Pablo Neruda: no hay olvido
El análisis de sus restos zanjará las dudas acerca de si el poeta murió de cáncer de próstata o envenenado

Pasaron cuarenta años pero parece que fue ayer. La muerte de Pablo Neruda, en un hospital chileno, nunca estuvo clara para los suyos. Su mujer, Matilde Urrutia, planteó en diversas ocasiones severas dudas sobre las causas de su fallecimiento. El chófer, Manuel Araya, que le acompañó hasta la víspera de su muerte, se cansó de repetir que a su jefe, ese 23 de septiembre de 1973, le envenenaron. El misterio, por fin, quedará resuelto con su exhumación. El juez chileno Mario Carroza ha ordenado esta semana que se abra el féretro del poeta y un grupo de especialistas analice sus restos para zanjar de una vez por todas la polémica. El Partido Comunista presentó hace dos años una querella con el fin de saber la verdad del principio del fin de Neruda: ¿murió del cáncer de próstata que padecía o envenenado?
El fantasma de la duda sobre los muertos sudamericanos que han hecho historia y en especial de los chilenos, sobrevuela cíclicamente. Sucedió con los expresidentes Salvador Allende y Eduardo Frei Montalvo. Pero también en Brasil, donde está previsto que se abra el féretro de Joao Goulart. El hijo del expresidente -como anticipó el portal sudamericahoy.com- solicitó a la justicia brasileña y argentina la exhumación del cadáver de su padre. Quiere confirmar que, tal y como confesó un agente de inteligencia, fue envenenado por efectivos de la Operación Cóndor, la red de represión coordinada entre las dictaduras de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia en la década del 70 para eliminar a las personas que consideraban «subversivas».
Más muertes oscuras
El caso de Neruda se suma a esta lista de muertes oscuras. La fundación que lleva el nombre del poeta inicialmente era reticente a la exhumación al considerar que no había indicios suficientes para aceptar remover los huesos del escritor. En 2011, cuando el chófer de Neruda empieza su campaña para que se analicen los restos del excandidato a la presidencia de su país y exembajador, emitió un comunicado en el que consideraba: «No existe evidencia alguna ni pruebas de ninguna naturaleza que indiquen que Pablo Neruda haya muerto por una causa distinta del cáncer avanzado que lo aquejaba… No parece razonable construir una nueva versión de la muerte del poeta, sólo sobre la base de las opiniones de su chófer, que viene insistiendo en este asunto sin más pruebas que su parecer». Tras conocer estos días la decisión del juez Carroza, la fundación emitió otro comunicado en el que expresa su confianza en que el proceso, en marzo pero sin fecha concretada, «se llevará a cabo con el mayor respeto y cuidado posible». Asimismo, espera que la medida «contribuya a aclarar las dudas que pudieran existir respecto a la muerte del poeta».
La viuda confió a la enfermera que atendió a su marido sus sospechas
Pablo Neruda se encuentra enterrado junto a su última mujer, Matilde Urrutia, en el jardín de su casa de Isla Negra, frente al Océano Pacífico. Tras quedarse viuda, Urrutia le confió a Rosa Núñez, la enfermera que atendió a su marido durante más de diez años, sus sospechas. «Dos años más tarde de la muerte de don Pablo, un verano, la señora me vino a visitar. Me dijo que sospechaba que a su marido lo habían matado en la clínica, posiblemente con alguna inyección. Fue la última vez que la vi», le confió en una entrevista al periodista Javier García. Francisco Marín, coautor del libro «El doble asesinato de Neruda», en declaraciones recogidas por el portal chileno «El Mostrador», declara que el estudio más determinante es el que «brindará el examen de la hemipelvis derecha del poeta. Si ésta no tiene metástasis, como sostenemos, se desmontará lo que se afirma en el certificado de defunción». En éste figura que «Neruda muere de metástasis cancerosa» y, añade, sería «absolutamente falso. Evidentemente, alguien no puede morir de algo que no padece».
Certificado de defunción
Marín observa que, «increíblemente, en el certificado de defunción no aparece mencionado que fue inyectado con sustancias desconocidas poco antes de morir». La observación del autor apunta a uno de los médicos que trató, ocasionalmente, al poeta. La revista argentina «Ñ» (Clarín) le entrevistó tiempo atrás. Se trata de Sergio Drapper. «El tratamiento que se le hacía a Neruda -asegura- era el indicado por Vargas Salazar (doctor). La clínica no hacía ningún tratamiento que no fuera el indicado por el médico tratante… Lo vi (a Neruda) solamente un instante el domingo 23 de septiembre. A mí no me correspondía atenderlo. Ese día, la enfermera de turno me dijo que aparentemente Neruda sufría de mucho dolor. Le dije que se le aplicaría la inyección indicada por su médico, si mal no recuerdo fue una dipirona».
El 19 de septiembre de 1974 la revista mexicana «Proceso» publicó una entrevista con Matilde Urrutia donde la viuda de Neruda afirma: «El cáncer estaba muy dominado y no preveíamos un desenlace tan repentino. No alcanzó ni a dejar testamento pues la muerte la veía muy lejos». Manuel Araya, el chófer que defiende, incansable, la tesis del asesinato, declara en «El Mostrador»: «No estaba enfermo, pesaba 123 kilos cuando murió». En otro punto de la entrevista asegura que un día antes del fallecimiento, le mandó a Isla Negra a retirar «ropa y libros». Cuando estaba allí, «recibí un recado que Neruda dejó en la Hostería Santa Elena (la dictadura les había cortado el teléfono) donde decía: “Entró un doctor, me puso una inyección en la guata y tengo mucha fiebre”. Horas más tarde, con él en la Clínica, regresé volando a la habitación 406 de la Clínica Santa María. Me mandaron a buscar Urogotan, un remedio para la gota, a una farmacia. Una vez en el coche, me bajaron a patadas cuatro hombres que venían en dos autos. Me llevaron a una comisaría que está en la calle Carrión. Ahí me pegaron y me dieron un balazo en la pierna izquierda. Después me llevaron al estadio nacional, donde dos días después me enteré de la muerte de Neruda. Él murió a las 22.30 de la noche y a mí me detuvieron a las 7 de la tarde».
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