No ni ná
Tetas de España
La nueva revolución ya tiene su relato: Amaral y un señor de Murcia
España ha colgado de los pezones de Amaral el último debate nacional de un verano que comenzaba con el estrés postraumático de un resultado electoral que deja el futuro del país en manos de una probable alianza precaria sometida a las imposiciones de los nacionalistas ... excluyentes. Lo trascendente también ha cerrado por vacaciones.
Este no sería el país que es si no fuera por esas ministras que ven la libertad en las tetas de Amaral pero callan contra el abuso de las ubres del Estado que se gesta en Waterloo. Para que luego digan que lo de Pedro Sánchez es suerte. Hasta en funciones y vacaciones nos saben administrar sus debates de conveniencia.
Hubo un tiempo en el que los pechos al descubierto fueron heraldos de la libertad, una libertad conquistada por el pueblo, igualitaria y fraterna. El destape fue un negocio, pero también una exigencia del guion de una Transición que, aunque quieran negarlo los cachorros del batallón antifascista cargados de tuits, tuvo unos índices de libertad que ya quisiéramos percibir en esta sociedad sometida a la gendarmería de lo digital y lo políticamente correcto. Ellos nunca sabrán valorar la inquietud que escondía el holgado escote de Sabrina.
La nueva revolución ya tiene su relato: Amaral y un señor de Murcia. Ahora lo revolucionario son las tetas de Amaral porque son la respuesta a un municipal murciano al que le hubiera encantado participar en el Congreso de Moralidad Nacional en Playas, Piscinas y Márgenes de Ríos que en los años 50 organizó la Conferencia Episcopal y ayer nos recordaba Israel Viana en la contraportada de ABC. El municipal paró un concierto escandalizado por la desnudez de la cantante Rocío Saiz. Ese es el nivel de la nueva revolución y el de la regresión que dicen padece España. Cuentan que Saiz, lleva una década luciendo la pechera mientras entona el 'Como yo te amo' de Rocío Jurado. Como las comparaciones son odiosas no repararemos en el legado musical de ambas artistas ni en sus aportaciones a la defensa de los derechos de la mujer, pero ahí quedan para reflexionar sobre la distancia entre revoluciones, la que entonó la libertad sin ira y la que intenta convencernos de que la democracia está en peligro por el noefascismo de verbena que imputan al guindilla murciano.
Juzgar a Amaral es entrar en el juego. Porque, ensimismados en los senos sobre el escenario de la fiesta patria, se nos pasa que la ministra Calviño rebajó días atrás a 'reversible' el tercer carril que los andaluces reclaman para la AP-4, jactándose de la magnanimidad de un Gobierno que nos quitó un peaje amortizado hace décadas, mientras se negocia la quita multimillonaria de la deuda catalana. Será por eso que urge más lo de Amaral que hablar de la teta de una España desigual que el independentismo, de nuevo, amenaza con sobar hasta arrugarla al límite. Y vamos a seguir siendo la nodriza de un pacto que Sánchez adornará con un velo de censura porque superará los límites de lo obsceno.
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