Sevilla al día
Consumismo cofrade
El cofrade acude a ver las procesiones como un ritual que forma ya parte de la agenda ordinaria de la ciudad
El capillita, ese que traza sus planes en función de la agenda de besamanos y salidas del fin de semana, está cambiando. Ese ser 'jartible' se está cansando y empieza a pedir mesura. Hay una creciente desmotivación provocada por un calendario sin respiro que convierte ... en rutina cualquier gran evento que antaño se marcaba en rojo desde su anuncio. Era como si la ciudad amaneciera en un Domingo de Ramos extemporáneo. Pero aquello no sucede ahora más allá de las fronteras de la hermandad protagonista.
El cofrade acude a ver las procesiones como un ritual que forma ya parte de la agenda ordinaria de la ciudad, donde cada año cambian los figurantes y donde la capacidad de asombro se ha ido diluyendo hasta habitar en nosotros un 'deja vu' permanente por la absoluta falta de originalidad y una cierta dosis de hartazgo. La realidad es que el cofrade acude a ver las procesiones en masa. O, más bien, a consumirlas. Porque es lo que toca. El 'pan y circo' que heredamos de los romanos, envuelto aquí en un aura de supuesta evangelización que suena más a excusa que a aliciente.
Quien autoriza este enorme volumen de procesiones, que incluso llegan a contraprogamar al calendario de las sufridas Glorias -donde el espectro de público es mucho más íntimo y familiar-, no debe quedarse únicamente en el aparente éxito que obtiene llenando calles a base de la cacareada religiosidad popular. Existe una consecuencia, quizá imperceptible hasta ahora, que está provocando el efecto contrario al pretendido, como es la espectacularización. No me refiero a la categorización de las distintas formas de andar de los pasos, ni de las nuevas composiciones musicales. Se trata de lo que el público reclama internamente cuando acude a contemplar una procesión extraordinaria y lo que la hermandad celebrante le entrega hasta generar una suerte de libro de estilo común.
Me pregunto si no hay un público concreto que acude a ver la petalada en una calle escogida por el acto en sí, que suele tener como banda sonora la marcha efectista de moda y los gritos de exaltados que van en rosario de una procesión a otra. O si no hay un tipo de cofrade que va en busca del repertorio exquisito de la banda por encima del interés por la imagen a la que se le interpreta. O si no espera horas al momento en el que aparece el paso al compás de un popurrí para sacar su móvil y grabarlo para la posteridad de su Instagram, como una tarea más consumida de cara al mundo virtual, aunque aquello le haya impedido vivirlo con sus propios ojos.
Ahora que el calendario nos muestra en el horizonte la procesión de la Estrella por los 25 años de su coronación, y una magna de 40 horas, recordemos cómo la ciudad vivió aquel acontecimiento único y emocionante de 1999, que suponía el reconocimiento esta vez sí extraordinario a una Virgen por su devoción, sin más aditivos, y la clausura también de un congreso. Y cómo la ciudad se tragará, cual monstruo de las galletas en este saturado 2024, el enésimo 'momento histórico' que dejará paso al siguiente.
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