Contra el fatalismo en Cataluña

Roberto Fernández es un descendiente de aquellos «altres catalans», en su caso, de murcianos emigrados a Cataluña. Es catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Lérida. Acaba de publicar un libro con título significativo que parte de la preocupación ante los problemas de integración de Cataluña en la España constitucional, particularmente agravados en los últimos años entre las exigencias de una parte de la sociedad catalana que ha apostado por el independentismo y la separación de España contra la ley. El libro empieza con la insurrección de octubre de 2017.

En el marco de la confrontación vivida y sufrida, el profesor Fernández reivindica ante todo conciliación, concordia y cohesión social frente a la bipolarización y las políticas frentistas . No es un equidistante que busca el oportunismo estratégico de situarse en medio de la melé para subirse al carro del presunto ganador. No es, tampoco, un ingenuo que no tenga plena conciencia de las dificultades de convertir la razón teórica en la razón práctica. Tiene claro que la dialéctica de Cataluña con el Estado exige actitudes y decisiones que superen el fatalismo de la conllevancia orteguiana. Hay que empezar por reconocer el problema y buscar soluciones de entendimiento.

Nadie podrá decir que en el libro no se fustiga duramente tanto el discurso ideológico que sustenta el soberanismo como las estrategias independentistas que se sitúan como culminación del pujolismo (asumiendo las críticas que Tarradellas hizo a Pujol ya en 1981 ) con la red de intereses y complicidades que se arrastran camufladas bajo las proclamas emocionales y sentimentales. Se denuncian con contundencia las narrativas supremacista y victimista del «procesismo», la manipulación de la Historia que las ha acompañado permanentemente, el control de los medios de difusión, las contradicciones de una izquierda pseudoprogresista que se ha olvidado de las reivindicaciones sociales, la complicidad de una clerecía poscarlista…

Pero Roberto Fernández defiende que hoy el ciudadano no puede quedarse en la guerra de desgaste mutuo que fractura cada día más, no ya las relaciones Cataluña-España sino la propia sociedad catalana. Y en este sentido da un paso al frente sugiriendo las reformas posibles dentro del marco de la ley: explora, en definitiva, los márgenes que la propia Constitución española y el Estatut catalán ofrecen para extender todas las posibilidades del federalismo del Estado y abrir puertas a temas tabú, sobre todo, los que inciden en cuestiones nominalistas y no en cuestiones de derechos territoriales. Siempre desde el principio de que negociar implica ceder recíprocamente y, desde luego, ceder sólo en lo que la ley y el propio sistema democrático permitan o propicien.

La responsabilidad última, ciertamente, quedará en manos de los políticos que tendrán que asumir los retos que plantea el libro. A lo largo del proceso, desde luego, ha quedado clara la debilidad del Estado para afrontar los desafíos que le venían de la periferia catalana. Debilidad a la hora de ignorar la audacia reivindicativa de los procesistas , debilidad a la hora de marcar los límites. Y en ello, por extraños complejos de inferioridad moral y de vieja conciencia fracasológica, tiene mucho que ver la maldita ecuación del franquismo y el nacionalismo español .

El autor de este libro propone un cambio de actitud desde el propio Estado. Firmeza en las convicciones como demostró Felipe VI en su célebre intervención televisiva (con la que el profesor Fernández se identifica), superación del miedo a las palabras en favor de la claridad de los conceptos, control de las iniciativas con capacidad para saber mover ficha en el tablero político. Contra el fatalismo, el voluntarismo posibilista , la concordia, con la ilusión de que es viable, aunque no sea fácil. Todo lo bueno cuesta.

Han sido y siguen siendo mayoría los catalanes que conjugan sin contradicción alguna, la condición catalana y española. El doble patriotismo catalán y español ha sido una constante en la Historia de Cataluña. Hay que estimularlo, con la plena conciencia de que la sociedad catalana no tiene una única identidad orgánica . Lo demostró Tarradellas cuando en octubre de 1977 se refirió a los «ciutadans» de Catalunya priorizando la ciudadanía sobre la identidad catalana.

La sociedad catalana siempre ha sido plural, a lo largo de su Historia ha habido de todo: unos y otros catalanes. El riesgo es que algunos se conviertan en hunos . La mejor manera de derrotar esos hunos no es la batalla contra los «atilas» de turno, sino demostrarles que l a fuerza de la razón está por encima de la razón de la fuerza, que Europa apoya plenamente la legitimidad de la razón de Estado y, desde luego, es fundamental la exigencia de compromiso de lealtad recíproca en cualquier encuentro negociador.