TIEMPO RECOBRADO
Napoleón, el cine y la historia
Fue un dictador, pero también el hombre que modernizó Francia con sus leyes civiles y su apuesta por la ciencia, y eso no aparece en la película
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Tenía mucha curiosidad por ver 'Napoleón', la película de Ridley Scott, un director solvente con una trayectoria acreditada. Sus tres horas de duración no me han decepcionado, pero sí me ha sorprendido su falta de rigor histórico. A pesar de ello, la recomiendo por ... su calidad cinematográfica y por las impresionantes recreaciones de las batallas de Austerlitz y Waterloo.
Hace un par de años, mi fascinación por Bonaparte me llevó a la magnífica exposición en Fontainebleau, donde se trasladó tras su matrimonio con María Luisa de Austria. Allí firmó su renuncia al trono antes de marchar al exilio en Elba. Visité las habitaciones del palacio con su mobiliario original y los objetos personales del emperador. En una urna de cristal, se mostraba su gabán, que acreditaba su baja estatura, y su bicornio.
El filme de Scott me ha dejado sensaciones encontradas. El poder de las imágenes ha reavivado la leyenda del personaje que tanto me ha interesado, pero a la vez me ha producido frustración la falta de respeto a la historia. El propio director ha dicho que sólo pretendía hacer una película, dando a entender que consideraba legítimo sacrificar los hechos en favor del espectáculo. Pero ni Napoleón ordenó disparar contra las masas indefensas en la época del Directorio, ni encabezó una carga de la caballería en Waterloo, ni se encontró jamás con Wellington en Inglaterra, ni su amor por Josefina Beauharnais permaneció incólume a lo largo del tiempo. Fue un dictador, pero también el hombre que modernizó Francia con sus leyes civiles y su apuesta por la ciencia, aspecto que no aparece en la película.
El retrato que se desprende de la narración de Scott es que Napoleón fue un oportunista y un ególatra, sin escrúpulos morales, que utilizó el Ejército para sojuzgar a los franceses. No comparto esa visión tan negativa porque su desmesurado afán de poder coexistía con un ideal por la grandeza de Francia y su supervivencia frente a Inglaterra, Austria y Rusia, sus tres enemigos. Fue un hombre cruel que no dudó en asesinar al duque de Enghien, pero que también se mostró extremadamente generoso con los vencidos en muchas de sus batallas.
En suma, el cine no tiene por qué estar al servicio de la historia. Tampoco la versión de Abel Gance, estrenada en 1927, es rigurosa porque prima una visión idealizada del personaje. No era necesario incluir en la película de Scott escenas puramente imaginarias que inducen a la confusión del espectador.
Lo que sí responde a la historia es el final del filme que recoge las últimas palabras de Bonaparte al expirar en Santa Elena: «Dios mío, ejército y Josefina». La 'Grande Armée' y su primera mujer fueron sus dos grandes pasiones y ambas fueron víctimas de su ambición. Su tragedia es que destruyó todo en lo que había creído.
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