la suerte contraria
Morante ensangrentado
Del miedo no se vuelve. Y menos si esa es la materia de la que nace tu arte. El origen de la escisión de su ego, me temo, es el proceso defensivo
La vida rima
Oveja con piel de lobo
Irse a Portugal a pasar una depresión es como irse a Las Vegas a dejar las drogas. Si, además, en el camino descubres a Pessoa el resultado es como encontrarte con Pete Doherty en el autobús en el que vas a por la metadona. Al ... menos para renacer ha tenido el acierto simbólico de elegir Nazaré, que es el lugar que eligen los enviados, aunque vengan al mundo en establos de Belén o de La Puebla del Río.
La entrevista de Bayort me ha destrozado el día y, por si fuera poco, en Valladolid se ha puesto a nevar, por lo que a la luz negra del alma le viene a deslumbrar la luz blanca de las rapaces, que nos miran para que recordemos que pronto seremos solamente un recuerdo. Hemos visto muchas veces a Morante ponerse delante de toros que no embisten, en faenas sin continuidad en las que solo existe una opción, que es sacar la muleta despacio y esculpir cada pase como un endecasílabo que no se pudiera borrar para, acto seguido, dar seis pasitos hacia atrás, volver a colocarse, ahormar la bamba de la muleta con la otra mano, mirar hacia los lados y volver a hacer lo mismo, una y otra vez, como un castigo. Las respuestas del maestro a Bayort eran como esos pases: lentos, nacidos de la dificultad extrema, como si en lugar de torear estuviera esculpiendo estatuas, sin ligazón, como si el mundo se hubiera quedado sin conjunciones y cada frase fuera la hija única de un huérfano. Le pregunta por el epitafio y él responde como si la frase que buscara fuera, en lugar de la última, la primera jamás dicha, como si el mundo fuera tan nuevo que nada hubiera sido todavía nombrado. O, al menos, nombrado por él, que es como bautizar la realidad con el fuego del artista, con los vapores de la irrealidad, con la mirada del genio de ojeras profundas y la boca seca de ensalivar palabras muertas.
Se trata solo de eso, de decir una cosa que sea cierta, después otra y después otra. Es como torear: un pase de verdad, luego otro y luego otro. Y si no se puede, es mejor callar a perderse en la retórica. «Para alcanzar el éxito hay que estar dispuesto al fracaso, porque tienes que entregarlo todo. Hasta la vida». Lo dice tocándose la cara, el cuello y las manos, como si, acariciándose, se consolara. Como un bebé cantándose a sí mismo una nana.
Del miedo no se vuelve. Y menos si esa es la materia de la que nace tu arte. El origen de la escisión de su ego, me temo, es el proceso defensivo. Sin toro no hay persona, parece querer decirnos. Lo necesita para nacer, aunque eso le pueda matar. Pero con toro, se vuelve loco, lo cual le lleva al mismo lugar por otra vía: sólo hay una pulsión y es de muerte. El torero es el único artista que tiene fecha de caducidad. Al contrario que el pintor o que el poeta, el torero va irremediablemente a peor hasta llegar al silencio, un silencio de impotencia en el que el cerebro quiere crear, pero las manos no acompañan. Tampoco los recuerdos. Y, honestamente, no se me ocurre un castigo más cruel que haber llegado a ser Morante. Y no ser capaz de recordarlo.
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