LA HUELLA SONORA
No griten en El Prado
Los museos de España se han convertido en un murmullo incesante, en una reverberación de comentarios, en una sucesión de diálogos de visitantes irrespetuosos
Viva Curro Romero (02/12/2023)
Baila, Aitana (25/11/2023)
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Aviso general para reyes magos, papanoeles, elfos, pajes, duendes, olentzeros, apalpadores, pandingueiros, magos azufritos y chalupas, tiós de Nadal -incluyendo a Miguel Ángel-, padrinos, madrinas, cohechadores y amigos invisibles de esta nuestra Españita: por treinta pavos te dan un carné que te permite entrar en ... todos los museos de titularidad estatal tantas veces como desees en el plazo de un año. Y aunque solo fuera por ver El Prado, el Reina Sofía y el de Escultura de Valladolid -que es el preferido mío y de Ignacio Rodríguez Burgos-, la cosa merecería la pena. Es más, aunque solo fuera por entrar una vez en uno de ellos, ya saldríamos ganando. Y si tienes la suerte de encontrarte con Ignacio te llevas de regalo aprendido el tema de la inflación subyacente y los futuros del trigo en la Bolsa de Chicago. En realidad, no entiendo cómo puede costar menos una barra libre anual de museos que una de bravas y cuatro vinos en el bar de abajo. Pero la realidad es la que es y he de reconocer que, desde que me lo he sacado, me he vuelto adicto. Pongo reuniones a deshora, cojo trenes sin sentido y me planto como extra en bodas en los Jerónimos. Y todo como excusa para disponer de una hora libre en El Prado que, por cierto, tiene cola todos los días del año. Y en esas colas cientos de niños, que yo no sé de dónde los sacan. Me pregunto si los infantes chinos, islandeses o de Wichita no tienen clase los miércoles de noviembre y aprovechan para viajar por Europa como yo aprovecho para ir a Ikea. A veces pienso que hay niños sin escolarizar. O que el 'homeschooling' es solo una tapadera para ocultar un movimiento de artistas pre púberes. Qué sé yo.
En cualquier caso, yo ya lo veo todo. Además de las temporales, cada día me meto en una sala, el otro día Zurbarán, hoy Ribera. A mí me enseñó Garci que esto funciona así: entras, miras un cuadro durante media hora, como mucho otro y te vas. Hasta el próximo día. Yo no llego a tanto, pero, desde luego, el cuarto de hora no me lo quita nadie. Porque lo interesante no es solo el cuadro sino lo que se interpone entre tú y la obra; estar a solas con un genio, ver cómo se unen tus referencias, cómo nacen las reflexiones y cómo se exagera la calma excesiva en el observador estresado. Eso y el silencio, claro. Yo sueño con ver una sala en silencio total un silencio respetuoso y excesivo, casi eucarístico, un vacío sonoro que solo se rompa ocasionalmente por el susurro de dos personas haciéndose alguna observación minúscula. La soledad sonora, de Juan Ramón, pero óleo sobre lienzo.
Y es imposible. Los museos de España se han convertido en un murmullo incesante, en una reverberación de comentarios, en una sucesión de diálogos de visitantes irrespetuosos. Cada sala es una tertulia de padres, hijos, amigos de los hijos, marchantes de los padres, 'community managers' madrileñas hablando italiano y, en general, gente que habla, que habla mucho, que habla a voces y que me llevan a soñar con un examen psicotécnico con cada entrada. A veces, cuando estoy a punto de entender algo, llega un grupo de amigas hablando de sus cosas, a voz en grito, sin filtro, sin pudor y noto cómo me entra por el cuerpo un instinto homicida que reconozco muy alejado de la Cultura.
A veces llega un grupo de amigas, hablando a voz en grito, y me entra un instinto homicida muy alejado de la Cultura
Y eso que solo quería ver el cuadro de Hammershøi de la temporal 'Reversos'. Pero en lugar de vacío me llegó el desasosiego gracias a una alemana de Baviera que se puso a hablar con el móvil en mitad de mi soledad danesa. De verdad, yo comprendo que esto no es una misa. Ni un examen. No pasa nada porque un niño sea un niño. Pero si tienes cincuenta y tantos, una voz que ni Luis Mariano y me pisas el pie mientras veo el trazo del Greco, ya cambia la cosa. El Prado es un lugar sagrado y no un centro cívico. Y, al final, quien intenta concentrarse es quien se encuentra fuera de lugar, apenas un intruso, un tipo que corta el rollo al resto de visitantes, que no hacen una coreografía para TikTok delante de 'Las Lanzas' de milagro.
Por favor, no hablen en los museos. Se lo suplico. Disfruten del silencio, exageren su misantropía y hagan un monumento a su anacoretismo. Y ya no lo digo solo por mí. Háganlo, aunque solo sea para no molestar a las 'youtubers'.
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