EN OBSERVACIÓN
Elena Francis '23
Gregorio Samsa amanece convertido en un águila bicéfala y facha
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Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en una monstruosa águila bicéfala, como las de las banderas que alertan a los bañistas del riesgo que entraña la ola reaccionaria. Estaba tumbado y, al ... levantar un poco la cabeza, vio un vientre emplumado, negro como la noche del franquismo y sobre el que crecía un escudo dividido en cuarteles, rodeado de cachivaches anticonstitucionales de toda laya, una protuberancia sobre la que apenas podía mantenerse ya el cobertor, a punto de resbalar al suelo. Sus patas, que terminaban en fuertes garras, se tensaban ante sus ojos.
—¿Qué me ha pasado?, pensó.
Gregorio Samsa siempre había sido un escarabajo pelotero, y cada mañana se despertaba sobre su espalda dura, en forma de caparazón, y contemplaba su vientre abombado, parduzco, dividido en partes duras en forma de arco. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas, le vibraban cada amanecer. Hasta que un mal día se despertó transformado en águila bicéfala, especie invasora para la ornitología de progreso. Gregorio Samsa llevaba desde los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero haciendo girar la bola. Casi toda su vida fue instinto de supervivencia y reciclaje, taxonomía verde y sostenibilidad esférica.
—¿Qué me ha pasado?, pensó Gregorio Samsa al verse convertido en aquello que simbolizaba la regresión y el recorte de derechos. Había pasado una mala noche, dándole vueltas no a su bola de nutrientes intelectuales, siempre excretados por suministradores de confianza, sino a la idea extraña que, fuera de carta, aventada por la derecha, circulaba por ahí sobre la deriva totalitaria de un partido que había puesto negro sobre blanco el fin de la igualdad y la solidaridad, valores sobre los que había girado toda su existencia, valga la redundancia, y la abolición de los tribunales que velaban por las libertades. Esos pensamientos antisanchistas se le hicieron bola durante la noche y desembocaron en la metamorfosis. Estaba Gregorio Samsa aquella mañana hecho un águila, y encima bicéfala. Despierto, seguía atormentado, y por partida doble, con dos cabezas, a cual peor.
Gregorio Samsa no solo tenía una corporalidad disidente, circunstancia apenas traumática en la España de Pam, sino que dudaba ya de su propia identidad, de todo aquello a lo que había consagrado su vida de coleóptero, pionero de la economía circular. Se encontraba perdido, incómodo con sus nuevas alas, negras como un mal presagio, cuando recordó aquellas terapias, educación sentimental en la jerga de progreso, con que Elena Francis sosegaba a las mujeres de los años oscuros. «Franquismo, águila... Todo cuadra», se dijo. Buscaba consuelo, certezas para un dilema llamado Sánchez. Le costó poner la radio con unas garras que apenas dominaba, pero allí estaba el consultorio, en la emisora de siempre. Se llamaba de otra manera. Ya no era Elena, sino Mari Ángeles, o Angelines, o Àngels, qué más daba... Parecía dirigirse a él. «Querida Águila Atormentada, no se preocupe, los hombres son proclives a la deslealtad. Posiblemente se trate de una aventura pasajera. Sea fuerte y aguante». Apaciguado, Gregorio Samsa aleteó con torpeza antes de rebullirse entre las sábanas y ponerse a soñar con su vida esferificada de escarabajo y rutina.
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