la suerte contraria
Han muerto cinco mineros
Fue un canto roto, una oración de garganta rajada y un lamento negro
Los Cien mil Hijos de San Luis
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Cantaron 'En el pozu María Luisa' y, por un momento, El Molinón dejó de ser un campo de fútbol para convertirse en una mina. Las gradas fueron galerías, el césped carbón y la noche de Gijón la oscuridad de la muerte a trescientos metros bajo tierra ... . Fue un canto roto, una oración de garganta rajada y un lamento negro, de esos que solo salen del fondo del alma o del fondo de un pozo. Y después un silencio atávico abriéndose paso entre el humo para despedir a los cinco mineros muertos en la mina de Cerredo.
«Traigo la camisa roja de sangre de un compañero, mira Maruxina, mira cómo vengo yo», cantaban los compañeros del coro, vestidos con mono azul y casco blanco. No era ya una canción sino un réquiem, un himno con polvo en la cara y esas miradas que les salen a los hombres que se juegan la vida para llevar algo de comida a casa. Cantaron en Gijón lo que tantas veces se ha cantado en León o en Palencia. Y no cantaron solo por los muertos recientes sino por todos los muertos de todas las minas y también por todos los enterrados en vida en esas comarcas ahogadas en la miseria, de las que un día se llevaron el trabajo para dejar solo un cielo gris. Cantaron por los que bajan cada mañana con el miedo pegado al pecho, por los que murieron escupiendo polvo y por los que se hicieron viejos con los pulmones como carbones apagados.
«El alma tengo partida. No será el último duelo, mira Maruxina, mira cómo vengo yo». A veces el fútbol sirve para que recordemos que venimos de un país minero, humilde y valiente que no sale en las tertulias, un país de lámpara en la frente, bocadillo envuelto en papel de estraza y mujeres esperando junto al pozo a que suene la sirena para abrazar a sus maridos, como si cada día se lo hubieran ganado a la muerte.
En Torre del Bierzo y en Villablino, en Barruelo y en Fabero saben que, si caía uno, los demás se jugarían la vida por sacarlo. Lo sabían porque se lo enseñaron sus padres, de los que heredaron los turnos como se hereda una cruz. Y yo lo sé porque mi tío fue entibador, si es que se puede hablar de estas cosas en pasado. Yo creo que uno sale de la mina, pero la mina no sale de uno y quizá por eso ahora se pasa el tiempo en una bodega escarbada en el suelo, haciendo vino como quien hace crucigramas. Creo que es la manera que ha encontrado para seguir viviendo bajo tierra, entre fotos de compañeros y ceniceros con la 'santina'.
Cuando escuché cantar a Santa Bárbara bendita sentí un nudo en la garganta. Quizá porque lo he oído muchas veces y siempre como un presagio que advierte que se volverá a cantar de nuevo. Quizá la solución sea cantar a Santa Bárbara en los colegios, en los bares y en las casas. Cantarla como en El Molinón para que no se olvide que este país se hizo a pico y pala y que bajo nuestros pies no hay suelo sino zarpazos de grisú. Si no somos capaces de recordarlo, mereceremos que nos sepulte el mismo polvo que respiraron ellos. Descansen en paz Jorge Carro, Rubén Souto, Amadeo Bernabé, Iban Radio y David Álvarez.
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