Centenario de su muertePardo Bazán, en la intimidad del Pazo de Meirás: «España se cree viril, pero fue formada por mujeres»

El célebre periodista Ramón Martínez de la Riva visitó a la insigne escritora en su famosa residencia gallega, antes de que el primero fuera asesinado por los republicanos al comienzo de la Guerra Civil y la preciada posesión, entregada a Franco

Emilia Pardo Bazán, durante la entrevista con 'Blanco y Negro', en 1918 - ALBA

MadridActualizado: 08/08/2021 00:12h

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«Es la escritora más apreciable que ha producido España durante el siglo XIX», aseguró el célebre hispanista británico James Fitzmaurice-Kelly, a principios del siglo XX, sobre Emilia Pardo Bazán. Sus palabras fueron recogidas por Ramón Martínez de la Riva con motivo de la visita que realizó al Pazo de Meirás, para charlar con la autora gallega en aquellos tiempos convulsos de la Primera Guerra Mundial. Una entrevista íntima y en profundidad, a la que fue acompañado por el fotógrafo Ramón Alba y que la revista ‘Blanco y Negro’ publicó el 17 de noviembre de 1918 bajo el título 'La cantora de los pazos'.

Entrevista a Pardo Bazán, en 'Blanco y Negro' (1918) - ARCHIVO ABC

Este miércoles 12 de mayo en que se cumplen 100 años de su muerte y que el Ayuntamiento de Madrid conmemora con una amplia programación cultural, cabe destacar la estrecha relación que la novelista, dramaturga y poeta coruñesa, nacida en 1851, mantenía con la casa de ABC.

Prueba de ello es el artículo que escribió para ABC en plena agonía y que fue publicado al día siguiente de su fallecimiento, a los 69 años, en el palacete de Pozas de Madrid, en la calle de la Princesa. «Nos honramos publicando el último artículo escrito por nuestra insigne colaboradora, quien al escribirlo hace muy pocos días, no pudo imaginar que sería su obra póstuma», podía leerse en nuestro diario el 13 de mayo de 1921, junto a su texto titulado: ‘El aprendiz de helenista’.

La entrevista de Martínez de la Riva se produjo tan solo tres años antes, mientras en España se producía una enconado debate sobre la neutralidad del país en la Gran Guerra, de la que nuestra escritora se mostraba a favor. «La guerra ha preocupado a la mujer española lo mismo que al hombre, si bien con menos parcialismo en pro o en contra de los beligerantes. En general, las mujeres han conservado el don de la piedad para todos. Yo, al menos, he oído siempre a las mujeres compadecerse de tanto dolor, de tanta sangre derramada, de tantas víctimas, y creo que, sinceramente, no deseaban la paz para que venciesen unos u otros, sino para que ya no se padeciese tanto», repondía a las preguntas de ABC.

A favor de la guerra

Pero su posición no era unánime, puesto que una parte importante de los españoles lamentaba que España no hubiera entrado en aquel conflicto que acabó con la vida de entre 10 y 31 millones de personas, pero el Rey Alfonso XIII y el presidente del Gobierno, Eduardo Dato, siempre optaron por la neutralidad. Estaban convencidos de que el país no estaba en condiciones de participar en ninguna guerra, aunque una parte importante de los intelectuales y políticos no pareciera estar de acuerdo. Querían ser protagonistas de aquel importante episodio de la historia mundial, sin importar las consecuencias humanas y económicas de la tragedia.

Última página de la entrevista a Pardo Bazán, en 1918 - ARCHIVO ABC

Los periódicos fueron testigos de este tenso debate entre los partidarios de uno y otro bando, de los que abogaban por permanecer al margen de las bombas contra los que no. «Desde que comenzó el conflicto europeo, el pueblo español, como la mayoría de los pueblos neutrales, está en plena guerra civil», llegó a escribir Pío Baroja, también en ABC, en diciembre de 1916. El escritor Ramón Pérez de Ayala llegó a publicar el ‘Manifiesto de Adhesión a las Naciones Aliadas’ en la revista ‘Iberia’, que fue firmado un año después por intelectuales de la talla de Valle Inclán, Gregorio Marañón, Azorín, Unamuno, Menéndez Pidal, Manuel de Falla y hasta el famoso Ortega y Gasset, entre otros más de sesenta escritores, pintores, catedráticos, compositores y escultores.

Emilia Pardo Bazán, primera mujer cronista de la Comunidad de Madrid y una de las escritoras más destacadas de la historia de la literatura española, no estaba entre ellos. Su lucha, como queda demostrado en la entrevista, se centró en la defensa de la mujer, luchando por igualar los derechos y oportunidades con los hombres, intentando que su voz y su pensamiento tuviesen la misma validez. A lo largo de su vida tuvo que hacer frente a insultos y rechazos por parte de los académicos de la lengua de su época, quienes le negaron tres veces formar parte de la Real Academia Española. «Esta patria nuestra, que se creyera tan viril, ha sido formada y penetrada por dos espíritus femeninos, Isabel la Católica y Santa Teresa», subrayaba al respecto.

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Pardo Bazán, en el pazo de Meirás, en 1918 - RAMÓN ALBA

‘La cantora de los pazos’, por Ramón Martínez de la Riva (‘Blanco y Negro’, 17 de noviembre de 1918)

Mientras esperamos a la condesa de Pardo Bazán en el salón, colgado de tapices y con un Niño Jesús de talla sobre la chimenea a la que da aspecto de altar, fíjase nuestra vista en una fotografía que parece querer ocultar su estilo moderno, como avergonzada ante la antigüedad de los objetos que la rodean. Es una fotografía de las Torres de Meirás, residencia señorial de la condesa. Sin alcanzar a verse el Pazo en que está enclavado el castillo, se presiente. Y por lógica asociación de ideas, vienen a nuestra memoria aquellas palabras del ilustre crítico inglés, hispanófilo insigne, Fitzmaurice-Kelly, cuando, al juzgar la obra literaria de doña Emilia, dijo: «Por su riqueza de colorido, por su conocimiento local, por su patriótico entusiasmo y por su exacta reproducción de escenas y costumbres regionales, es por lo que desarrolla mejor la literatura de su exuberante e irresistible temperamento».

Líbrenos el Señor de hacer crítica en estos trabajos, esencialmente periodísticos. Así, pues, quedan esas autorizadas palabras como expresión de uno de los aspectos literarios en que ha culminado la condesa de Pardo Bazán, de quien dice el mismo crítico que «es la escritora más apreciable que España ha producido durante el siglo XIX», que «da conferencias, explica a Tasso y diserta acerca de la novela rusa, sin que esto le impida interesarse por los problemas sociales y en las soluciones propuestas por Jhon Stuart Mill, sobresaliendo principalmente «por la transcripción romántica del mundo visible».

Trazado de mano maestra el retrato literario, acompáñanos, lector, en esta visita a la ilustre escritora. Porque ya está aquí la condesa de Pardo Bazán.

Viste doña Emilia con severa elegancia: una boa de pluma aureola su busto y un hilo de perlas ciñe la garganta; el rostro, de serena nobleza; el cabello, casi blanco en su totalidad. La prosa lírica de un cronista de sociedad ha dicho estos días que a cada idea de su ingenio corresponde un cabello blanco. ¡Calculad si tendrá hebras de plata doña Emilia! La hemos acompañado a su despacho. Un gabinete de trabajo con una enorme mesa en la que resalta —entre varios libros, una escribanía de plata, un jarro de flores y un aparato de luz eléctrica— la máquina de escribir. A ella se sienta la condesa, que comienza a teclear para reanudar la interrumpida escritura.

—¿En qué trabaja usted, condesa?

—Estoy haciendo cuartillas para una obra sobre América. Le he puesto el título de ‘La leyenda de oro’ y es de la época de Hernán Cortés. Le advierto a usted que eso de ‘nuestra leyenda de oro’ es frase de mi exclusiva pertenencia. La lancé en París en 1898, después del desastre, en una conferencia que di en francés en la Sociedad de Conferencias.

—¿Trabaja usted todo el día en esa obra?

—No. Trabajo por las mañanas y el día que tengo que enviar algún artículo de colaboración a algún periódico, ya solo eso me lleva todas mis horas de trabajo.

—¿En qué periódicos colabora usted con más asiduidad?

—En varios, y sin distinción de matices. Ahora, con motivo de la guerra, a la gente le ha dado por fijarse mucho en eso. Yo me limito a enviar mis colaboraciones a aquellos periódicos que me las han demandado. Y eso se debe a que he procurado no tocar asuntos relacionados con la guerra...

—Pues ha sido usted una excepción como escritora y como mujer, pues las mujeres no suelen ser las que ponen menos ardimiento en la expresión de sus ideales.

—La guerra ha preocupado a la mujer española, a mi parecer, lo mismo que al hombre, si bien con menos parcialismo en pro o en contra de determinados beligerantes. En general, y siempre hay que admitir las excepciones, las mujeres han conservado el don de la piedad para todos. Yo, al menos, he oído siempre a las mujeres compadecerse de tanto dolor, de tanta sangre derramada, de tantas víctimas, y creo que, sinceramente, no deseaban la paz para que venciesen aquellos o estos, sino para que ya no se padeciese tanto. Claro es que hubo algunas mujeres que demostraron preferencias, como las que obedecían a entusiasmos políticos y hasta religiosos, según supusieron que era más o menos conveniente el triunfo al socialismo o a la Iglesia. Y el mismo móvil inspiró los conatos de manifestar la simpatía por medio de donativos y auxilios, cosa siempre loable, y más si se hace indistintamente, sin preguntar cómo se llama ni a qué nacionalidad pertenece el que sufre y agoniza en un campo de batalla.

—Según eso, usted cree a la mujer española inclinada a la política...

—No es eso precisamente... Si volvemos la vista al pasado, encontramos el tipo de la política según la mujer, en la mejor y más alta acepción de la palabra. Nuestro momento de mayor gloria proviene de un reinado femenino. Nadie ignora el papel que desempeñó la princesa de Castilla, después Reina Católica, aunque su actuación haya sido discutida como todo lo histórico, puesto que los resultados de su trabajo fueron tales que deslumbran. Si no vendió ni empeñó ninguna de sus joyas para auxiliar a Colón, seguro que protegió al que, sin saberlo, iba a descubrir América. Y en nuestras sabias leyes de Indias se ve su mano piadosa y parece que late su corazón humanitario. Esta patria nuestra, que se creyera tan viril, ha sido formada y penetrada por dos espíritus femeninos, Isabel la Católica y Santa Teresa.

La conversación comenzada al lado de la mesa de trabajo, continúa ahora en un lugar más cómodo y hasta simbólico. Tras del sillón en que se ha sentado la condesa, un tapiz llama nuestra atención.

—Es del siglo XV—nos dice doña Emilia—, flamenco-gótico, en camino del Renacimiento. Representa la danza macabra. Se lo compré a un yanqui que lo encontraba triste. Y vea usted, a mí su contemplación me inspiró un capítulo de ‘La sirena negra’.

—Y la contemplación o el relato de todos los horrores, de todos los problemas que esta guerra ha traído consigo, ¿qué influencia cree usted que ejercerá sobre la literatura?

—Verá usted. La guerra ha cogido a la literatura en un período de franca decadencia, en un mundo moralmente enfermo. Y, claro está, mostraba caracteres morbosos. Si este movimiento que hemos dado en llamar decadente fue pesimista, no es mucho predecir que el triunfo y la perspectiva del engrandecimiento engendrarán optimismos inconciliables con la literatura de las últimas etapas. No creo que puedan prevalecer las negaciones sistemáticas después de la guerra, que tantas cosas afirma.

—En definitiva: ¿qué caracteres cree usted que distinguirá a esa literatura posterior a la guerra?

—Vendrá una literatura de mayor unidad y coherencia que la de estos últimos años. Lo que convendría es que esa literatura sepa sacudirse la imposición moralista y utilitaria y reclamar los fueros de la libertad y la belleza. Y esto es lo que dependerá del triunfo.

—¿Del triunfo?

—Sí, del lado en que se incline el triunfo.

—¿Eso quiere decir que a la literatura y al arte les conviene que gane un bando sobre otro?

—Así lo creo. No sé si me engaña mi simpatía constante hacia Francia, pero me imagino que, para las letras, encierra menos peligro su triunfo que el de los alemanes. Reconociendo las tradiciones de libertad intelectual y filosófica de Alemania, creo que ese voto de obediencia social que caracteriza a la nación es funesto para el arte. El arte es un eterno rebelde...

Hemos procurado recoger la conversación de doña Emilia casi literalmente en aquellos puntos que consideramos más interesantes. ¡Quién pudiera hacer lo mismo con todo lo que la ilustre escritora nos dijo! La condesa de Pardo Bazán, a más de las letras, cultiva el mundo y la vida de sociedad en los términos que su ascendiente aristocrático le exige. Y aparte de estas horas que dedica al trabajo —hoy galantemente a conversar con nosotros—, su vida es un constante atender a reuniones de caridad y fiestas de arte. Mientras hemos hablado, el teléfono nos ha interrumpido cien veces, recordando fechas, solicitando entrevistas.

—Hoy no puedo esperarle —respondía—, tengo que ir al Ritz y después al teatro Cervantes, puesto que es la primera ‘matinée’ de abono. Por la noche no podré asistir a la Comedia, porque espero a Paco Fuentes, que me va a leer la adaptación teatral de una de mis novelas...

—¿De qué novela, condesa?

—De ‘El saludo de las brujas’. La ha puesto en escena en tres actos, pero conste que no acepto la menor responsabilidad. No, no hablemos del teatro... No tengo el menor motivo de simpatía hacia él...

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