LA HUELLA SONORA
Un libro de segunda mano
El jueves pasado me encontré a mí mismo en una librería de viejo y no supe qué hacer
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Cuando uno no sabe lo que busca es mucho más sencillo encontrarlo: todo es potencialmente un amuleto, un hallazgo milagroso, una sorpresa inesperada. Y con esa felicidad tan primitiva me muevo por la vida. Si unimos a ese optimismo inconsistente una afición exagerada a la ... acumulación de libros y cierta propensión al vicio, comprenderán que vea una librería de viejo y entre en ella como John Wayne al 'Saloon', dando una patada a la puerta abatible y advirtiendo al pianista que bajo ningún concepto deje de tocar. Y allí me pierdo, como un buscador de trufas, dando la vuelta al pescuezo a un lado y a otro para poder leer el lomo de cada libro. Me tendrían que ver girando la cabeza como un petirrojo. A veces acabo mareado y al borde del esguince cervical. Ya que estamos provecho la presente para pedir al gremio de libreros que normalicen un modo de colocar el libro: o el título va para un lado o para el otro, pero no aleatorio. Que de verdad que a veces me tengo que tomar una biodramina para no caerme al suelo.
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Se llama bibliofilia, aunque los japoneses, que siempre tienen una palabra para cada chorrada, lo llaman 'tsundoku'. En realidad, no es exactamente lo mismo: el 'tsundoku' implica comprar libros compulsivamente, pero para amontonarlos, no para leerlos. Me siento identificado con el tema. Yo compro libros como si fuera el periódico, con la alegría despreocupada con la que surgen las setas y los partidos de izquierdas. Pero el amontonamiento es, en mi caso, circunstancial. Tengo fe en que algún día leeré esos libros. Porque realmente quiero hacerlo, solo que la vida me lo pone difícil y cada día me trae una ilusión en forma de librería de viejo, de amigo que saca un libro, de regalo inesperado. He pensado en cogerme un año sabático para ponerme al día, pero creo que ni aún así me daría tiempo: un libro al día son 365 al año y en casa tengo más del doble esperándome, haciéndome señas como una sirena aburrida en un mar de pélets.
Tengo mis temas preferidos, mis autores y mis pulsiones. Tanto que hay libros que he comprado ya tres veces y, cuando me doy cuenta, tengo que volver a la librería a dejarlos donde estaban sin que se enteren los dueños, es decir, a regalárselos en secreto, como un robo inverso, como quien entra al pajar con la aguja de la mano. Una vez en Londres vi un Quijote en inglés de mil setecientos y pico, pero el precio era tan bajo que supuse que era una estafa. Luego pensé que si me hubieran pedido el triple también habría pensado que era una estafa, pero por ser demasiado caro, por lo que llegué a la conclusión de que jamás tendré un Quijote en inglés del siglo XVIII. Se acepta y se sigue.
Lo que jamás pensé es encontrarme con un libro mío. Y de eso venía yo a hablarles. El jueves pasado me encontré a mí mismo en una librería de viejo y no supe qué hacer. No estoy acostumbrado y reaccioné escudriñando el libro, buscando algo en él que me permitiera saber quién había sido, quién me había traicionado, mirando mi foto en la solapa con la lástima con la que miramos los vídeos de perros para adoptar, pero siendo a la vez el perro, el que adopta y el que graba.
Me puse triste, es evidente que hay una persona en el mundo, una persona con carne, hueso y número en la Agencia Tributaria que ha decidido que no quiere tenerme en su estantería. Una persona que me ha comprado, pero luego se ha arrepentido y cree que estoy mejor fuera que dentro de su casa. Y eso me hizo sentirme como un novio abandonado. El mareo hizo el resto y pensé en comprarme, en rescatarme del abandono para llevarme de vuelta a casa. Pero luego pensé que qué narices, allí estaba mejor, entre Larra, un libro para dejar de fumar, 'Últimas tardes con Teresa' en la edición de Salvat y 'Trópico de Cáncer', de Henry Miller. Y llegué a la conclusión de que una librería de viejo no es un hospicio de libros abandonados sino el cielo al que ascienden los que no merecen acabar en el cubo de la basura. Y me puse muy contento. Ya les advertí que soy un tipo optimista. Mareado y optimista.
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