Reloj de arena
Antonio Cala Morales, Garbancito: En la barriguita del buey
Como en el cuento infantil, Garbancito, defendía su fama entonando su particular ¡pachín, pachín, pachín! para que nadie lo pisara

En aquella corte mundana y festiva de la Sevilla de los setenta no faltó ni el personaje velazqueño de Las Meninas , favorito de los reyes de la noche, pícaro como lo exigía el guión, listo como un lince con hambre y divertido como ... una buena gamberrada. Era un hombre a escala, y por esa razón le llamaron desde siempre Garbancito . Su cuna fue humilde.
Su futuro era tan pequeño como sus medidas. Pero al igual que Garbancito era listo, tenaz y alegre. Y consiguió manejar jurdó, tener muchas amigas y ser imprescindible en los grandes saraos sevillanos. Empezó a vender cupones en el bar de Pepe Pinto en La Campana , en el Patio Andaluz , en la taberna del Traga , en el Martinete de Pepe Donaire y en la del Beni en el Postigo . Luego tocó Los Remedios . Y en la Dorada de Félix Cabeza , tanto en la local como en la de Madrid, dejaba las ristras de loterías en las mesas de los clientes, para semanas después cobrarles la manteca colorá.
Así fue como Garbancito escapó al determinismo vital de sus medidas. Si alguien preguntaba por él, jamás contestó en la barriguita del buey porque estaba buscándose la vida, husmeando el olor del dinero y viviéndola como si aquella noche fuera la última vez. Antes de tener su coche adaptado a sus condiciones físicas, tuvo una especie de motillo de tres ruedas para minusválidos, donde dejó a media Feria de Sevilla boquiabierta yendo de caseta en caseta con Joan Manuel Serrat y Antonio Rivas de acompañantes.
En la motillo se montó todo el que quiso mientras Garbancito la conducía con una sonrisa amplia y satisfecha. En otra Feria, en uno de los yates que atracaba casi debajo de los farolillos, coincidió en el barco con Albahaca, El Gringo y Picoco . Uno de los dos, el Gringo o Picoco, le metió un empujón a Garbancito que a punto estuvo de tirarlo al río. Pobre diablo. Desconocía que el bastón del lotero era el ¡pachín, pachín, pachín! con el que Garbancito se hacía notar para que nadie lo pisara…
Carrera
«De origen humilde y con minusvalía física, le llamaron Garbancito por su estatura, que no fue un impedimento para hacer una carrera grande»
Quiso ser artista. En su chalé de la carretera de Utrera daba unas fiestas la mar de sabrosas, donde no faltaba ni la carne ni la verdurilla. Ni artistas como los Hermanos Gutiérrez , Manolo Rubio y el Gran Simón que las encendieran. Él mismo daba sus pataítas por bulerías y divertía al público en los bujíos que abrió para seguir siendo uno de los atractivos más excéntricos de la crapulancia local. Inauguró el «Garbancito Palace» en la calle Recadero, donde él era el hombre espectáculo total y el empresario que daba oportunidades a los aficionados para que saltaran a la fama, gratis por supuesto.
Pero quizás el que le dio más prestigio fue el «Polinesio bai bai» en Blas Infante, especializado en cócteles exóticos y tropicales, donde por vez primera se exhibían señoritas bailando en el escaparate del local, versión castiza y voluntariosa de lo que era el barrio rojo de Ámsterdam. Hizo fama y fortuna. En su casa frente al parque de Los Príncipes, tenía dos cajas fuertes, disimuladas tras dos grandes enchufes de electricidad.
Cupones
«Comenzó a vender cupones por las tabernas más concurridas del Centro. Luego le dio a la lotería y vendiendo el Gordo casi mata del susto a Vestringe»
Desconozco si como lotero dio algún gran premio. Pero sí les puedo asegurar que a Jorge Verstringe y a media plana de la Alianza Popular de aquellos tiempos les dio un susto de muerte. Estaban reunidos en el reservado de un restaurante. Verstringe era entonces el «enfant terrible» de Manuel Fraga , a años luz del morado político que tiene hoy. Garbancito entró sin avisar, dio un grito portentoso vendiendo el Gordo y más de uno lo tomó por un disparatado ciudadano con malas intenciones. A Verstringe le faltó esto para escuchar al pajarito de Maduro. Era así de tremendo. Como aquella madrugada en la que le dejó el coche que tenía adaptado a un amigo ciego. Venían de ordeñar la noche, mamaditos y felices, y fueron a ponerle el clavel en el bar Flor. Garbancito le decía al ciego por dónde tenía que tirar: todo derecho, a la izquierda, a la derecha. En la calle San Eloy se la pegaron. Intervino la policía. Y las explicaciones de Garbancito fueron que el conductor era ciego y venía ciego… Dos en uno.
Bético como el escudo, el Villamarín era su otra casa. Entraba y salía como si fuera suyo. Rafael Gordillo recuerda cómo una vez acompañó al equipo a Las Palmas. Regresaron y en el aeropuerto nadie sabía dónde se había quedado Garbancito. Hasta que el hombre apareció con su bandera, vestido de futbolista por la salida de las maletas y gritando viva el Betis. A Rafael Gordillo le llamaba su sobrino.
Empresario
«Abrió locales para la noche crapulosa sevillana y en el escaparate del “Polinesio bai bai” puso a bailar a chicas en el escaparate»
Y en una noche en la que Antonio Benítez y el vendaval del Polígono fueron a ver a María Jiménez, Garbancito se la lio al Gringo , que los acompañaba. Daban en el reloj la famosa hora del toque, esa hora donde se pasa el platillo para sacarle algo al señorito o al famoso en el taco. El Gringo le pidió dinero a Gordillo para la gasolina del coche. Y Garbancito sacó el bastón y le dio al gringo jarabe de palo: «¿A mi sobrino? ¿A mi sobrino le vas a pedir dos mil pesetas para gasolina? Pero si tú no tienes ni coche, ni carné ni ná…» Garbancito vive hoy en las islas Pitiusas, lejos de aquella corte sevillana donde fue el rey de bastos…
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete