La seguidilla que Juan Sierra dedicó a la Amargura: «¡Ay, cristal de Sevilla / lazo y figura!»
Comentario de texto
El poeta sevillano de la Generación del 27 se inspiró en la salida de la dolorosa del Domingo de Ramos para escribir en 1944 este poema incluido en 'Palma y cáliz de Sevilla'
Una concatenación de heptasílabos y pentasílabos para que jamás le diese sombra a quien nos conduce a la luz, que es la que irradia por San Genaro la Virgen de la Amargura. La que imbrican las dos manecillas de un San Juan que apuntan siempre ... a las 18.25 horas; ni un minuto más, ni uno menos, que es cuando debía salir el año pasado ese inmaculado río de cruces maltesas. Qué Amargura aquella tarde. Es la brillante puesta en escena que tuvo el poeta sevillano Juan Sierra en la segunda de las apenas cinco obras que siempre se le han contado, 'Palma y cáliz de Sevilla', datada originalmente en 1944, diez años después del fascinante estreno como escritor con su inolvidable poemario 'María Santísima', del cual el catedrático Rogelio Reyes Cano avanzó que se publicaron hasta tres ediciones distintas, siendo en la de 1969 en la que finalmente se introdujo la primera de las piezas literarias que abajo se acompaña. Así que sin duda son las que se presentan estrofas anteriores a las editadas en 'Claridad sin fecha' (1947), al igual que a los poemas de 'Álamo y cedro' (1982), todo ello difundido en su día en según qué caso por la revista 'Mediodía', de la que Sierra fue fundador, Afrodisio Aguado y Gráficas La Gavidia, por no hablar de la antología más reciente, obra de Renacimiento, 'Poesía y prosa, obra completa'.
Versos de cera que vienen a disparar el ansioso minutero de la Cuaresma, que marca la hora de la nostalgia como quien reestrena con su hijo un tiempo nuevo y alado que ya gravita por San Juan de la Palma. Cera que arde como el talento de quien es considerado por muchos el poeta mayor de la mayor fiesta de la ciudad. Un Juan Sierra que ya escribió una décima tan amargurista como memorable en tiempos de la II República, en 1934, tan sólo dos años antes de aquella triste pesadilla del cajón, por la salida del más puro clasicismo hecho palio, a sones de Font de Anta, bisbiseando cada palabra al ritmo de sus pupilas, y evocándola cual herida de quien reza en voz alta: «La cal de Sevilla llora / cuando en la tarde serena / —Flor encendida de pena— / surge tu cara, Señora. / Y allí, en aquella hora, en esa cal postrimera / la luna de primavera / se ahoga entre la hermosura / que alumbra tu joya pura / en mi carne verdadera».
Ni mencionarla necesita el escritor, ni falta que le hace, ¿no creen? Pues con la lucidez y finura que lo caracterizan como uno de los grandes poetas de los años veinte y treinta, emplea, en el penúltimo y antepenúltimo verso, remates en rima consonante que saben a confitura, igual que su llanto por calle Feria, parafraseando a Lutgardo García en su pregón de la Semana Santa de 2015. Por liberarse de la belleza de la décima y entregarse a un nuevo universo lírico marcado por el tema religioso, es el elegido en la primera publicación de esta nueva sección destinada a la literatura cofrade en Pasión en Sevilla una seguidilla arromanzada que refleja el alma viva e inquieta de un trovador como Juan Sierra a quien no le dieron el atril, pero sí la memoria más larga para recuperar la metáfora de la rosa del Domingo de Ramos, Rosa en mayúscula; y con la libertad de rima en los versos impares y la conjugación de sus consonancias en los pares, describir así la salida de la Amargura:
I
La caridad del cielo
mueve una Rosa
que la luz ennoblece
donde se posa.
Una Rosa que al aire
da su figura
con el cristal labrado
de su hermosura.
Palabra de la tarde,
sombra del oro,
que al celeste del barrio
hace sonoro.
Viriato, Regina,
Feria, Gerona:
cuatro calles la gracia
de su corona.
El dolor de su nombre,
una blancura
que a Sevilla traspasa
por la cintura.
Trabajada blancura
de su palacio.
El carmín es del cielo,
no del espacio.
Ya la luna adelgaza
los surtidores,
cuando en la calle giran
sus resplandores.
¡Ay, luna de Sevilla,
si anocheciera!
¡Túnica blanca, Herodes
casco y palmera!
II
El crepúsculo es gloria
de la alborada.
Gloria de plata vieja,
amorenada.
Y el raso de un palomo
anochecido
abre a los capirotes
su viejo nido.
Bajo palio, la Rosa
sale a la vida;
su cara entre metales
tan dolorida.
Flor de lágrimas y oro,
cálida nieve,
suave flor de blancura
cuando se mueve.
Todo el barrio se puebla
de ruiseñores,
con la miel hecha brisa
de sus dolores.
Y la tarde del ciclo
—fruta que amaba—,
mientras sale la Rosa,
nunca se acaba.
¡Ay, cristal de Sevilla,
lazo y figura!
¡Qué amargura la tarde
sin tu Amargura!
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