pincho de tortilla y caña

Voces de Navidad

Toda conversación civilizada requiere determinadas pautas de conducta. Por ejemplo, que no derive en una competición de berridos

El precio del silencio

He visto la luz

A una semana de la Navidad he intensificado los entrenamientos para sobrevivir a las cenas y las comidas familiares, que en mi caso no son el campo de minas que describen algunos de mis amigos cuando refieren sus experiencias particulares. La parte positiva es ... que eso me ahorra el esfuerzo de aprender a levitar. Para que una conversación se convierta en un campo de minas es necesario que la conversación exista. Es decir, que se produzca la acción descrita en el diccionario de hablar unas personas con otras. Es sabido que toda conversación civilizada requiere determinadas pautas de conducta. Por ejemplo, que no derive en una competición de berridos y que haya un asunto común aceptado como tal por los interlocutores. Por desgracia no suele ser ese el paisaje habitual de los festejos que me tocan en suerte. Es verdad que formo parte, por vía consorte, de una tribu muy numerosa, con varios estratos generacionales, depositaria de una herencia genética que confiere a su tono de voz algunos sonidos agudos capaces de perforar el tímpano con la misma precisión que la lanceta de un cirujano. Además, casi todos los miembros de la cepa principal de la tribu han sido educados, de generación en generación, en el noble arte de la locución a distancia, lo que les obliga a sobrepujar los decibelios del vecino colindante para que su voz se alce sobre el barullo general y llegue a su destino, que suele ser el punto más alejado de la mesa. La consecuencia de esa retroalimentación gutural produce lo que en la radio llamamos el 'efecto larsen': el sonido del cuñado emisor es amplificado y luego reproducido por el cuñado receptor, y parte de ese sonido vuelve a ser captado y reenviado por el primero. El resultado es que el acople de la señal se convierte en un pitido que no para de crecer hasta dejarte la sesera hecha un guiñapo. La única ventaja de semejante tortura es que, si sobrevives en tus cabales, no tienes que preocuparte por cuidar el argumentario de la interacción con el vecino de plato. Basta con poner cara beatífica y asentir a sus aseveraciones –cualesquiera que éstas sean–, dado que llegado a cierta edad es imposible que las distingas. Más pronto que tarde, cansado o cansada de la parquedad de tus respuestas, él o ella se zambullirá en el estruendo colectivo y disfrutará de la celebración navideña, como un jabalí en un lodazal, sin necesidad de tu concurso. El célebre villancico describe la del día 24 como una noche de paz, pero supongo que el autor de la letra no se refería a la ausencia de ruido o de ajetreo social. De otro modo estaríamos perdidos. A la paz del villancico le encaja mejor la acepción de armonía entre las personas sin enfrentamientos y conflictos. Ese es, me parece a mí, el verdadero significado de la Navidad. Puestos a elegir prefiero la armonía vocinglera de los cuñados coñazo que el silencio sepulcral de las familias enemistadas. Pincho de tortilla y caña a que muchos de ustedes, desgraciadamente, saben a qué me refiero.

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