ARTE
Chillida-Miró: diálogos entre un cóncavo y un convexo
Chillida cuenta con un nuevo invitado en su museo en Zabalaga. Se trata de Joan Miró, del que una pequeña pero intensa muestra establece relaciones con el creador vasco

Desde su reapertura en 2019, ya bajo la batuta de la, Chillida Leku ha pretendido ser algo más que un museo (precisamente ‘Leku’, 'lugar' en euskera, fue la palabra elegida por su artífice para remarcar cómo este tenía que ser un ‘hogar’ ... para sus obras, lo que implica rodearse de invitados). Un espacio vivo y dinámico en el que el legado del creador vasco dialogue con otras realidades, coetáneas y atemporales.
Hitos en el camino
Precisamente estos días, en las once hectáreas de verde prado arbolado en el que se inserta el caserío que en los años 80 los Chillida compraron a Santiago Churruca y que acondicionó el arquitecto Joaquín Montero (en una última fase, ha sido Luis Laplace el responsable de la fisonomía del espacio artístico al que nos enfrentamos hoy), descansa una escultura de exterior, figurativa, de Thomas J. Price (’Reaching Out’, 2020), un artista de la galería suiza; como ya anteriormente conversara con las monumentales piezas del creador donostiarra Louise Bourgeois .

Ahora bien: suscita estas líneas un proyecto algo más ambicioso, una ‘nueva visita’ de un ‘viejo conocido’ del escultor a los espacios de Chillida-Leku , en la senda de exposiciones que ya han puesto en relación las obras del donostiarra con un contemporáneo del mismo como ocurrió con Tàpies en 2021. Le toca el turno a otro catalán, Joan Miró, con el que el vasco llegó a desarrollar una intensa amistad pese a la diferencia de edad.
Chillida conoce a Miró en 1948, cuando el primero, con 24 años, viaja a París para dedicarse ya seriamente al arte mientras Aimé Maeght celebra una exposición del segundo, con 55. Dos años después, la galería de este marchante será también la suya. Ambos quedaban ya vinculados personal y profesionalmente, como permite comprobar la documentación con la que se complementa la cita expositiva, fotos veraniegas en la fundación del francés en Saint-Paul-de-Vence , o el intercambio epistolar entre ambos del que se deduce el apoyo que el catalán ofreció al vasco cuando se genera una polémica a la hora de colgar su ‘Lugar de encuentros III’ (1972) en el Museo al Aire Libre del Paseo de la Castellana : Miró se ofreció a ceder una obra suya si se admitía la de Chillida, y amenazó con retirarla si la de este finalmente no se colgaba...
Por un amigo
Será a su muerte, en 1983, cuando Chillida le compondrá un sentido panegírico titulado ‘Miró rebelde’ y, dos años después, que realizará la escultura ‘Homenaje a Miró’ (Colección Coca-Cola-Atlanta) , una pieza que, reconocería, solo sería posible admitida una realidad: «Miró tiene un poder especial para hacer que sus curvas tiendan a ser convexas. Yo soy más bien cóncavo...».
Ahora, las líneas de uno y de otro convergen en Zabalaga, donde, aunque se prefiere no cruzar las obras –Chillida ocupa la planta baja, Miró, alterna en la primera–, sí que es posible disfrutar de los puntos de fuga, más que evidentes, y de conexión, entre ambos: La escultura como técnica es el más obvio; el sentimiento de pertenencia a la tierra, Donosti en el caso de Chillida, Montroig o Calamayor, en el de Miró: «La tierra es algo más fuerte que yo» , sentenciaba; la necesidad de retornar al origen; el influjo de las vanguardias en su juventud...

La muestra, compuesta por unas cuarenta obras (pequeña, pero rotunda) , rompe alguna marca por distintas razones. De un lado, es la primera vez que una exposición temporal en Chillida-Leku excede los límites del caserío y se extiende al exterior. Allí se han situado dos obras monumentales como ‘Oiseau solaire’ (con sus cuatro 'etéreas' toneladas de mármol de Carrara, que su prestador, la Fundación Miró , hacía tiempo que decidió mostrar protegida en interior), con una copia en bronce de mucho menor tamaño en sala, con lo que se inician las líneas invisibles que unen unas propuestas con otras. También ‘Femme’ (1970) –en diálogo por su verticalidad con ‘Elogio del hierro’ (1991)–, una obra que es un canto a la fecundidad y el matriarcado defendido por Miró.
Sin terminar de creer
También, porque aunque se completa con una buena selección de obra gráfica del catalán (su prestador principal es la Colección BBVA . Y aquí sobresalen ejemplos de sus carpetas ‘Mallorca’, de 1972, y de ‘Oda a Joan Miró’, de 1976, inspirada en poemas de Brossa ), la cita se centra en el Miró escultor («Soy un pintor consagrado, pero un joven escultor», le confesaba a Calder , cumplidos ya los ochenta) y, en gran medida, en ese Miró colorista, incluso de sus bronces, una tendencia que le recomendó iniciar Giacometti hacia 1967. En este caso, las piezas tridimensionales las pone la fundación barcelonesa del artista –donde recaló Chillida en 1986 y 2003. Esta sería la invitación de vuelta–, aunque también sobresalen fantásticos préstamos privados, como la monumental ‘Femme, monument’, que nació del encuentro de una pastilla de jabón usada y un huevo que, sobre la misma, alude a su vacío, generado por el desgaste; o el tapiz ‘El lagarto de las plumas de oro’ , en realidad su primer libro de artista, con una réplica en grabado.
La muestra no pretende ser cronológica (de hecho, se concentra en los años que van de 1967 a 1971, periodo en el que se intensifica la producción escultórica de Miró, aunque hay ejemplos de otras épocas, sobre todo anteriores, al final del recorrido), sino que agrupa las propuestas por temas (‘El jardín’, ‘La tierra’, ‘La sencillez de los objetos’...) y se potencia con otros invitados excepcionales. De un lado, las fotos de Joaquim Gomis y Claude Gaspari , testigos únicos de la construcción de las obras (y en una de ellas se ve cómo Miró le dibuja en tiza sobre el suelo del estudio cómo funcionaba en su cabeza ‘Pájaro lunar’), o el músico Alain Planès , que celebrará en Zabalaga un concierto el 11 de junio inspirado en el catalán.
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