Aquilino Duque y las cofradías, mucho más que el puente en que murió el Cachorro
Comentario de texto
El poeta sevillano dedicó versos de inconfundible estilo a la Amargura, a la Macarena y a la Esperanza de Triana, entre otras; al tiempo que recreó el teorema de la fiesta un Jueves Santo entre mantillas
El día que Rafael Montesinos reveló que su padre salía en el Gran Poder
La seguidilla que Juan Sierra dedicó a la Amargura: «¡Ay, cristal de Sevilla / lazo y figura!»

«Esta noche, Manuel, tú sobre el puente...»
Aquilino Duque, en 'Calle de la luna' (1958)
Cinco años ha del inicio de la pandemia, y el maestro Aquilino por aquel tiempo recetó dos miligramos de poesía para derrotar todos nuestros pesares a quienes quisimos aliviarnos ... a través de su inquieto perfil. Les prometo que fuimos puntuales a cada cita. Palabras que son bálsamo ante la enfermedad; esperanza ante los puñales blancos de nuestras ausencias, como la suya desde 2021, porque también contamos las que sentimos nosotros mismos en cada Semana Santa. Lo cierto es que la producción del escritor sevillano no tiene como eje principal las cofradías, sino que abarca infinitos campos en los que el poeta nacido en la calle Betis siempre fue reconocido a nivel internacional. Lo fue por soleares como ésta en la que resume un abrazo inexorable: «Reloj de arena, tu cuerpo. / Te estrecharé la cintura / para que no pase el tiempo». Hay, sin embargo, quien elige siempre pasar de su mano por el otrora puente de barcas, inevitable camino a esa suerte de tierra prometida que para muchos es Triana. Y se queda con aquel texto sublime que conmovió al mundo, aquellos endecasílabos que en verdad fueron flechas directas a la atalaya de nuestra añoranza, pero no las únicas que se lanzaron. «Quién pudo hacer que el último suspiro / de tus labios se dé a cada momento, / desde no sé qué siglos hasta ahora, / hasta ahora, para ir diciendo al mundo, / para ir diciendo al tiempo: Así se muere. / Así mueren los Hombres».
Pasó la infancia en Zufre y su adolescencia en Higuera de la Sierra, ambas latitudes pertenecientes a Huelva, y de cuyo caudal creativo dio buena prueba a través de sus obras, siendo indudablemente 'El mono azul' su novela más laureada por haber recibido por ella el Premio Nacional de Literatura en 1974. Pero en todas sus décadas lo desnudó Sevilla, dado que en materia de poesía, al también ensayista le inspiró sobremanera la capital de su vida para publicar 'La calle de la luna' en 1958, obra en la que no sólo da cuenta no sólo de aquel proverbial poema cachorrista, sino que también se deja engatusar por las cinco joyas palpitantes que despiertan sólo una noche al año por las murallas viejas de San Gil: «Ni azahares ni luna te pondría. / Pondría tu belleza a cal y canto / porque fuera más trágico tu llanto / y fuera más barroca tu alegría». Le canta también a la Esperanza de su ribera, cuyo segundo de los tercetos pide su mármol: «Anda, Niña Bonita de Santa Ana... / Mira saltar el corazón del río / por encima del Puente de Triana», y manifiesta una predilección particular por la Amargura, por la que sintió un verdadero flechazo. A esta última Aquilino aludió a Lorca cuando el granadino universal describió que «Sevilla es una torre / llena de arqueros finos» para poner en pie un soneto que es una de las mejores piezas que se le han escrito nunca a la que llora en San Juan de la Palma. «Saetas pido, arqueros de Sevilla / flechas de plata y lágrimas fluviales, / palma de luz que prenda los ciriales / y llegue ante el paso y doble la rodilla». Menos conocidas fueron dos de las últimas saetas que compuso, en este caso a la hermandad de los Estudiantes, que fueron entonadas el Martes Santo de 2016 por el cantaor José Valencia, en la que con cinco versos a cada titular imprime todo un pregón universitario: «Al balcón me asomo a verte / y es tu expresión tan serena / y eso que el trance era fuerte... / Pero valía la pena, / Señor de la Buena Muerte». Concluye suspirando por la que viene tras Él: «La gloria del palio ampara / tu Angustia y tu desconsuelo. / Luna llena y noche clara / y las estrellas del cielo / en los ojos de tu cara».
Contó en 2020 el propio Aquilino que un Jueves Santo de hace décadas fue captado rodeado de sus primas, ellas vestidas de mantilla y él enchaquetado, joven como nunca y ocupando su sitio en un palco para disfrutar del día, asegurando ver Montesión, los Negritos y Pasión. «Yo no veía esta fotografía desde la remota fecha en que se hizo», la cual se desconoce, al igual que su autoría, «y alguien, nuestro amigo Juanito Illanes, comentó: 'Lo único que la estropea es Aquilino'. Al cabo de muchos años volví sobre aquella Semana Santa y quise recuperarla poéticamente, convencido de que sólo estábamos en la foto cuatro personas», rememora. Relata a su vez Aquilino que en una lectura que tuvo lugar en la iglesia de la Anunciación una persona «muy vinculada a la Amargura de San Juan de la Palma» le dijo que conocía la foto y le mandó una copia, que es la que ilustra este artículo. «Sólo entonces pude comprobar la travesura de mi memoria, que me había borrado del recuerdo a las dos primas que aún viven». Se refería a Maruja y Carmina, a quienes también incluye implícitamente Aquilino en esta pieza sin título que recupera Pasión en Sevilla:
Poema pronunciado por Aquilino Duque
«Mantillas negras de aquel Jueves Santo...
Carmen, Salud, Rocío, el que yo era,
inmóviles los cuatro en el encanto
de los palcos sobre la primavera.
Primavera de montes de claveles
muerte y resurrección en los sentidos,
ser en el mundo y en la carne fieles
ver pasar el dolor sobrecogidos.
Letanías latinas del rosario:
Ora pro nobis, Sancta Mater Dei.
Un eclipse de sol cada sagrario
entre las filigranas del carey.
El azahar, las túnicas moradas,
el olor y el color de cada día
y en cada día lunas consagradas
para la hora de la eucaristía.
Junto al profano amor, pasión divina.
Saca la luna, cangilón de noria,
un agua cada vez más cristalina
según se hace más honda la memoria.
Ciriales, capirotes, espadañas,
rompimiento de gloria en áureas cumbres,
libros de reglas, cetros que son cañas,
ríos de lava de las muchedumbres.
Ciudad por la que no pasan los días,
donde todo es igual y siempre fue
y una noria sin fin de cofradías
riega los surcos secos de la fe.
Jueves Santo otra vez en un teatro
a lo divino en todo su esplendor,
y en aquel palco aún nosotros cuatro:
tres virtudes y un solo pecador».
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