Los 'niños de la nucle' quieren volver a casa
Pasaron su infancia a pocos metros de la primera central nuclear de España y ahora plantean rehabilitar y comprar las 59 casas que quedaron abandonadas cuando el Gobierno de Zapatero ordenó desmantelar el reactor de Zorita: «Fuimos muy felices, nunca tuvimos miedo. Queremos traer a hijos y nietos»
El desmantelamiento de Zorita llega a su fase final

«La Alcarria es un hermoso país al que la gente no le da la gana ir». La dedicatoria que le escribió Camilo José Cela a Gregorio Marañón en un ejemplar de su 'Viaje a La Alcarria' cobra todo el sentido en mañanas luminosas ... como en la que se elaboró este reportaje, con los campos en todo su esplendor tras las lluvias de Semana Santa. Apenas un par de coches circulan en nuestro mismo sentido por la carretera que lleva a Almonacid de Zorita, en cuya plaza espera su actual alcalde, José Miguel López: «Esta no es la España vacía. Es la España que se está vaciando», matiza. Pero hay excepciones a la regla de Cela, gente a la que sí le da la gana ir, en este caso regresar. Luis Montes llegó a finales de los años 60, con apenas tres años, al poblado de 59 viviendas para las familias de los empleados de la Central José Cabrera, la primera nuclear que se construyó en España. Y ahora a Montes y al menos a otra veintena de antiguos niños de la 'nucle' –como llaman cariñosamente al sitio donde crecieron– les daría la gana volver.
Su ambicioso proyecto pasa por rehabilitar el poblado que quedó abandonado tras el cierre de la central en 2006, un empeño costoso y con numerosos inconvenientes. Uno de los principales, la presencia de doce vasijas de residuos nucleares –los que generó la central durante los últimos 30 años de funcionamiento– que debían haber sido trasladadas al almacén de la cercana localidad de Villar de Cañas, pero que se quedarán aquí 'sine die' al haber descartado el Gobierno su construcción.
Desde lo alto del cerro donde se encuentra el antiguo poblado, con el río Tajo y la Sierra de Altomira al fondo, se entiende mucho mejor por qué los 'niños de la nucle' están empeñados en regresar a un entorno bucólico. «Los recuerdos son buenísimos, aquí pasamos una infancia muy feliz», afirma visiblemente emocionado Montes frente a la puerta donde cada mañana dejaba la cartera y entraba a clase. En ese gran edificio que todos conocían como 'la resi' y ahora también se encuentra abandonado estudiaban los escolares del poblado –casi medio centenar en los primeros años– de todas las edades con una sola maestra. Pero también contenía un comedor, un bar, un gimnasio y, sobre todo, daba alojamiento a los trabajadores de la central que venían sin familia o para la recarga anual. Ahora, los 'niños de la nucle' sueñan en convertir esta instalación que diseñó como el resto de las casas el reputado arquitecto Antonio Fernández de Alba, en un hotel de cinco estrellas, con restaurante –«a poder ser con estrella Michelin», precisa Montes–, piscina, zona termal y hasta un campo de golf en los alrededores. «Si esto lo coge una empresa grande, tiene muchas posibilidades porque el entorno es excepcional», insiste.



Pero de momento no pasa de ser un anhelo. La realidad es la de las baldosas desvencijadas, la de la maleza que crece sin control, la de las canastas de baloncesto rotas en la cancha junto a la que Luis y Sebastián Martín, otro de los niños que llegaron aquí con apenas tres años, rememoran decenas de batallitas de una infancia muy distinta a la que se padecía a finales de los 60 y principios de los 70 en los pueblos de alrededor, algunos sin agua ni luz en las casas. «Teníamos la libertad de vivir en el campo, pero con todo tipo de comodidades que nos ofrecía la central, como piscina, cancha de tenis, de baloncesto, gimnasio, campo de tiro, hacíamos piragüismo, bajábamos al río», rememora Martín. Y su viejo amigo remata: «Vivíamos como los indios». Ambos sueltan una carcajada y nos invitan a ascender por una senda hasta la casa donde Luis se crió junto a sus seis hermanos.
Como indios

Guadalajara
Madrid
Central
nuclear
José Cabrera
Fuente: Map Tiler y elaboración propia / ABC

Guadalajara
Madrid
Central
nuclear
José Cabrera
Fuente: Map Tiler y elaboración propia / ABC
Como las 58 viviendas restantes, el chalet de los Montes lleva sin ocuparse desde el siglo pasado. Los últimos empleados que residieron en el poblado salieron en 2006, cuando el Gobierno de Zapatero ordenó clausurar la instalación nuclear. Por aquel entonces, ejercía de alcalde de Almonacid de Zorita Gabriel Ruiz, que al igual que tantos otros habitantes del municipio era empleado de la central. Ruiz recuerda aquella decisión de cierre como un rejonazo de muerte para un pueblo que aún intenta recuperarse: «Aquí trabajábamos 250 personas, 125 de la propiedad y 125 de contratas. Y aproximadamente cada 13 o 14 meses había una recarga en la cual se desplazaban más de 600 empleados. ¡Imagina lo que suponía todo eso en actividad económica e impuestos municipales! Y de golpe, lo quitan y no dan una alternativa. Igual que no nos preguntaron cuando pusieron aquí la central, tampoco lo hicieron cuando la cerraron», denuncia Ruiz, quien no para de contar la cantidad de planes y promesas incumplidas para Almonacid y el resto de esta comarca despoblada y envejecida como pocas. «Lo que está ocurriendo aquí –prosigue– es un aviso a navegantes para los pueblos que, como el nuestro, van a sufrir las consecuencias del cierre programado de todas las nucleares. Les van a prometer el oro y el moro, pero luego nadie va a ayudarlos».
El actual alcalde, José Miguel López, también del Partido Popular, nos abre las puertas del ayuntamiento, pero advierte de su apretada agenda matinal: un entierro de un amigo a las doce, y luego, concurso de tortillas y clausura de la feria de abril que han organizado un grupo de vecinos de una localidad donde antes florecían bares y comercios por doquier para atender a una población que se multiplicó y en el que cuesta trabajo un domingo por la mañana encontrar un sitio abierto en el que tomar un café. López corrobora punto por punto todo el relato de su predecesor en el cargo: «Nosotros estamos trabajando por dar un futuro a este pueblo, pero somos una alcaldía pequeñita y no tenemos recursos suficientes, bastante hacemos. Las alternativas las tendrían que haber dado la Junta de Castilla-La Mancha y el Gobierno de España, pero aquí seguimos esperando», se queja López, mientras Ruiz ofrece la que cree que sería la mejor solución para todos: «Poner aquí otra central nuclear, sustituir la que se acaba de desmontar por una nueva. Pero este Gobierno no está por la labor y creo que es un error. Una cosa es que no quieras hacer centrales en sitios donde no las ha habido, pero prescindir de una instalación que te da energía limpia los 365 días del año, 24 horas al día, es un despropósito, en un momento en el que en Francia y en el resto de Europa se está volviendo a hacer una apuesta por una energía que la UE ha declarado verde».

En Almonacid de Zorita, dos décadas después de aquello, no terminan de comprender las razones del cierre de la central, que «no pueden ser motivos de seguridad, porque si hubiera habido problemas no se habría esperado a cerrarla en 2006, se hubiera hecho mucho antes», argumenta el exalcalde, quien constata que no hubo «ninguna contaminación ni accidente de ningún tipo en casi 40 años». Y se remite al estudio epidemiológico que el Consejo de Seguridad Nuclear encargó en 2009 a la Universidad Carlos III, que concluyó no haber «detectado resultados consistentes que muestren un efecto de incremento de la mortalidad por diferentes tipos de cáncer asociados a la exposición de las personas a las radiaciones ionizantes debidas al funcionamiento de las instalaciones».
«Desinformación brutal»
Los antiguos niños de la nuclear son prueba visible de esta percepción de ausencia de riesgos para quienes viven y conviven con una central. «Yo siempre he estado tranquilo por la seguridad, pero cuando me fui a estudiar a Madrid, con trece años, al Instituto Ramiro de Maeztu, me topé con un sentimiento generalizado antinuclear. Mis compañeros de clase pensaban que los que habíamos vivido allí tendríamos malformaciones; había una desinformación y una manipulación brutal». Gabriel Ruiz también rememora cómo alguna secretaria llegaba al Ayuntamiento con el miedo en el cuerpo y con ganas de pedir traslado a otro pueblo cuanto antes: «Ni las autoridades ni las empresas se preocuparon jamás de desmentir los informes de los ecologistas que aseguraban sin pruebas que el terreno estaba contaminado o había peces con malformaciones. Cuando se demostraba que eso no era cierto –se queja– el desmentido pasaba desapercibido y nadie se enteraba de la verdad».
«Lo de aquí es un aviso a navegantes para otros pueblos con nucleares. les prometerán el oro y el moro, pero se olvidarán de ellos»
Carlos Barrachina, otro de esos chavales que llegaron con apenas tres años a la José Cabrera, ha seguido vinculado a las nucleares el resto de sus ya 59 años de vida. Hijo de empleado de una central, está cerca de la jubilación como trabajador de Trillo I. Jamás vio peligro ni para él ni para los suyos: «Fíjate que nosotros vivíamos a muy pocos metros del reactor, pero nunca tuvimos miedo, porque nuestros padres nunca nos lo inculcaron; al contrario, siempre nos transmitieron seguridad, porque al fin y al cabo ellos mismos eran los que estaban velando por que no hubiera ningún problema. ¿Cómo se iban a poner en riesgo ellos y ponernos también a nosotros», razona mientras enumera las ventajas: «En el poblado éramos completamente libres, todo el día jugando en el campo hasta que las madres salían a llamarnos a voces, como se hacía antiguamente».
Frente a la antigua casa de Luis Montes, ahora cerrada a cal y canto, tanto él como Sebastián Martín confirman la infancia casi idílica que vivieron en este lugar donde las puertas estaban siempre abiertas de par en par, «o con las llaves puestas… y nunca ocurrió nada». Montes ha transmitido estas vivencias a Maty, su mujer, que aunque no residió en el poblado, está muy implicada con el proyecto de rehabilitarlo: «Él lo ha vivido tanto, nos lo ha contado tanto y hemos venido tantas veces, que es como si hubiéramos nacido aquí. A nuestros hijos también les seduce mucho el plan de salir de Madrid, incluso para vivir aquí entre semana teletrabajando. Esto es un paraíso, y además está a poco más de una hora de la capital», resume. Pero para que la veintena de antiguos 'niños de la nucle' que han mostrado su deseo de regresar con sus familias –así como otras personas que estén interesadas– puedan volver a dar vida a las 59 viviendas, hace falta una fuerte inversión.
«Hay que buscar ese dinero con fondos europeos y vendiendo las viviendas a un precio razonable. Hay que dar facilidades porque si no, va a ser difícil convencer a la gente de invertir aquí», explica Montes, ingeniero industrial, que ha redactado un plan de viabilidad técnica, legal y económica de 24 páginas. El proyecto detalla cómo habría que dar solución al suministro de agua potable y de riego; la renovación de aguas residuales mediante la construcción de una depuradora y un nuevo depósito; la instalación de un nuevo suministro eléctrico –que como el agua dependían de la central desmantelada–; la conexión telefónica y canalización de fibra óptica, así como la reforma de aceras, jardines, viales, la residencia y, por supuesto, las viviendas, que precisan un lavado de cara a fondo después de tantos años sin estar habitadas. El plan también incluye la rehabilitación de la antigua residencia –un edificio de unos 3.500 cuadrados de superficie distribuidos en tres plantas con 25 habitaciones para uso hotelero– que sería adjudicada por régimen de concesión durante 20-30 años a una empresa que estuviera interesada en dar vida a este entorno.
El proyecto elaborado por Luis Montes está siendo presentado desde principios de año a las instituciones y a Naturgy, propietaria de los terrenos al ser heredera de Unión Hidroeléctrica Madrileña, que construyó la central y su poblado a finales de los años 60. Fuentes de Naturgy aseguran a ABC que la empresa está estudiando en este momento el último cambio en el plan público de gestión de residuos nucleares «para saber cómo la creación de un centro de almacén de residuos en el entorno de la antigua central afecta al perímetro del poblado».
Evitar la demolición
Por su parte, el alcalde de Almonacid de Zorita ve con buenos ojos el plan presentado por los antiguos 'niños de la nuclear', o cualquier otra solución «con tal de que no se derruya el poblado, que es lo que no queremos nadie». Sin embargo, José Miguel López apuesta más por un proyecto de 'cohousing', que pasaría por ampliar al poblado la actual residencia de mayores 'Virgen de la Luz', que es actualmente la mayor empresa del municipio. «Esto nos permitiría duplicar las plazas actuales con otro tipo de residentes más jóvenes y con otro tipo de necesidades. Hay empresas que están especializadas en ello y que lo están mirando. Básicamente, lo que significa es que tú tienes tu apartamento, pero también tienes servicio médico y cuidados en el mismo complejo aunque vivas por tu cuenta», explica.
Sea un proyecto, otro o la combinación de ambos, lo cierto es que tanto los 'niños de la nucle' como el Ayuntamiento tendrán que sentarse con la empresa para buscar una salida: «No tenemos la propiedad, y si no tenemos la propiedad, no podemos plantear absolutamente nada. Tenemos que negociar con Naturgy, y ellos en principio parece que están receptivos, pero nada más», afirma el alcalde antes de abandonar esta mañana de abril el edificio consistorial y volver a las calles de Almonacid, donde continúa la conversación sobre las bondades de esta comarca donde hizo su última parada Cela en su 'Viaje a la Alcarria' de 1946. No nos cruzamos con ninguno de aquellos habitantes de Zorita, que el premio Nobel describía «de raza rubia, como los alemanes o los ingleses», ni tampoco con «los dos pastorcillos que guardan un rebaño de cabras» junto al Tajo. Realmente, no nos cruzamos con casi nadie. Porque abandonada la central, abandonado su poblado y sin alternativas en el horizonte, «a la gente le sigue sin dar la gana ir».
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