Congreso de Hermandades y Piedad Popular
Un congreso uno y trino
El encuentro sobre la piedad popular deja ponencias deslumbrantes, prejuicios tirados por tierra y un orgullo renovado en las hermandades
La terna De Mendonça, Hadjadj y Galli ofrecieron unas conferencias de altísimo nivel intelectual imposibles de eludir
El arzobispo de Sevilla propone un observatorio permanente de piedad popular como continuación del congreso internacional

A la hora de hacer un balance ―apresurado, casi sin reposar, después de las proporciones de la procesión magna de clausura― del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, es preciso acudir a la lectura del punto 12 de la constitución dogmática 'Lumen ... gentium' como recomendó el teólogo de Buenos Aires Carlos María Galli. A la luz de ese texto del Vaticano II se entiende mejor el sentido de la fe del pueblo caminando en esperanza animado por el Espíritu Santo.
Y se llega a la conclusión de que el congreso ha sido un verdadero regalo que no se puede obviar resguardándose cada uno en sus apriorismos y sus prejuicios establecidos, porque de esos han caído a manojitos estos días en la Catedral. Todos esos 'cofrades conspicuos' que miraron el congreso y la Magna por encima del hombro, recelosos de que cardenales y teólogos vinieran a hablarles de lo que viven y hacen, podrán leer las actas y rumiar las interesantísimas apreciaciones formuladas, pero se han perdido el impacto de la sorpresa.
Ha sido obra del Espíritu Santo, que ha soplado como un vendaval en las conferencias y mesas redondas. Merece la pena recordar las siete conclusiones que expuso el domingo por la mañana monseñor Saiz: redescubrir la mirada transformadora de Dios; comunión y sinodalidad frente a individualismo y subjetivismo; el misterio divino como fuente de santificación; fermento en medio del mundo; hacer presente el amor de Dios en medio de su pueblo; dar razón de la fe y la esperanza; y el observatorio de la piedad popular.
De Menzonça a Hadjadj: los más sugerentes
Este cronista pudo empezar a aplicar en la procesión de clausura esa «audaz renovación de la mirada» sobre las imágenes devocionales de la que hablaba el arzobispo y que había sugerido en su refulgente conferencia el cardenal José Tolentino de Mendonça, que fue abriendo puertas a la fraternidad dentro de las hermandades de una manera tan poética como deslumbrante. Fue quizá la conferencia más sugerente.
La de Fabrice Hadjadj fue la más provocadora, como era de esperar. Con una crítica a la «religión sapiente» (la de los sabios, los eruditos, los que no se dejan enseñar nada porque creen saberlo todo) apoyándose en una copla cuya índole sexual quedaba meridianamente implícita: «Bonita / cuando seremos / como los pies del Señor; / uno encima del otro / y un clavo en medio». Hay que tener mucho cuajo intelectual y espiritual para arrancar ahí su ponencia en un congreso sobre religiosidad popular, pero salió airoso y nos convenció de que la fe de los sencillos es tan o más válida que la de los teólogos.
Algo de eso nos había apuntado Galli en la tarde del viernes. Densa, algo deslavazada porque iba abreviando y entremezclando anécdotas personales, el teólogo argentino, amigo íntimo del Papa, sumergió a los presentes en su teología del pueblo, habló de inculturación y renegó de un «cristianismo monocultural y monocorde». ¿Cómo no aplicarlo también a la idiosincrasia de cada hermandad y cada cofradía como se vio el domingo en la procesión?
Esa terna de ponencias extendió las fronteras de la piedad popular tanto como Francisco está haciendo con las periferias de la Iglesia, abriendo campos inexplorados que los cofrades harían bien en transitar en los próximos años con apertura de mente y corazón a la acción del Espíritu Santo. De sorpresa en sorpresa, claro.
No las hubo, eso sí, en la ponencia de las hermanas de la Cruz, la más aplaudida, más como homenaje de Sevilla agradecida a las hijas de Madre Angelita. En ese caso fue más importante quién y cómo lo dijo que lo que dijo. Entraba dentro de los planes como un golpe de efecto allí y entonces. Se consiguió, pero presumiblemente se agota en sí mismo.
El cardenal Farrell, 'ministro' papal para los Laicos, Familia y Vida, desgranó una ponencia contra el ombliguismo hispalense, aunque gustara precisamente porque parecía que estaba hablando de Sevilla. Su pormenorizada descripción de los comportamientos que socavan la hermandad valen para cualquier ciudad. No, no somos más cainitas ni menos fraternos que nadie en el orbe católico, así que no vale hacer bandera propia de esas disputas ridículas que a menudo se ven dentro de las hermandades y de unas cofradías con otras o con los pastores. Lo siento, en eso no somos nada originales.
Completa esta terna la conferencia de Dario Vitali, profesor de la Gregoriana de Roma, que alertó de algo que preocupa mucho en Roma, como es la pugna entre Tradición (que conforma con la la Escritura y el Magisterio los pilares de la fe católica) y tradicionalismo en la que se percibe de fondo la resistencia de no pocos católicos a aceptar las propuestas de Francisco en variados campos pastorales. Gracias a Dios, en Sevilla no es esa la cuestión, aunque la tentación de la fosilización del culto siempre está presente.
Otras ponencias y mesas redondas
Para completar este congreso, que ha sido uno pero en realidad han sido tres, el último grupo de conferencias, correctas pero sin el suficiente atrevimiento, como si se hubieran quedado en el porche para mostrarnos el horizonte en vez de cabalgar a lomos del soplo vivificador en pos de él. El cardenal Semeraro, monseñor Fisichella y el deán de Jaén apenas se salieron del guión. No puede decirse que sus aportaciones no fueran valiosas, pero se echó de menos osadía para explorar territorios desconocidos.
Algo de este ocurrió también en las mesas redondas, muy por debajo de las conferencias en tono y fondo, si bien descolló la del sacerdote chileno Gonzalo Guzmán, del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona, que habló de armonizar liturgia y piedad popular con ideas muy interesantes que no conviene perder de vista.
En resumen, una destacada puesta al día de la cuestión en la que la reflexión genérica sobre la piedad popular se ha impuesto sobre la concreción detallista en las hermandades sevillanas, pero que por eso mismo excita la curiosidad y las ganas de cumplir el mandato evangélico.
Los cofrades pueden sentir con orgullo renovado que su forma de expresar la fe no es trasnochada ni de segunda clase, sino apreciada y valorada como vehículo de transmisión a los alejados y a la siguiente generación. Quizá el mejor resumen lo puso el cardenal Farrell, camarlengo del Papa: «Nunca se debe olvidar que las hermandades vienen del siglo XV, no son novicios en el camino de la Iglesia, han durado siglos, han pasado por guerras civiles, han mantenido la fe en tiempos de persecuciones».
Lo han visto todo, pero no están de vuelta, el congreso que se sacó de la manga el arzobispo Saiz Meneses les indica que la procesión va de ida y todavía no es tiempo de recogida. Así sea.
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