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ARMA Y PADRINO

Ahora Alves es inocente

No deja de ser paradójico que el primer gran caso mediático de la 'ley solo sí es sí' se salde con la absolución del acusado

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Rebeca Argudo

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La absolución de Alves, que para la euroenfurecida Irene Montero es violencia institucional de la Justicia patriarcal, es insólita y sorprendente –para bien– en estos tiempos que corren. Por ajustada, tratándose como se trata de un caso de presuntos abusos sexuales. Por decirlo de ... otra manera: hace cinco años hubiese sido imposible una sentencia así. Ningún juez se hubiese atrevido a respetar el medular principio jurídico de 'in dubio pro reo' en una causa tan mediática, así que felicitémonos. Obviamente, yo no sé si la penetración fue o no consentida. No estaba agazapada en el baño del reservado, como no lo estaban Cristina Fallarás ni Victoria Rosell. Pero ellas sí están muy convencidas, sin atisbo de duda, de que aquello fue violación. Lo saben. Yo no, yo no lo sé. Puedo creer, que no saber, y la diferencia es sustancial. Así, lo que sé es nada y, lo que creo, es que si una moza entra en un baño con un futbolista cañón a altas horas de la madrugada, y tras mediar magreo y salseo –y buen rollito y comunicación–, no es para intercambiar impresiones sobre el cine en la República de Weimar. Esta es mi impopular opinión. También es cierto que, una vez dentro –porque una de las cosas que sabemos, porque hay vídeo, es que, entrar, entraron–, podría no haber querido continuar con el sicalíptico motivo que le presupongo para hacerlo. Y estaría en su derecho, anda que no. Y quizá él sí quiso continuar y no se dio, o no quiso darse, por enterado. O tal vez fue arrepentimiento y le sobrevino después, justo antes de salir y tras ayuntamiento carnal, cuando se percató de que el futbolista no iba a dejar a su mujer y aquello no había sido más que un «aquí te pillo y aquí te mato», fogoso y fugaz, pero no el principio de una relación muy bonita y romántica, como la que también esperaba Elisa Mouliáa de lo suyo con Errejón. No lo sabemos, digo, así que todo lo que digamos son elucubraciones nuestras, hipótesis y conjeturas. Aún cuando la creamos a ella, y solo a ella, no pasa la cosa de mero acto de fe. Así, algo tan elemental y lógico, tan deseable, como aplicar la preeminencia de la presunción de inocencia por encima de la creencia en un relato insuficientemente probatorio, se convierte en un acto de valentía. Casi rebeldes con toga por hacer, frente a la marabunta viole(n)ta, lo que hay que hacer. Y no deja de ser paradójico que el primer gran caso mediático de la 'ley solo sí es sí', el que lo tenía todo –futbolista famoso, joven violentada, infidelidad, dinero, alcohol, poder– para lavarle la carita a una injustificable chapuza jurídica, se salde con la absolución del acusado. Y así está la perpetradora de la tropelía normativa, cabreada como una mona y más preocupada por la «violencia jurídica» que supone la libertad de un –de momento y mientras recurren– inocente que por los cientos de delincuentes sexuales –esos sí culpables– con sus condenas rebajadas o directamente liberados debido a su ocurrencia.

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