Ladrón de fuego
Un domador del azar
Alberto Reguera ejerce la abstracción lírica, pero lo suyo no tiene etiqueta exacta
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Me gusta visitar al artista en sus talleres. Y si puedo pillarles un rato en la faena, aún mejor. Así, me he asomado algún día al estudio de Alberto Reguera, que es como asistir al catálogo en vivo de la misteriosa meteorología íntima ... de Alberto, que se deja el color profundo y cambiante del alma del día en cada cuadro, cruzando de temperatura la técnica o al contrario. Reguera ejerce la abstracción lírica, pero lo suyo no tiene etiqueta exacta. Ya carga galardones de oro y una carrera muy prestigiada en el extranjero, pero habla bajo, como los niños sabios, y enseña el último lienzo sin mayor vanidad que estar ya trabajando en el siguiente. Yo le sigo hace muchos años, y a él me llevó el poeta y crítico Marcos Ricardo Barnatán, que no falla. Desde entonces admiro su trabajo, que tiene algo de domador del azar y otro algo de joyero de la intuición.
Ya digo que Reguera sostiene, en esencia, una inquietud por la abstracción lírica, pero a menudo va más lejos, montando costados al lienzo para verles a los cuadros el alma incógnita o la entrada lateral. No se trata de un capricho moderno o postmoderno de mero soporte, sino una cuajada osadía de continuar también el cuadro por sus cantos, que así a menudo alcanzan cualidades y calidades tectónicas o esculturales. 'Los lados del cielo' ha titulado alguna pieza esclarecedora. Pues eso. Hablamos de una pintura en tres dimensiones, que reúne todos los triunfos del artista, del barrido rompiente al pigmento palpitante, con mucho firmamento migratorio y mucha columna de nubes, según su riquísimo paisajismo interior, que vuelve siempre a lo mismo, pero sin hacer nunca lo mismo.
Alberto trabaja como un monje, tiene la vida dividida entre París y Madrid, y yo creo que le tira más la 'vichyssoise' cultural del país vecino, y hasta de otros, que el cocido del chisme pseudointelectual que aquí nos traemos. Reguera sabe que en arte se puede ser de todo, menos conservador. Los cielos que roba de sí mismo son los mismos que uno de pronto aprecia, conmovidamente, en el bellísimo desastre del crepúsculo.
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