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La Alberca

La Sevilla de sangría y rebujito

El itinerario de la jarra de tinto impostado y la paella de plástico es el colmo de la falsedad sevillana

Alberto García Reyes

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Camino de la Casa de los Pinelo, que es el templo de Minerva de Sevilla, sede de las academias ubicada sobre los más antiguos vestigios de la ciudad, tomé la calle Albareda por Tetuán. Parecían esos callejones que desembocan en la plaza de San Francisco ... las costanas en las que se forma la cofradía de los veladores. Me zafé de esa bulla de mesas y decidí tomar Hernando Colón, aunque diese un poco de rodeo, para no poder de vista las sebkas. Iba a la sesión necrológica de Antonio Burgos organizada por Buenas Letras y paseaba con algo de tiempo. A pesar del pronóstico de lluvia, el sol se colaba entre las nubes y la tarde había cogido color almagre. Respiré hondo por si algún naranjo estaba ya emitiendo señales de la Cuaresma, pero la fritanga se imponía. Y de manera fortuita acabé descubriendo que estaba haciendo el itinerario de la sangría. Desde el Picalagartos a Placentines, ni una sola taberna era ajena al cartelito: «Sangria han made». Unas centroeuropeas apuraban la jarra con sus respectivas cañitas en un velador. En el contiguo, una familia hacía aspavientos tras probar el rebujito. Y en ese momento, mientras reflexionaba sobre la importancia de la Academia y de Antonio Burgos en la conservación de Sevilla, me dije a mí mismo: «Voy a la segunda sesión necrológica de Antonio porque si él hubiera visto esto se habría muerto otra vez».

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