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el verano, todos los veranos Comillas

La playa de los «papardos»

Los naturales de Comillas, cuya simpatía hay que merecer, llaman así a los veraneantes, por un pez estacional que devora cuanto puede y luego desaparece

La playa de los «papardos» abc

david gistau

Según una versión más o menos legendaria, Comillas fue en principio la playa a la que iban los balleneros de San Vicente a despedazar las piezas cobradas . Este improbable origen con sabor a Nantucket no impide que sobre los veraneos de la villa, tan cercanos a la Santander de los «baños de ola» con cinturón de calabazas de Alfonso XIII, haya recaído desde hace mucho tiempo un cliché aristocrático. Como si Comillas fuera un trasunto de Brideshead en el que uno no dejara de cruzarse por la calle con nobles vestidos con jersey de pico que volvieran de jugar al bádminton.

Para almorzar el mesón La Cigoña, en Ruiloba. O el cocido montañés de Cofiño.Los naturales de Comillas, cuya simpatía hay que merecer, llaman a los veraneantes «papardos» , por un pez estacional que devora cuanto puede y luego desaparece. Este término, papardo, ahora más generalizado, antaño sí contenía un reconocimiento a los veraneantes clásicos. Porque es cierto que las relaciones del marqués de Comillas con la ilustrada burguesía catalana no sólo atrajeron al principio a un puñado de familias de abolengo que aún frecuentan el pueblo. Sino que lograron que fuera en Comillas donde Gaudí construyera una de sus pocas obras fuera de Cataluña : esa casa de Hansel y Gretel que es El Capricho , cuya torre emerge como un periscopio entre la arboleda que comparte con el palacio neogótico. Las autovías de reciente construcción han llenado Comillas de un paisanaje nuevo y más diverso, a veces de aluvión, en el que predomina la clase media vizcaína por la que han sido construidos los anillos de chalés adosados de la periferia.

No hice la elección de veranear en Comillas. Era algo inexorable. Comillas está tan metido en la memoria sentimental de mi familia que es el pueblo en el que mis padres se hicieron novios, durante un veraneo en el que mi madre, siendo francesa, hizo el papel de sueca del desarrollismo. En el vecino pueblo de Ruiloba, en la bolera y en el prado de mi tío Rodrigo, deben de haber ocurrido los momentos más felices de mi infancia, cuando aún no conocía el significado de la palabra divorcio. Por culpa de esos veranos, padezco un reflejo de Pavlov según el cual el olor a bosta de vaca es el de la felicidad.

Vainas y esqueletos

Tuve mi pequeña crisis con Comillas, durante una época en que los apetitos nocturnos de la primera juventud eran más fáciles de satisfacer en lugares como Ibiza. Pero me he reencontrado gozosamente con esos veraneos «de cuando entonces» , como diría Umbral, gracias al hecho de ser padre de unos niños pequeños que pisan ahora las mismas bostas, vieron el mismo mar por primera vez, se quedan igual de fascinados con los impactos de bala de cuando Juanín y Bedoya mataron a un guardia civil en Pando, y algún día treparán el mismo monte a buscar vainas de ametralladora y esqueletos (y yo me entiendo).

La playa de los «papardos»

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