EN OBSERVACIÓN
Village People y la nueva canción protesta
Salir hace medio siglo del armario debió de ser menos traumático que hacer el indio fuera de la jaula del progresismo
La puerta giratoria y la cuña de madera
Pisos de señoritas para zonas tensionadas
Hemos avanzado tanto en derechos y libertades, no solo aquí, tierra prometida de la concordia, que los Village People tuvieron que dar explicaciones anticipadas por su actuación en las celebraciones de la segunda venida de Donald Trump. El quinteto neoyorquino apoyó a Kamala Harris e ... incluso llegó a censurar el uso que el flamante presidente hacía en sus mítines de 'YMCA', su himno más popular, pero en un gesto sin precedentes, por lo que tiene de desafío contracultural, se apuntó al bombardeo y el cancaneo trumpista con la esperanza de contribuir «a unir al país con la música tras una campaña tumultuosa en la que perdió nuestra candidata». Se puso la venda antes de la herida el grupo que a finales de los setenta trató de normalizar con su repertorio, sus bailes y sus atuendos, todo a juego, las señas de identidad festiva y de ocio de un submundo gay encerrado en el armario y alcanforado por el miedo. Nadie pudo imaginar que casi medio siglo después de su grabación 'YMCA' iba a devenir canción protesta, reinterpretada ahora contra la doctrina represiva y excluyente de quienes paradójicamente se consideran guardianes y transmisores del mensaje de la libertad. Hablamos de Bruce Springsteen, Pearl Jam, Stevie Wonder, Beyonce, Jay Z, Taylor Swift, Eminem, Madonna, John Legend, Jennifer Lopez, Cardi B, Michael Stipe, Lady Gaga, Katy Perry y tantos otros aristócratas del pop, involucrados desde los tiempos fundacionales de Obama, premio Nobel y prescriptor de 'playlists' volanderas, en la defensa de un modelo de democracia basado, entre otros pilares morales, en el supremacismo cultural y la defensa de un chiringuito, aquí musical, pincha Obama, que se reserva el derecho de admisión.
La canción protesta pasa por ser un género musical acotado en el tiempo y definido por sus planteamientos políticos y sociales, muy acentuados, que a España llegó tarde, mal y con un olor a rancio que tiraba de espaldas. Por sus lamentos los conoceréis. No hay mejores canciones de protesta, sin embargo, que las de Leño, Bad Bunny, Isabel Pantoja, Hidrogenesse, Ilegales, los Chichos, Triana o Vainica Doble, por poner unos cuantos y heterogéneos ejemplos, suficientes para ampliar a través de la salida de tono emocional y atemporal el estrecho margen de maniobra que se marcó un estilo asfixiado por la coyuntura en la que nació y murió.
Aunque en los ochenta y sobre las bases del rap se registró un rebrote virulento, lindante con el terrorismo, canónicamente la canción protesta es Dylan, otro Nobel, heredero de una tradición contestataria que el genio de Duluth supo rentabilizar contra un enemigo tangible. La diputación de la grandeza que se viste de época en las galas del MET y desde los tiempos de Obama recauda fondos y canta para el Partido Demócrata no se alza, en cambio, contra ningún 'statu quo', como en los años sesenta, sino que batalla por la sostenibilidad de su exquisito hábitat, material e inmaterial. A esto se le llama conservadurismo, o conservacionismo, que viene a ser lo mismo, travestido de un progresismo reaccionario y palaciego que predica la libertad en los estadios mientras cancela a los que se atreven a salir de un armario que cincuenta años después de 'YMCA' es otra jaula.
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