visto y no visto
El Sepu de la mentira
El hombre no ama la libertad, todo lo demás es mentira; anda sin sentido en cualquier dirección y lo llama paseo
Reyes
Año Nuevo 2025
Como Neruda fuera el Sepu de la poesía, el siglo veinte fue el Sepu de la mentira, y el siglo veintiuno, la liquidación por derribo del Gran Chiringuito Liberalio (palabra, 'chiringuito', importada por Ruano de Cuba, donde se usaba para pedir un café: ¡el ... cafelito de Juan Guerra!), con sus mal llamadas 'democracias liberales' (ni democracias, pues no separan los poderes, ni liberales, pues impiden la libertad política) convertidas por la corrupción absoluta en patocracias terminales para las que no hay remedio. Fenecen de muerte natural. Thomas Bernhard lo vio como lo que era, nuestro mejor fox terrier de pelo duro:
—El hombre no ama la libertad, todo lo demás es mentira, no sabe qué hacer con la libertad; apenas es libre, se dedica a abrir cómodas de vestidos y ropa blanca, a ordenar viejos papeles, va al jardín y escarba la tierra, o anda sin sentido en cualquier dirección y lo llama paseo.
El mundo de 1945 se levantó sobre una mentira piadosa (la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira, dijo Revel): la resistencia de las naciones continentales al fascismo. Este cuento alimentó la industria de la guerra cultural (reducida a propaganda): el Mal como invento de la Komintern de Willi Münzenberg contra el Bien de la Cia de Michael Josselson en pos de un mundo de izquierda no comunista (es decir, ni socialismo ni democracia, ¡la socialdemocracia!), el mundo más mentiroso que hayamos conocido, de la guerra de Iraq a las violaciones de Rotherham, pasando por las elecciones a la rumana.
—El Estado miente en todos los idiomas… de modo que lo que dice lo miente… y lo que posee, lo ha robado: en él todo es falso –nos avisó el filósofo visionario, abrazado, llorando, a un caballo en Turín.
En esta España frivolona un juez Coke de Cullera pidió, en serio, la prohibición, y por lo penal, de la mentira, pasando por alto que el español, igual que su hijo más acabado, el mejicano, miente, al decir de Octavio Paz, por placer: «La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. Con ella no pretendemos nada más engañar a los demás, sino a nosotros mismos. De ahí su fertilidad y lo que distingue nuestras mentiras de las groseras invenciones de otros pueblos… Mentimos por fantasía, por desesperación o para superar nuestra vida sórdida». De ahí que el 78 se ajuste a los españoles como un guante Varadé (visto a toro pasado: «el consenso en la vulgaridad y necedad de las opiniones es necesidad social en épocas de transición del despotismo a la insinceridad del sistema político»):
—La mentira política –insiste Paz– se instaló en nuestros pueblos constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturalidad.
Nos ha quedado un pobre país de roedores, ajeno al mundo que viene, que será lo nunca visto.
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