Crítica de música
Cenicienta, un acierto por donde se mire
Una ópera pensando en los más jóvenes siempre ha tenido un hueco en la programación del Maestranza, ya sea a través de adaptaciones de los títulos originales (en duración y traducción) o bien en piezas cortas

‘Jóvenes Audiencias’. Ópera de cámara: ‘La Cenicienta’ de Pauline Viardot. Intérpretes: Juliane Stolzenbach, Francisco Gracia, Ramiro Maturana, Juan Ramos, Vanessa Cera, Paola Leguizamón y Miriam Silva. Director musical y pianista: Francisco Soriano. Director de escena e iluminación : Guillermo Amaya. Escenografía: Pablo Menor. Vestuario: Raquel ... Porter,. Coproducción del Teatro de la Maestranza, Teatro Real de Madrid, Teatro Cervantes de Málaga y Fundación Ópera de Oviedo. Lugar: Teatro de la Maestranza. 12/12/2021.****
Una ópera pensando en los más jóvenes siempre ha tenido un hueco en la programación del Maestranza, ya sea a través de adaptaciones de los títulos originales (en duración y traducción) o bien en piezas cortas, como esta, de manera que no canse a los chavales y les acerque a ese mundo que ‘a priori’ rechazan, que es el de la voz impostada. Pero además, nos daba la oportunidad de oír una ópera de salón debida a Pauline Viardot , hija de Manuel García , que fue famosa mezzo en su época y compositora; pero si como descendiente del famoso tenor sevillano ya merecía un hueco en esta programación, también su presencia pretende apoyar su talento (ahí también la colaboración del Maestranza ) y porque además se cumplen 200 años de su nacimiento.
Así que, además de la cosa educativa, es también momento de fijarnos en la música radiante, nívea, chispeante (seguramente, la versión menos dramática de cuantas se han escrito sobre el tema), pero a la vez con una escritura cuidada, sin obviar los ‘parlatos’ escritos en la partitura, que se entendieron bastante claramente, aunque en la parte musical se podían haber añadido sobretítulos, si no de forma exhaustiva, que por la edad de la mayoría de los niños asistentes podía resultar contraproducente, al menos textos resumidos, para que no se perdiera la atención en ningún momento.
De todas formas y simultáneamente, el interés estuvo muy bien sostenido por la puesta en escena que, con el conocido pretexto del almacén o desván abandonado proclive a encontrar secretos fascinantes, descubren un libro. Y desde ahí todo se fue desenvolviendo bastante bien, incluso el escollo de transformar a Cenicienta en gran dama con carruaje, lacayos y cochero con caballos y todo. Sin duda el mayor el revuelo lo causó el vestido de Cenicienta, que pasó de ropa para no mancharse, a vestido de fiesta, transformación a la vista del público, aunque con la figura ensombrecida (‘¿cómo lo ha hecho?, ¿cómo lo ha hecho?’, inquirían los infantes). Precisamente el vestuario procuró casar con el cuento de hadas, aunque con actualizaciones como la de las hermanastras, vestidas ‘a la última’, con colores relinchones no sólo en la ropa, sino también en el pelo, según algunas tendencias actuales de algunos géneros musicales.
Y otros de los atractivos es dar a conocer a las voces jóvenes que se irán abriendo paso en nuestro país: nada menos que siete cantantes daban vida a los personajes en liza. Indudablemente, con tantas voces era difícil que todos tuvieran la misma calidad, y a veces era hasta difícil considerarlos a todos dentro de lo que consideramos canto, ya que alguno recurría más bien a un registro casi sin impostar, caso del príncipe. En cambio, la Cenicienta/princesa ( Stolzenbachn Ramos ) exhibía la voz más bonita y uniforme de todas, bien torneada, con control de todas las zonas por igual, volumen y fraseo. También nos llamó la atención por un registro muy equilibrado y expresivo el Conde Barrigulo (Ramos), un barítono de brillante timbre, que cuidó la traslación al canto de su esperpéntico personaje. El hada (Silva) no sólo goza del cariño infantil por su bondad, sino que de igual manera Viardot le otorga el rol más vistoso, con agudos que alcanzaban el Si bemol y que, padres y/o niños no pudieron esperar para aplaudirla donde les pareció. Cargaba también con la parte más lucida y más arriesgada, y lo hizo muy bien, pero tendrá que redondear más esas notas tan altas, y emitirlas y terminarlas con el mismo color.
Un aparte para el excelente pianista sevillano Francisco Soriano , también director musical de la función, que desarrolló un excelente trabajo no sólo instrumental, y a la vez interviniendo como ‘orquesta’ cuando era menester, pero acariciando las voces de tal forma que se notaba el color del instrumento, pero se fundía al servicio de las voces. De igual manera, como director estuvo atento y oportuno, aunándose a la vez con la imaginativa dirección escénica de Guillermo Amaya , que por cierto es autor también de la excelente traducción de la obra.
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