quiere ser pintor?
Era fácil, porque había poca cosa más en mi casa. Si hubiera tenido ordenadores y una guitarra eléctrica y un proyector de cine o una cámara Super-8… A mí me gustaba mucho leer, y parece que todo el mundo estaba de acuerdo con que pintaba muy bien, porque me dieron pinturas desde muy pequeño. También era bueno en otras cosas: las matemáticas se me daban muy bien, pero la escuela me aburría muchísimo y me largaba. Entonces, pintar es lo único que nunca dejé de hacer. Cuando acabé bachillerato, algunos de mis profesores querían que estudiara matemáticas y se enfadaron cuando dije que iba a Bellas Artes, y después solo aguanté una semana allí… Pero, claro, las Bellas Artes en el año 74 o 75 en Barcelona eran como si estuviéramos en 1874. Mientras, en la calle, pasaban un montón de cosas.
De aquella época conserva amigos como Mariscal, ¿no?
Sí, sí, Mariscal sigue siendo un gran amigo mío y es de esta época. Fue mi primer compinche en Barcelona. Él estaba en el cómic underground , yo era un muy buen lector de cómics, y lo sigo siendo, y aprendí muchas cosas de este desparpajo.
Alcanzó el éxito, la buena crítica, muy pronto…
También la mala, ¿no?

¿Se ha sentido alguna vez por encima del bien y del mal?
-La verdad, sin ser pretencioso, es que no le hago mucho caso a la crítica, ni a la buena ni a la mala. Me cuesta mucho leer sobre mí mismo, prefiero leer cosas que me hagan más provecho. Cuando tuve tentaciones de sentirme por encima del bien y del mal, me fui a Mali, Era un poco para no convertirme en un tontaina. Ahí la vida era tan extrema... Es que Mali no es Bali. Me salvó bastante.
¿Se arrepiente de alguno de los proyectos que ha hecho?
Mi libro de proyectos no realizados sería de varios volúmenes, mucho más grande que el libro de cosas hechas.
Cómo es pasar de un proyecto de dimensiones gigantescas, como la Catedral de Palma, a cosas tan delicadas como la ilustración de un libro o una acuarela, sin más?
Intento no hacer jerarquías, ni por tamaños, ni por precio de mercado… La jerarquía y el esfuerzo son muy relativos. A veces, me gusta hacer obras gigantes y, después, también me gusta estar encerrado meses en mi taller solo con cosas que a lo mejor acaban borradas. El fracaso es un derecho del artista.
Habla de fracaso y del mercado que, sin duda, le trata muy bien. ¿Está pendiente de la cotización de su obra?
No, para nada, nunca he estado pendiente del mercado, sería como estar pendiente del clima, y es algo que yo no puedo controlar. Es decir, si tengo que ir a pescar sé si va a llover, pues con el mercado es algo parecido, ni siquiera miro las previsiones, ya lo hace otra gente por mí. Nunca me ha interesado mucho, pero si llueve me doy cuenta.
Tiene los pies en la tierra, a pesar de todo.
Bueno, al menos uno.
«La verdad, sin ser pretencioso, no le hago demasiado caso a la crítica, ni a la buena ni a la mala»
Hablaba del clima, y su obra refleja la Naturaleza… ¿Se trata de una reivindicación ecologista o una comunión con el entorno?
Supongo que las dos cosas, pero nunca me lo he propuesto… Algunas veces mis cuadros parecen abstractos y nunca lo son. Siempre pinto cosas, pero no es una reivindicación, también pinto lo que me como… Pinto lo que conozco y a veces lo que quisiera conocer. Pinto cosas, no puras disquisiciones mentales.
«El arte es una profunda necesidad humana»
¿Cómo es un día de trabajo?
Aquí, en el campo, voy al taller, y después me voy al monte a caminar o al mar; después vuelvo al taller y leo por la noche hasta las tantas. Hago eso desde que tengo doce o trece años. Eso ha cambiado poco.
¿Y allá donde está repite su rutina?
-Sí, tengo una gran facilidad para montar un taller en donde sea, en una hora me monto un taller. Es lo único que he aprendido a hacer en esta vida.
¿Con qué obra suya se quedaría?
Prefiero quedarme con un pequeño Velázquez del Prado: la Villa Médici, por ejemplo… Mías ya tengo demasiadas… Me gusta mucho cuando voy a la Catedral de Palma y veo a la gente mirando mi trabajo ahí dentro. A veces he pensado que si hubiera una especie de erupción volcánica seguramente sobreviviría algún fragmento de cerámica.
¿Y un libro?
Paradiso, del cubano Lezama Lima, que ahora no lo lee nadie y es estupendo. Podría decir mil, pero, hoy, este.
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