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Los pueblos blancos más bonitos de la sierra de Cádiz
Calles decoradas con macetas y coronadas por castillos, iglesias y miradores adornan los montes gaditanos

Pueblos de casas encaladas y calles sinuosas son algo habitual en toda Andalucía. Pero pocos son tan especiales como los pueblos blancos de la Sierra de Cádiz, cuyas casas suben por las laderas de las colinas, en muchos casos coronadas por fortificaciones de origen árabe que tuvieron un papel importante durante la Reconquista. Las calles de pueblos como Olvera, Zahara de la Sierra, Arcos de la Frontera, Setenil de las Bodegas o Villaluenga del Rosario pueden ser empinadas, pero merece la pena afrontar sus cuestas para disfrutar de sus calles blancas adornadas de macetas y de las imponentes vistas que hay desde lo alto de las colinas. Un buen ejemplo es la que hay desde la Plaza del Cabildo de Arcos de la Frontera, junto al parador que ocupa la antigua casa del corregidor, justo al lado del castillo ducal de los Ponce de León y enfrente de la iglesia de Santa María de la Asunción. Allí se abre un mirador justo sobre el más escarpado de los dos acantilados que enmarcan el pueblo, dominando toda la vega del Guadalete, y se pueden ver los edificios asomados al abismo, casi como las casas colgadas de Cuenca.
Estos pueblos también deparan al visitante sorpresas escondidas entre sus calles. Por ejemplo, la Casa Palacio de los Enríquez de Ribera, en Bornos, un edificio renacentista en el que destaca especialmente su jardín, diseñado por el arquitecto italiano Benvenuto Tortello y que incluye una logia abovedada ocupada originalmente por una serie de estatuas actualmente conservadas en la sevillana Casa de Pilatos (cuyos jardines también fueron obra de Tortello). O la singularísima plaza de toros de Villaluenga del Rosario, de planta poligonal y paredes y graderíos de piedra; originalmente uno de sus lados no estaba cerrado y la arena se extendía hasta las peñas de alrededor, desde las que los espectadores veían las corridas. En Villaluenga también hay un cementerio verdaderamente único, con nichos abiertos en los muros de una iglesia en ruinas, quemada por los franceses durante la Guerra de la Independencia (no es el único cementerio de la zona que merece la visita, ya que los de Olvera o Zahara de la Sierra, por ejemplo, tienen unas espectaculares vistas).
Paseando por Arcos de la Frontera se puede encontrar uno con belenes artísticos visitables todo el año, muestra de la gran tradición belenista local; y también con un convento de clausura de mercedarias a través de cuyo torno se pueden comprar dulces tradicionales. Y en Zahara de la Sierra a la subida hasta el casco antiguo le da sombra un bosque de pinsapos -especie autóctona- que crece dentro del propio pueblo. Aunque si hablamos de rincones singulares, pocos hay como Setenil de las Bodegas, «donde el cielo es la roca», ya que sus viviendas están construidas contra la pared rocosa de la colina -donde desde muy antiguo hubo cuevas y abrigos habitados- y varias de sus calles tienen un 'tejado' natural de piedra que les da sombra todo el año.
El reino del cuero
Estos pueblos blancos tienen también una importante tradición de artesanía. El caso paradigmático es el de Ubrique, que abastece de productos de cuero a algunas de las casas de moda más importantes del mundo. Un antiguo convento acoge un museo creado por los propios trabajadores del cuero, en cuya entrada están colgadas las patacabras -herramientas para el trabajo de la piel- de los ya retirados y que cuenta a través de un gran número de enseres la historia de la marroquinería de Ubrique, desde sus humildes comienzos hasta la actualidad. Otro artesano legendario de la zona fue Valeriano Bernal, quien creo guitarras que tocaron todos los grandes del flamenco y artistas internacionales como Al Di Meola. Su tienda -hoy en día llevada por sus hijos, que continúan la tradición familiar- se puede visitar en Algodonales.
Y no podía faltar la gastronomía. En la zona -especialmente en El Bosque y en Villaluenga del Rosario- se elaboran los famosos quesos de cabra payoya y de oveja grazalemeña, las dos especies de ganado típicas de la región. Por allí también han ido surgiendo bodegas que se empeñan en que la provincia no sea conocida sólo por los vinos de Jerez.
Estando en plena sierra, en torno a estos pueblos también hay buenas oportunidades para el turismo activo y de naturaleza: barranquismo en la Garganta Verde, cicloturismo en la Vía Verde de la Sierra, jardines botánicos como los de El Castillejo (en El Bosque), rutas senderistas como la del río Majaceite...
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