TRIBUNA ABIERTA
El egoísmo de los demagogos
Cuanta más ignorancia se atesora más vocación totalitaria domina la mente del ignorante

Decía el premio Nobel de Literatura, el británico Bertrand Russell, que el mundo está mal porque los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de duda. Tres cuartos de siglo después de que el filósofo, matemático y escritor fuera galardonado por la academia sueca, ... su dictamen sobre la prepotencia de la ignorancia en el siglo XXI está más que suficientemente acreditado. Basta con oír a la mayor parte de los oradores en el Congreso de los Diputados para percatarnos del nivel al que ha llegado la estulticia dialéctica de los presuntuosos representantes del pueblo.
Cuanta más ignorancia se atesora más vocación totalitaria domina la mente del ignorante. Y esa vocación innata de querer imponer una forma de conducta, una forma de expresarse, una interpretación única de la historia y de la realidad es la manifestación más clara de que el individuo en cuestión es un analfabeto con ínfulas de salvapatrias. Para evadir sus propias responsabilidades y ocultar sus limitaciones para el diálogo y el acuerdo, se recurre desde la cúpula del poder a la sistemática demonización del adversario, calificando de lodo, fango, bulo y barro todo aquello que le molesta o le perturba, con tal de no rendir cuentas a quienes tienen la responsabilidad de controlar a quien gobierna.
Como ha revelado Ignacio Camacho, hay en la Moncloa una cuarentena de asesores de Sánchez que forman un comité conocido como 'Unidad de discurso y mensaje'. De ahí salen a primera hora de la mañana todas las consignas a repetir machaconamente por todas las redes informativas, debidamente untadas, para expandir aquello que conviene al autócrata de turno, en un orfeón bien engrasado que forma la «opinión sincronizada» tan bien definida por Carlos Herrera. Y cuando no se consigue anestesiar a una opinión pública adormecida, se intoxica con medias verdades y se infecta con falsedades que luego ni se desmienten ni, si afectan a la honra de un adversario, se le pide a este disculpas. El fango, al que alude su mayor fabricante, ya ha cumplido su misión.
Los dos últimos presidentes socialistas, Zapatero y Sánchez, son dos importantes seguidores del grupo de Puebla, ese foro iberoamericano donde el populismo izquierdista se mezcla con apetencias inconfesables de narcoestados diversos. Uno de sus instrumentos favoritos es la tensión social, aquella que Zapatero le confesó a Iñaki Gabilondo que le interesaba provocar al máximo en periodo electoral. Y como buen alumno, que ha superado al maestro, Sánchez es especialista en urdir cuestiones que tensen la vida política y social en vísperas electorales, aunque ello ponga en riesgo los intereses nacionales, las relaciones internacionales y los principios democráticos.
Cuando desde el poder se blanden sin recato conductas populistas que están dejando sin fuelle a la constelación de formaciones que pululan a la izquierda del PSOE sanchista, la lógica dispara la demagogia y no extraña que socios del sanchismo no quieran quedarse atrás en el afán totalitario del presidente del Gobierno, apostando abiertamente por «atar en corto al periodismo corrupto», es decir al que no le baila el agua, tal como la exministra Belarra ha demandado de Sánchez, por lo que no es descartable que intenten resucitar la prensa y radio del Movimiento («progresista») y acabar con la independencia del poder judicial.
Una persona egoísta es inmoderada y tiene excesivo amor a sí mismo para dar satisfacción a sus propios intereses, tanto individuales como colectivos. Si además esa persona es manipuladora, perturbadora y agitadora, características suficientemente acreditadas por Pedro Sánchez, tenemos la mezcla perfecta de un demagogo ambicioso y egoísta, lo que es un riesgo evidente para el futuro de la nación que dirige, porque este tipo de personas se creen en posesión de la verdad, agitan las pasiones primarias y viscerales de los seres humanos y lanzan soflamas aprendidas de memoria para servir sus intereses.
Consecuencia de todo ello es que España ahora no está gobernada con una visión global del interés general sino desde una incultura primaria de entender que sólo las tribus que sostienen al Gobierno merecen una protección, constituyendo un conglomerado de intereses parciales y sectarios que hacen de España un país, una sociedad, un pueblo sin libertad, que es como un cuerpo sin alma. Porque ¿qué proyecto tiene este pretendido «Gobierno progresista»? Aparte del rechazo visceral a la derecha, ¿qué pretende? ¿cuáles son sus fines? ¿en qué coinciden? ¿hay algo en común de carácter positivo? Y de otra parte, ¿piensan lo mismo Bildu, Sumar, Podemos y ERC en economía y empresa que PNV y Junts? ¿Y respecto a la familia y a la libertad individual? ¿Y en materia de política internacional? ¿De quién son amigos, de Putin o de Zelenski?¿De Hamas o de Israel? Y en términos programáticos ¿qué propugnan? ¿Un catálogo de prohibiciones y servidumbres o una propuesta abierta a la libertad y la creatividad? ¿Cuál de los dogmas prevalece: el de la servidumbre social o el del privilegio de la tribu? ¿La persona o el territorio?
El problema, pues, de la España actual es que nos gobiernan unos ambiciosos, egoístas y demagogos. Ambiciosos, porque quieren el poder como medio de vida y no como afán de servicio. Egoístas, porque solo miran a su interés y al de los suyos, aún a costa del futuro del país. Y demagogos, porque no paran en mientes manipulando a la opinión pública sin miramientos. Cuando se dan estas circunstancias, y una sociedad se deja manipular sin percatarse del engaño, hay que recordar las palabras de Adenauer cuando se lamentaba de que «Dios hizo mal una cosa: a todo le puso límites, menos a la estupidez». Liberémosnos, pues, de la estulticia de los demagogos.
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