LA TRIBU
Árbitros
Es penoso comprobar cómo la habilidad de algunos es capaz de jugar, sin escrúpulos, con los sentimientos de miles, millones, de aficionados a este juego
El otro día, en este periódico, el director, Alberto García Reyes se me adelantó a la idea que yo tenía de hablar un poquito de los árbitros; comoquiera que lo explicó divinamente, callé. Lo que pasa es que el agua del radiador tarda en enfriárseme ... y yo quería hablar de esos seres que, si no fuera porque podrían sentirse —es natural— ofendidos por la inclusión, bien podrían entrar en el ámbito proteccionista de Podemos; quiero decir que, por lo protegidos que están, no sé yo si los árbitros de fútbol envidiarán a los animales de Belarra o los animales de Belarra envidiarán a los árbitros de fútbol, que si matar a una rata que se te mete en casa puede costarnos año y medio de cárcel, que les digan a futbolistas, técnicos y directivos lo que les puede caer si le chistan a uno del pito. Este personal del pito parece haber suscrito las palabras de Jesús resucitado cuando se le aparece a María Magdalena: «Noli me tangere», o sea, no me toques. Pues así, los árbitros. Un árbitro puede chulear por el césped, cara a cara a los banquillos, puede encender a decenas de miles de espectadores, puede cabrear hasta límites insospechados a técnicos y futbolistas con injusticias flagrantes, errores que muchas veces no parecen tales y, en fin, esa doble vara de medir que les suponemos más de una vez, sobre todo cuando nuestro equipo juega con otro de los de Eliot Ness, digo los intocables.
Hoy, leído casi todo lo publicado del silbo vulnerado del señorito Enríquez Negreira, catalán él y, al parecer, sobrecogedor del Barça, que, por supuestos asesoramientos técnicos de arbitraje —ojú, los eufemismos…—, se embolsó, por lo que cuentan, unos siete millones de euros, siento pena. Eso es para que lo revise el VAR una y cien veces, pero no en la sala del estadio, no, en los juzgados. Si el que se llama así mismo «Més que un club» ha pagado eso a ese viejo árbitro y por los servicios que se dicen, en efecto, es más que un club: es un peligro para el fútbol español, y eso hay que atajarlo como sea, y cuanto antes. Al parecer, entre sinvergüenzas anda el juego. Es penoso comprobar cómo la habilidad de algunos es capaz de jugar, sin escrúpulos, con los sentimientos de miles, millones, de aficionados a este juego que ya no es juego, ni deporte, que, en manos así, se convierte en un negocio donde hay muchas sombras y manos por la espalda, y donde los verdaderos sentimientos siguen viviendo en la sangre de los aficionados. Van a terminar con lo que el fútbol tiene de sentimiento a veces inexplicable. Si lo consiguen, que no lo hagan yéndose de rositas y que allí donde a un árbitro o a un club se les vean las manos manchadas de pringue, que les den para el pelo. Y que no digan que les importa un pito.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete