A realce
El 'museo' de Rodríguez Ojeda en Los Terceros
Los coincidentes palios del Subterráneo y la Victoria, como antes sucedía con el de las Lágrimas, son la muestra de la evolución del genial bordador en un sólo vistazo
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Siete años después, se repite la estampa. Bajo el fastuoso sotocoro de yesería de la Iglesia de los Terceros vuelve a haber dos palios, que los equipos de priostía van montando al vertiginoso ritmo que imprime el tramo final de la Cuaresma.
Las generaciones más jóvenes de cofrades tal vez incluso sufrieran cierta enajenación en aquella cuenta atrás de 2019 cuando, tras más de una década continuada, no encontraron el palio de la Virgen de las Lágrimas de la Exaltación junto al de María Santísima del Subterráneo en su primer vistazo de la sede de la Cena.
Este 2025, por avatares similares, será la cofradía de Las Cigarreras la que ponga su cruz de guía en la calle Sol, gracias al talante siempre acogedor de la corporación que comanda Álvaro Enríquez.
En estos tiempos en los que no se precisa siquiera un aniversario redondo para conmemorar un hecho histórico, en el templo de Consolación se va a producir uno: dos hermandades que han sido pasado y presente de Los Terceros volverán a radicar bajo sus remozadas naves de cara a la Semana Santa.
Los de la Sagrada Columna y Azotes realizaron sus cultos aquí entre 1674 y 1904, salvo lapsos puntuales del convulso siglo XIX, en la que todavía sigue siendo su capilla en propiedad.
Poco más de tres décadas después llegaría La Sagrada Cena, aunque también con varios años de ausencia por desavenencias con la comunidad religiosa Escolapia allí asentada. En 1973, ya pasó a ser la sede canónica definitiva de la cofradía del Domingo de Ramos.
Entre las varias similitudes de ambos períodos destaca la presencia siempre de una talla vulnerable de Jesús en alguno de sus pasos procesionales. Si ahora se reconoce con facilidad al Señor de la Humildad y Paciencia, entonces era el doliente Cristo de la Púrpura, que recoge sus vestiduras tras el intenso pasaje de la flagelación.
Pero sobre todo, sobresale el hecho de que ese espacio bajo el coro se haya convertido, por la tradición que brinda la costumbre, en una suerte de museo de Juan Manuel Rodríguez Ojeda.
En estos momentos es posible contemplar, en un sólo golpe de vista, dos muestras del esplendor del bordador. Por un lado, el palio de cajón de la Victoria, de 1898, y por otro, a escasos metros, el de leve figura del Subterráneo, que casi tiende a la línea recta en la parte superior de las bambalinas y cuyos extremos se recogen, evocando al modelo previo, con las personales corbatas. Un cuarto de siglo dista entre ambas obras de arte.
En ese espacio dedicado de manera oficiosa a la maestría de Ojeda también estuvo ese palio de las Lágrimas, creado siguiendo unas sinuosas caídas en el intermedio 1902-1903.
Dice el refranero popular que no hay mal que por bien no venga y, sin duda, los contratiempos de la esperada obra de la Fábrica de Tabacos van a ser sinónimo de estampas para atesorar... y 'musealizar'.
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