una raya en el agua
La leyenda del santo perdedor
A Foreman no lo tumbó en Kinshasa un hombre sino un mito. Un símbolo generacional, deportivo, contracultural y político
Asuntos internos
Rearme sin armas
En Texas, a finales de los años cuarenta, un niño negro y pobre -pleonasmo—no tenía otro destino en la vida que el fracaso. George Edward Foreman lo eludió a puñetazos y gracias al boxeo y a cierta habilidad para los negocios logró morir ... ayer millonario. Fue un púgil corpulento, musculoso y alto, con una pegada que tumbaba a los oponentes como si hubiesen recibido la coz de un caballo. Fue campeón olímpico y ganó dos veces el título mundial de los pesos pesados, la segunda a los cuarenta y cinco años porque cuando iba mal de dinero volvía a subirse al ring a buscarlo. Ganó a casi todos los grandes de su tiempo, a Frazier, a Peralta, a Norton, y sólo perdió cinco de más de ochenta combates disputados, pero la historia del cuadrilátero lo recuerda como el perdedor de un enfrentamiento legendario: 'the rumble in the jungle´, la pelea bajo la lluvia de Kinshasa en que Muhammad Ali lo derribó con un letal derechazo en el octavo asalto. Octubre de 1974.
Normal Mailer inmortalizó en un soberbio reportaje el relato de aquella noche. «El gigante ha caído como un árbol talado en el bosque», gritó el locutor Howard Koshell para una audiencia de cerca de mil millones de espectadores. La foto de Foreman despatarrado en la lona, con la expresión aturdida por el golpe mientras Ali lo mira con desprecio, es parte de la memoria del deporte. Poco después se retiró, se hizo predicador, levantó una fortuna como empresario y regresó para reconquistar el cetro ante un rival mucho más joven. Lo que nunca pudo recuperar fue la imagen derrotada que quedó para siempre asociada a su nombre como un injusto estrambote. Ni los triunfos de antes ni los de después compensaron el K.O. de África, el punto de inflexión que determinó el signo de su fama. Tuvo la mala suerte de ser el involuntario sparring de un icono de la contracultura americana, una figura rodeada de una aureola rebelde que se había convertido en líder de una causa.
Porque más allá del plano deportivo, el combate de Kinshasa estuvo desde el principio envuelto en la atmósfera eléctrica de un conflicto político. El texano era un negro 'integrado', visto por su comunidad como una especie de Tío Tom alejado de las luchas raciales, y su adversario era un símbolo, un activista amigo de Martin Luther King, un emblema generacional que se había plantado contra la guerra de Vietnam, convertido al islamismo y ganado una batalla legal por la objeción de conciencia en la Corte Suprema de los Estados Unidos. Fanfarrón, magnético, ingenioso, carismático, propagandista habilísimo de su propia reputación de malditismo. La negritud congoleña tomó partido y recibió a Ali, que no llegaba como favorito, al grito de 'bumayé' (mátalo), un mensaje inequívoco del carácter inflamado del desafío. Y Foreman, un boxeador magnífico, tuvo que resignarse a aceptar que no había perdido con un hombre sino con un mito.
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