TRIBUNA ABIERTA
Cuando los americanos pedían ayuda a España
Los americanos rebeldes buscaban ayuda entre las naciones europeas para conseguir soporte en armas y dinero con el objetivo de derrotar a los ingleses

Eran otros tiempos. España mantenía todavía su condición de potencia mundial durante el reinado de Carlos III, a finales del siglo XVIII, mientras que las trece colonias de Gran Bretaña en Norteamérica luchaban por su independencia. Los americanos rebeldes ya habían organizado un Congreso Continental ... y buscaban ayuda entre las naciones europeas para conseguir soporte en armas y dinero con el objetivo de derrotar a los ingleses. Había que acudir a Europa para hacer realidad la independencia de los Estados Unidos de América. Por un lado, era necesario conseguir socorros en armas, municiones y dinero, y por otro había que abrir el comercio con otros países para salir de la peligrosa situación en la que se encontraba la economía norteamericana. Su interés se centró en Francia y España, enemigas en ese momento de Inglaterra, a las que solicitarían subsidios y prestamos que serían compensados no solo con el comercio que podían mantener con los países europeos, sino con la satisfacción de estas naciones de asestar un tremendo golpe a la potencia colonizadora. Con este objetivo, Benjamin Franklin sería enviado a Francia y John Jay, a la sazón presidente del congreso Continental, a la Corte de Madrid.
El 27 de septiembre de 1779, John Jay fue elegido ministro plenipotenciario para negociar un tratado de Alianza, Amistad y Comercio entre los Estados Unidos de América y Su Católica Majestad, el Rey de España Carlos III.
El 22 de enero del año 1780, Jay desembarcó en Cádiz procedente de América. A partir de entonces la gestión del representante norteamericano se puede definir como un continuo peregrinar ante las autoridades españolas para tratar de ser recibido por el conde de Floridablanca, secretario de Estado, para exponerle la necesidad de una ayuda importante para conseguir el objetivo que perseguía su joven país.
La misión de Jay no era nada fácil. La bisoñez del embajador de una nación que aún no había alcanzado su absoluta emancipación se pondría pronto de manifiesto ante la veteranía y el savoir faire de una corte que tenía siglos de experiencia en el trato con agentes de todo tipo que venían a buscar el favor de una nación fuerte como era la España de entonces.
No consiguió ese primer embajador de los nacientes Estados Unidos que se satisficieran por completo sus demandas, entre otras razones porque España desconfiaba del mal ejemplo que la lucha por la independencia de las Trece Colonias podía suponer para sus propias colonias en el centro y en el sur del Nuevo Continente, pero al menos, la actitud de España, sus envíos de tropas y sus préstamos en dinero, les ayudaron a conseguir el definitivo triunfo de su revolución.
Ahora, al cabo de casi 250 años, los Estados Unidos deberían recordar su compromiso con algunas potencias europeas, y especialmente España y Francia, que no le volvieron la espalda cuando tanto necesitaron su ayuda para lograr su independencia.
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