Televidente

Ley de agosto

«Dentro del porno inmobiliario, el de verano sigue siendo el mejor, quizás porque en las casas frente al mar no imaginamos un hogar sino un hedonismo»

El sueño de un insomne

Dentro del porno inmobiliario, el de verano sigue siendo el mejor, quizás porque en las casas frente al mar no imaginamos un hogar sino un hedonismo, una vida descalzos, sin mucho que hacer más allá de controlar las pulsaciones del día y acelerar las propias ... cuando toca, siguiendo la ley más antigua, que es la del capricho, la de la piel, y que aún está por derogar. Con esa fantasía se ha llenado la costa de terrazas blancas como lienzos, y agosto se ha convertido en una promesa recurrente, hecha siempre al atardecer, cansados pero felices: la vida puede ser esto, quizás, tal vez, algún día, si las cosas van bien...

En 'El hombre bueno' (Movistar), David Trueba filma una historia de amor más tiempo en uno de esos paraísos con puerta a los que uno sueña con huir para vivir igual que los peces, olvidando a cada poco que el mundo existe. Alonso, el dueño, llega ahí escapando del dolor, que es uno de los motores evolutivos de nuestra especie, y en esa cala levanta una rutina contemplativa, casi eremítica. El hombre trabaja poco, pero quema las horas pintando el Mediterráneo, como si pensara que el verano es tan efímero que hay que rescatarlo. ¿Y no consiste en eso la escritura, la música, la memoria...? También se baña desnudo todos los días del año, «igual que los viejos locos», porque la lejanía empuja a la excentricidad, y la excentricidad a la autenticidad, seguramente.

La película empieza con la visita de Juan, un viejo amigo, su mujer, Vera, y la hija de ambos, Manuela. Aunque es Semana Santa, llevan una vida de verano: compran pescado en la lonja, lo asan por la noche, cenan en la terraza, hablan con intensidad, navegan. Si los viéramos en la distancia, si no los escucháramos, imaginaríamos que viven un reencuentro feliz y nostálgico, pero el matrimonio ha ido a ver a su amigo para pedirle que medie en su divorcio. Aunque eso es otra historia, mucho más invernal.

En un momento de sinceridad, Juan le confiesa a Alonso: «Yo no podría vivir aquí, no podría soportar tanta calma. Necesito la adrenalina de la ciudad». Hay que ser valiente para aceptar el deseo propio, íntimo, para admitir que el verano es tu siesta, pero no tu sueño. Cualquier día te toca la lotería y te quedas sin excusas para volver a Madrid.

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